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La indignación global

Cada uno es de un país distinto: Estados Unidos, Inglaterra, Siria e Israel. Viven en circunstancias muy diferentes, pero tienen algo en común: son jóvenes y están indignados. Desde hace meses protestan en las calles de su país, al igual que miles de jóvenes en todo el mundo. Los hemos reunido para que nos cuenten qué persiguen, cuáles son sus aspiraciones.

Los citamos en un bar de estudiantes, que acaba de abrir sus puertas. Kristen, Nathan, Dellair y Bar se saludan con un apretón de manos. no se conocen, pero saben que tienen algo en común. Bar estuvo acampada en Tel Aviv durante semanas para protestar por los altos precios de los alquileres. A su lado, se sienta Dellair con el que conversa brevemente en árabe. Muchos israelies no podrían o querrían hacerlo. Dellair es de Siria, allí se manifestó contra el régimen dictatorial de su presidente, Al Assad, hasta que tuvo que huir. Para esta cita, lleva un papel con un vocabulario básico de inglés. «Francotirador», «campo de refugiados»... Nathan apenas ha salido de su barrio de Londres. En agosto, varias tiendas de su calle fueron saqueadas e incendiadas. Desde entonces, muchos de sus amigos están en la cárcel. Kristen vive en Nueva York y ha apoyado el movimiento Occupy Wall Street desde el primer día.

XLSemanal. Kristen, tú fuiste detenida en octubre. ¿Por qué exactamente?

Kristen: porque protestaba por un país más justo. Con otros 3000 activistas del movimiento Occupy Wall Street marchamos por el puente de Brooklyn. En algún momento, la Policía nos rodeó y nos detuvo. Pero debo admitir que durante nuestra detención el ambiente era bastante alegre. Estábamos bajo la lluvia cantando Umbrella, de Rihanna. La Policía nos trasladó en autobuses a la prisión. Por el camino, uno de los agentes no dejaba de hacer bromas.

Dellair: ¿De verdad? ¿Bromeas?

Kristen: Sí, por ejemplo: «Que levante la mano el que sea vegetariano», y un momento antes nos había atado las manos con precintos. Nos reímos con eso.

XL. ¿Qué pretende conseguir vuestro movimiento?

Kristen: Un nuevo orden en el sistema económico y social. Puede sonar poco concreto, lo sé, pero no somos un partido, somos un movimiento. La gente en Nueva York nos pregunta cuáles son nuestras exigencias concretas, pero nosotros vamos hacia algo más fundamental. Los norteamericanos más ricos -el 1 por ciento de la población- poseen el 40 por ciento del patrimonio total. Si quieren a toda costa escuchar un objetivo, este sería: acabar con esta desigualdad.

Bar: A nosotros también nos dicen en Israel: «¿Qué reclamáis? ¿Quién os representa?». Como si quisieran imponernos un plazo. Pero no hay un plazo, ¡al fin y al cabo es nuestra vida!

XL. Pero al principio, en Israel la gente salió a la calle para protestar contra los precios de los alquileres, ¿no?

Bar: Sí, es verdad. Al principio eran sobre todo estudiantes, como yo, los que montaron sus tiendas de campaña en el bulevar Rothschild, uno de los barrios más elegantes de Tel Aviv. Nuestro jefe de Gobierno, Netanyahu, se burlaba de nosotros diciendo que no éramos más que jóvenes que comíamos sushi, la clase media mimada, y que nos dejáramos de tonterías. ¡Pero yo tengo 21 años y todavía vivo con mi madre! Ella no gana mal, pero solo podemos permitirnos una vivienda pequeña. Yo no tengo una habitación propia, sino una zona del salón dividida por una cortina.

XL. Siria es diferente. Allí, el régimen de Bashar al Assad lucha desde hace meses contra su propio pueblo. Reina el miedo y la violencia.

Dellair: Sí, allí, de dos manifestaciones pequeñas surgió un movimiento de masas. A finales de enero quedé con unos amigos delante de la Embajada egipcia, encendimos velas en memoria de los que habían muerto durante las protestas en Egipto. No éramos muchos, quizá unos 50 jóvenes, pero queríamos mostrar nuestra solidaridad. Luego vinieron policías con palos y nos echaron.

XL. ¿Por qué seguisteis con las manifestaciones, a pesar de la violencia policial?

Dellair: Porque en realidad no se trataba de Egipto, sino de nosotros, de Siria. Queremos derechos... y libertad. En la siguiente manifestación ya éramos más.

XL. ¿Qué tipo de falta de libertad has experimentado?

Dellair: Me gustaría poder rodar documentales sin tener miedo de acabar en la cárcel, escribir obras de teatro sin miedo de que me arresten. Pero en Siria algo así es imposible. Para todo se necesita el permiso del Estado, incluso para organizar una fiesta de cumpleaños hay que avisar antes a la Policía.

XL. Ayer nos contaste que, poco después de tu primera manifestación, escribiste una carta... de despedida.

Dellair: Cuando se acude a una manifestación en Siria, hay que contar con la posibilidad de perder la vida. Escribí esa carta cuando advertí que los servicios secretos me seguían.

