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La revolución de la basura. La transformación del mayor vertedero del mundo en un centro verde provoca problemas de suciedad en México DF

"Soy Pablo Téllez Falcón, indio mexicano, y desde que nací en 1937 he vivido del desperdicio. De la basura, pues"...

Don Pablo es el cacique de los 1.500 pepenadores y sus familias que trabajan en el bordo poniente, el mayor de los tres vertederos que engullen las 12.600 toneladas de residuos que la Ciudad de México genera cada día. Aunque para él y su ejército de escarbadores y seleccionadores de desechos hoy puede ser el principio del fin: la jornada inicial de un nuevo ciclo que tal vez elimine el sistema de ataduras casi feudales que hace girar la rueda de recolección y reciclaje de desperdicios en la capital.

Hoy, 31 de diciembre, el bordo cierra. Durante 26 años fue el centro de disposición final de basura más grande del mundo. Un núcleo de inmundicia, de casi mil hectáreas, que el gobierno municipal quiere transformar en un poderoso emblema de su compromiso verde. A partir de este sábado, el recinto ya no recibirá más residuos y se convertirá en un gran centro de selección y reutilización de desechos, producción de compost y generación de energía.

“Estamos haciendo un salto cualitativo muy relevante”, asegura el alcalde, Marcelo Ebrard, envuelto en las pestilentes exhalaciones de metano que producen los 76 millones de toneladas de basura enterradas en el lugar, mientras anuncia el lanzamiento de un concurso internacional para construir una planta que recupere el gas y lo transforme en electricidad para alimentar la nueva línea 12 del metro. Alguien entre el público susurra el nombre de ciertas empresas españolas, mientras don Pablo observa al alcalde con recelo. Todo el mundo lo nota, aunque lleva gafas de espejo. Su hijo Javier, con sudadera del Barça, dice entre dientes que “la cosa se va a poner mal”. Mal, desde luego, para los usuarios, que en las dos semanas de ajuste al nuevo proceso de transferencia de desperdicios han padecido los larguísimos retrasos de unos camiones recolectores que entregan su carga a tráilers kilométricos, obligados ahora a depositar los residuos en sumideros mucho más lejanos.

La cadena se demora y en plenas fiestas navideñas la basura se acumula en las calles de la capital, lo que agudiza su cotidiana suciedad. Porque en la gran metrópoli funciona un método de saneamiento de lo más arcaico: el camión de la basura anuncia su llegada a campanazos, no tiene horario fijo, y el conductor (único a sueldo del municipio) y su equipo de dos a tres voluntarios (que viven de las propinas) reciben los desechos de manos de los vecinos. Los que no estén en casa o no tengan servicio doméstico dejarán sus bolsas donde puedan, gesto con el que contribuirán a crear uno más del millar de vertederos clandestinos que existen en la ciudad, según las optimistas estimaciones de sus autoridades.

Los habitantes de la capital mexicana, en la que viven unos nueve millones de personas, no comenzaron a separar los restos orgánicos de los inorgánicos hasta el pasado marzo. Una disposición obligatoria que sólo cumple la mitad de los ciudadanos, según los analistas. Pero el alcalde Ebrard, cuyo gobierno ha logrado que en tres años la ciudad pase de reciclar el 6% de sus residuos a más del 60%, asegura que la recolección diferenciada mejorará a partir de enero del 2012, cuando se estrene la instalación de contenedores en la vía pública, con vigilancia las 24 horas, para que no corran la misma suerte que los cientos de papeleras robadas en los barrios céntricos o de mayor afluencia turística.

“¿Quieren resolver el problema? Pues que compren camiones con separadores de basura y contraten a los voluntarios”, exige desde el anonimato el conductor de un Chevrolet del 76 que se cae a pedazos. También reclama equipo adecuado para los más de 10.000 barrenderos, que trabajan en condiciones deplorables con salarios de miseria, y denuncia las mordidas astronómicas que “piden los del sindicato para dar vehículos nuevos”.

Gregorio, un peón que se saca algo más de 50 euros al mes a base de propinas y otro tanto trapicheando con material reciclable, describe la situación con una sencillez aplastante: “Comenzaron a modernizar el sistema por la azotea y la casa no tiene piso”.

La revolución de la basura necesita aterrizar...

Elisabet Sabartés, La Vanguardia