Casi medio millón de personas se quedaron sin empleo. Decenas de miles de negocios fueron cerrados y hay un aumento drástico de griegos que viven por debajo del umbral de la pobreza. Los homeless eran de clase media y están calificados.
El paisaje social de Grecia cada vez se parece más al conflicto que se vivió en diciembre de 2001 en Argentina. Desde que estalló la crisis de la deuda a mediados del año pasado, Atenas ha sido objeto del macabro plan de rescate de la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, a cambio de duras medidas de austeridad, empujó a casi medio millón de personas a encolumnarse en las filas del desempleo. La foto se completa con decenas de miles de negocios cerrados y un aumento drástico de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Sin embargo, uno de los rostros más descarnados de la crisis es el de aquellos que han perdido sus hogares, fenómeno que era prácticamente desconocido en el pasado del país de la tragedia, pero que en los últimos tiempos se ha incrementado notoriamente.
Se estima que en la calle viven unos 20.000 ciudadanos, cuyo perfil, sin duda, ha cambiado debido a la crisis. No estaba en los planes de Georgios Markuris, un joven informático que trabaja en la Universidad de Atenas, la idea de llegar a ser uno de esos 20.000 griegos a los que la crisis empujó de su casa, dejándolos sin hogar. Markukis viajó a Latinoamérica para aprender música local junto al conocido grupo boliviano Los Kjarkas, y cuenta cómo llegó a tocar fondo. “Perdí mi trabajo y entré en una profunda depresión. Me convertí en otra persona. Perdí a mis amigos y a mi familia. Hace tres meses, me encontré en la calle, sin hogar”, explica.
En el último año, el número de personas sin techo aumentó un 25 por ciento. “La mayoría tienen un perfil totalmente distinto al de antes”, asegura Olga Theodorikaku, coordinadora de la asociación humanitaria Klimaka. “Proceden de la clase media. Hasta hace poco tenían un trabajo y una casa. El único factor que los ha convertido en ‘sin techo’ ha sido el desempleo”, dice.
Markuris se considera afortunado, ya que ha encontrado alojamiento en el centro de Klimaka. Sin embargo, en todo el país sólo existen 300 plazas, es decir, una para cada 67 personas sin hogar. Para Spyros Psijas, ex representante griego en la Federación Europea de Asociaciones de Ayuda a los Sin Techo, el problema tiene que ver con que Grecia no reconoce a las personas sin hogar como un grupo en riesgo de exclusión social, lo que impide que existan políticas adecuadas para luchar contra el problema. “Grecia carece de un verdadero Estado del Bienestar. Los parados reciben una ayuda de desempleo durante un año, pero después se quedan sin nada. Los trabajadores autónomos ni siquiera tienen derecho al paro”, explica Panos Tsakloglu, profesor de la Universidad de Economía y Negocios de Atenas. “Hasta ahora era la familia la que evitaba que esta gente cayese en la pobreza. Pero ahora también esto esté fallando”, advierte. Sólo en Atenas, las organizaciones de caridad reparten unas 20.000 comidas diarias. Uno de esos lugares es el centro Kyada. Unas 2000 personas se agolpan en la fila. En el menú se sirve un plato de guisantes junto a una rebanada de pan. Psijas se queja de que el Estado está teniendo que ser reemplazado por las ONG: “Creo que los políticos no se dan cuenta de lo que se nos viene encima”, afirma.
Por su parte, Theodorikaku considera que los nuevos sin techo son fácilmente reintegrables en la sociedad, puesto que son personas calificadas y en edad productiva. “Si pasan más de un año en la calle, se acostumbran a ello y piensan que no hay ninguna salida. Entonces las posibilidades de que puedan volver a una situación normal son muy escasas”, alerta.
Ya no se trata de gente con problemas de adicción o mentales. Ahora apareció una nueva generación de sin techo, como advierte Athensia Tourkou, de la ONG Klimaka: “El perfil está cambiando. Ahora vemos a gente con un alto nivel de educación, que hasta hace unos meses tenía casa, un trabajo normal, vivía con su familia... y que ahora está en la calle”.
Estos nuevos sin techo tienen de 45 a 60 años y estaban empleados o tenían sus propias empresas.
Página 12