Kristen: ¿De verdad estabas dispuesto a morir por tu causa?

Dellair: Sí, estaba dispuesto a morir.

Kristen: Yo no puedo decir que moriría por Occupy Wall Street. Me arriesgo a que me arresten, pero no pongo en juego mi vida.

XL. ¿Qué escribiste en tu carta de despedida?

Dellair: Le pedí a mi madre que estuviera orgullosa de mí si moría, que me mantuviera en su memoria tal como soy. A mis amigos les pedí que continuaran luchando por una Siria libre.

Kristen: ¿Tu familia está orgullosa de ti?

Dellair: Creo que sí. También tenían miedo, sobre todo cuando fui detenido. Fue el 12 de abril. Estaba en la universidad y, al ir al baño, vi a un hombre al que ya había visto algunas veces frente a mi casa. Entonces salí corriendo, pero llegaron cinco o seis hombres desde todas las direcciones. No llevaban uniforme, pero los servicios secretos nunca los llevan. Me cortaron el camino, me atraparon y me dieron patadas. Luego, me arrastraron hasta una furgoneta. Allí, me pusieron esposas y me vendaron los ojos.

XL. ¿Te acusaron de algo en concreto?

Dellair: Luego, cuando estaba en una especie de sala de interrogatorio. Tuve que desnudarme, volvieron a golpearme y darme patadas. Me decían que era un espía y que apoyaba a Israel, que quería que Israel invadiera a Siria. Me acusaron de cosas que ni siquiera había pensado. En dos ocasiones perdí el conocimiento. Entonces, me echaron agua fría en la cara para que me despertara. Para poder soportar el dolor, pensaba en Ghandi y en el Che Guevara, eso me ayudó en cierto modo.

XL. ¿Cuánto tiempo te torturaron?

Dellair: No lo sé exactamente. Me detuvieron por la mañana, a eso de las nueve; luego, me llevaron a la sala de interrogatorios y, cuando pude huir, ya había anochecido.

Kristen: ¿Pudiste huir?

Dellair: Sí, tuve suerte. Me enviaron a otra prisión y, de camino hacia allí, el policía que me llevaba en el coche me dejó ir. Me conocía porque vive en el barrio de mis padres. Entonces salí corriendo y me escondí en casa de una amiga.

XL. ¿Cuándo volviste a ver a tus padres?

Dellair: El día antes de huir a Turquía, dos semanas después de mi detención. Quería despedirme de ellos. Lloraron. No querían que me fuera, pero no tenía opción. Me fui al norte hacia la frontera turca y soborné a un funcionario sirio para que me dejara cruzar la frontera. Fue duro llegar hasta Estambul. Tres días en autobús. Todavía me dolía todo el cuerpo por los golpes y las patadas. Y, además, no hablo turco. En Estambul, me alojó una amiga de mi hermano, que vive en Londres. Él ya huyó de Siria hace siete años. Recuerdo que durante dos o tres días solo podía estar en la cama. Y cada vez que iba al baño, evacuaba con sangre.

XL. ¿Qué posición adopta Israel frente a las protestas en Siria?

Bar: Solo puedo hablar por mí. Israel limita con Siria, somos vecinos. Yo apoyé las manifestaciones en Siria, pero mi Gobierno no quiere ni siquiera que hable con sirios.

XL. ¿Y tú, Dellair, sientes también una conexión con las protestas de Israel y Nueva York?

Dellair: Sí y no. Yo no me manifiesto en contra de los bancos, sino a favor de una vida normal, pero puedo entender a esas personas. Si viviera en Nueva York, probablemente participaría en el movimiento Occupy Wall Street. Creo que depende del tipo de familia en la que uno nace. Yo provengo de la clase media, he estudiado. Ellos, también. En realidad, vosotros sois como yo.

Bar: Muchas veces, yo me encuentro con un dilema. En los campamentos de protesta de Tel Aviv no viven solo estudiantes, sino también muchos refugiados de África. La Policía los trata mucho peor que a nosotros, y ellos no pueden ir a casa de sus padres para recobrar fuerzas. Algunas veces los llevo conmigo a casa de mi madre para que puedan ducharse. Yo no puedo cambiar mi color de piel, pero tengo dinero y ellos, no. Por eso pienso: «¡Debería compartir mi dinero con ellos!».

Kristen: Yo también provengo de una familia privilegiada. Puedo permitirme esta vida solo porque mis padres tienen dinero y me apoyan. Mi padre es abogado. Fue el primero en su familia en ir a la universidad y ha ascendido a fuerza de trabajo. Él ha vivido ese sueño americano: «Trabaja duro y lograrás lo que te propongas». Mi generación ha hecho lo mismo, hemos invertido una cantidad absurda de dinero en nuestros estudios y, sin embargo, no encontramos trabajo. El 25 por ciento de los licenciados está desempleado. Y peor aún: uno de cada seis norteamericanos vive bajo el umbral de pobreza. La gente siente que el capitalismo les ha tomado el pelo.

