– Dado que usted ha dedicado toda su carrera como director a la denuncia social, da la sensación de que su película sobre Irak llega tarde.
– Paul [Laverty, guionista habitual de Loach] y yo queríamos hacer una película sobre la guerra desde hace tiempo, pero no encontrábamos la forma de hacerlo porque lo que queríamos abordar no eran tanto los abusos, las torturas y la sangre como las razones mismas del conflicto. Nuestro interés era la avaricia de las corporaciones, la ansiedad por controlar el petróleo y establecer una posición estratégica en la región. Y no se nos ocurría cómo hacerlo. Pero entonces, cuando los soldados volvieron a casa, los contratistas privados se fueron al frente y de repente las grandes corporaciones ganaron dinero gracias a la guerra, y vieron cómo sus intereses eran resguardados gracias al conflicto mismo.
– La guerra convertida en un mero negocio.
– Eso es. Los ejércitos privados de mercenarios han actuado con inmunidad total. En el caso Blackwater nada menos que 17 civiles iraquís fueron asesinados, los tipos que lo hicieron simplemente regresaron a casa. Creo que algo así merece una historia.
– Los personajes centrales de la película son mercenarios violentos. Pero usted parece intentar que empaticemos con ellos y los veamos como víctimas, ¿no es así?
– En cierto sentido son víctimas. Todo soldado, aunque matara a decenas de iraquís, es una víctima. Muchos se incorporan al ejército muy jóvenes procedentes de ciudades que han sufrido mucho económicamente. Son gente profundamente dañada. Van a la guerra y la guerra mata a algunos de ellos. El resto son igualmente destruidos. Creo que deberíamos entender qué es lo que ha hecho a esos hombres ser lo que son. Entre los contratistas y los soldados que encontramos mientras preparábamos la película había muchos que pensaban que su trabajo en Irak era algo bueno. Los verdaderos culpables son los que dirigen las compañías que los contratan, y sacan provecho económico del conflicto.
– ¿Nunca pensó en adoptar el punto de vista de los iraquís?
– No. Creo que de ninguna manera podría haber hecho una película desde la perspectiva iraquí. De entrada, no hablo su idioma. Además, no comprendo los matices de su comportamiento. Pero espero que la película llegue a indicar que el sufrimiento es principalmente cosa de los iraquís. Siempre fuimos conscientes de que ellos eran las verdaderas víctimas. Por eso usamos imágenes reales de la guerra para mostrar de qué forma son asesinados.
– La película no hace referencias a George Bush, Tony Blair y los movimientos de protesta contra la guerra. ¿Por qué?
– Porque quise mantener esas cosas implícitas. Nadie en la película pronuncia un discurso político porque creo que eso habría sido demasiado fácil y le habría restado fuerza dramática a la película. Espero que todo quede implícito.
– Route Irish transpira rabia acerca de la impunidad con la que han operado esas empresas de seguridad privada. En su opinión, ¿qué debe hacerse para controlarlas?
- Hay quien dice que las actividades de esas empresas deben ser reguladas. Pero la privatización de la guerra no es aceptable. No deberíamos derivar el conflicto a estas compañías cuyo único objetivo es ganar dinero. Es otra forma de decir que la guerra debería haberse abandonado hace tiempo.
– ¿Qué opina acerca del modo en que Hollywood ha abordado la situación en Oriente Próximo?
– El problema con las películas de Hollywood es que, como pasó con las de Vietnam, son tratadas como tragedias norteamericanas. Los norteamericanos no pueden evitar ver el mundo solo a través de sus propios ojos.
– A usted se le define como un cineasta social. Pero, ¿cree que el cine puede realmente cumplir una labor social?
– Una película puede hacer preguntas, puede demostrar que hay mucho por averiguar y estimular cierta solidaridad con las personas que vemos en pantalla. Pero no es un movimiento político ni una asociación. Es solo una película, dos horas de historia y de personajes. En todo caso, me basta con que sirva de punto de partida para una discusión.
– ¿Nunca ha pensado en hacer cine en Estados Unidos? Ofertas no le habrán faltado.
– Tuve la posibilidad de hacerlo a principios de los 70, pero siempre he considerado que el cine europeo es más interesante. Además, en esa época tenía hijos pequeños y no quise educarlos como norteamericanos. Y en América el fútbol es un chiste. No se me ha perdido nada allí.
– Sus películas son a menudo desoladoras. ¿Es usted pesimista acerca de naturaleza humana?
– No, no es eso. Pero es indudable que las miserias humanas tienen unas posibilidades dramáticas increíbles. ¿Quién querría ver un película sobre alguien a quien la vida le sonríe?
Nando Salvà, El Periódico de Catalunya