XL. Dellair, hace un momento has contado tu estancia en Turquía, pero ahora estás viviendo en Egipto.

Dellair: Después de 90 días, mi visado para Turquía expiró y tuve que volar a Egipto. Allí no conocía a nadie, pero al menos entendía el idioma. La primera noche la pasé en una estación de autobuses; luego, gracias a Dios, de nuevo me ayudó mi hermano. Conocía a una profesora, que me alojó. Allí volví a ir a manifestaciones ante la Embajada de Siria en El Cairo.

XL. ¿No tenías miedo de volver a meterte en problemas?

Dellair: Sí, en El Cairo también fui perseguido, pero las personas tienen sueños, y algunos sueños sencillamente requieren víctimas.

Kristen: Tú cuentas todo eso sonriendo. ¿Cómo puedes ser tan positivo?

Dellair: No lo sé.

Kristen: Tendrías que venir a Nueva York.

Dellair: Vale, consígueme un visado. [Todos ríen].

Bar: No, en serio. ¿Podemos ayudarte? Quiero decir, en lugar de hablar, como siempre, ¡también podríamos hacer algo!

Dellair: Para ser sincero, prefiero que no. Yo puedo hacer mi camino solo. Pero hay mucha, mucha gente que necesita ayuda; refugiados sirios en Turquía y en el Líbano, por ejemplo. Las condiciones de vida en los campamentos son miserables. Ellos necesitan vuestra ayuda mucho más que yo.

XL. ¿Habrían existido las protestas de Israel y Nueva York sin la Primavera Árabe?

Kristen: Creo que no. Los manifestantes de los países árabes nos demostraron lo que significa ser valientes, rebelarse, volver a tomar las riendas de la propia vida.

Nathan: Lo que ocurrió en Inglaterra en agosto no tiene nada que ver con las protestas en el mundo árabe. Los sucesos tuvieron un factor desencadenante totalmente distinto.

XL. De Londres ha quedado una impresión: la violencia.

Nathan: Muchas cosas salieron mal allí. Al principio se trataba de una demanda concreta: un joven muerto a tiros en un control policial. Las pruebas eran dudosas. Fue una manifestación pacífica. Pero luego, cuando anocheció, la situación se descontroló. Algunos prendieron fuego a coches de Policía, casas... y luego la gente entró a las tiendas a robar.

XL. ¿Participaste en los disturbios?

Nathan: Yo no, pero muchos de mis amigos, sí. Me llamaron y me dijeron: «Vente, aquí hay un montón de cosas para pillar. ¡Todo gratis!». Decían: «La Policía nos ha tratado mal durante años, ahora nos lo va a pagar».

XL. En los medios británicos se calificó a tus amigos de «bestias salvajes».

Nathan: Es verdad que muchos fueron demasiado lejos. Pusieron a personas en peligro; eso no se puede disculpar. Pero, por otro lado, puedo entender la frustración y la rabia. Muchos en mi barrio se sienten tratados injustamente. La gente de piel oscura es continuamente detenida por la Policía sin motivo alguno. A mí también me pasa. Si experimentas eso con frecuencia, algo se va acumulando en ti. Además, en los últimos años se han eliminado programas sociales y puestos de trabajo. Yo no encuentro trabajo, a pesar de que he estudiado Economía y Derecho. ¡Con esa formación se debería poder conseguir algo!

XL. ¿Podéis entender vosotros a los amigos de Nathan?

Kristen: En cierto modo, sí. Creo que al principio entraron a robar en grandes almacenes.

Nathan: No, en realidad saquearon en todas partes, les daba igual. No irrumpieron para protestar contra los grandes grupos, sencillamente querían un televisor nuevo.

XL. ¿Qué opináis sobre la violencia? ¿Es un modo de protesta?

Dellair: No. Nuestro lema en Siria era siempre: «Preferimos que nos maten a matar nosotros».

Bar: Depende. La violencia contra las personas siempre es un crimen. ¿Pero la violencia contra las cosas? No sé.

XL. Las protestas en Siria tienen un objetivo claro: la caída del régimen. ¿Qué tendría que pasar para que los demás dijerais: «Ya hemos protestado lo suficiente, hemos alcanzado nuestra meta»?

Bar: Cuando tenga la sensación de que el Gobierno israelí nos toma en serio y pone en práctica nuestras ideas.

Nathan: En mi caso, nunca llegaremos a ese punto. Yo siempre estaré descontento con el Gobierno inglés. Solo hay que observar lo que pasó después de los incidentes: muchos de mis amigos siguen en la cárcel, a pesar de que solo robaron unas zapatillas. Eso no es normal. Las penas son demasiado elevadas, eso engendrará más rabia.

Kristen: Yo tampoco creo que en algún momento deje de estar comprometida. Los movimientos de protesta en una sociedad democrática no dejan de existir. Ahí están los movimientos por los derechos civiles y el feminismo. Continúan hasta hoy.

Christoph Cadenbach y Till Krause, XL Semanal, La Voz de Galicia