Ahora que los ojos del mundo occidental en recesión miran con envidia el crecimiento económico de la China en expansión y que la socialdemocracia ha entrado en una profunda crisis de identidad, resulta especialmente pertinente reparar en que el siglo XXI arranca volviendo al siglo XIX.
Produce escalofríos observar la similitud de las condiciones en las que se trabaja hoy en el gigante asiático con las que soportaban los asalariados de la pujante Inglaterra de hace 160 años, como registra el historiador británico Tristram Hunt (El gentleman comunista, Anagrama). Los testimonios son tan asombrosamente parecidos que, si se suprimiera la referencia ad hoc, resultaría casi imposible determinar a qué época y continente corresponde cada uno.
“En las fábricas algodoneras y en las hilanderías hay muchas habitaciones en las que el aire está lleno de pelusa y polvo. [...] Las consecuencias habituales de inhalar polvo en las fábricas son escupir sangre, una respiración pesada y ruidosa, dolores en el pecho, tos, insomnio. Los operarios que trabajan en salas atestadas de maquinaria sufren accidentes. [...] La lesión más común es la pérdida de un dedo de la mano” (Año 1840, Manchester).
“Una jornada de doce horas es el mínimo. Nos hacen trabajar a toda prisa y sin parar treinta horas seguidas o más. [...] Es agotador porque tenemos que estar de pie todo el tiempo. [...] En el suelo del taller no hay lugar para sentarse. Las máquinas no paran durante la pausa del mediodía. Un grupo de tres trabajadores se turna para comer uno por vez. [...] Una gruesa capa de polvo cubre el suelo. El cuerpo se nos pone negro de tanto trabajar allí dentro día y noche. Cuando salgo del trabajo y escupo, escupo saliva negra” (Año 2000. Testimonio de un trabajador textil en China).
- La responsabilidad del PSOE.
Ante tamaña degradación en los derechos de los más débiles (los más), que se expande cual pólvora prendida por el hasta ahora llamado primer mundo, el reto -y la responsabilidad- del PSOE, como instrumento principal de la izquierda en España, es de una entidad muy superior al cambio de tripulación, e incluso de hoja de ruta, para lograr la reconquista del poder. Siendo así, la peor de las estrategias posibles sería pretender sustentar esta legítima aspiración de todo partido político en la expectativa de que la crisis devorará al Gobierno de Mariano Rajoy como antes engulló al de Zapatero.
Si esto ocurriera, y ocurriera sin que el PSOE hubiera sido previamente capaz de rearmarse reconstruyendo el proyecto socialdemócrata, lo que se estaría abriendo sería la puerta grande para las fuerzas de corte populista, que en los momentos de confusión aglutinan todos los descontentos, barriendo de izquierda a derecha y viceversa. Así lo advierte la confluencia en ese espacio político de dos personalidades con trayectorias tan dispares como Rosa Díez, que en 2000 compitió con Zapatero por el liderazgo del PSOE después de haber ejercido como su portavoz en el Parlamento Europeo, y Francisco Álvarez-Cascos, que fue la mano derecha de José María Aznar entre 1989 y 2000. Agrupando sus fuerzas, aunque la alianza obedezca a intereses coyunturales, han pasado en tan sólo una legislatura de tener un único diputado en el Congreso a poder formar un grupo parlamentario propio, lo que -sin entrar en otras prerrogativas- les confiere el derecho a utilizar la tribuna durante el mismo tiempo que el PP o el PSOE.
- La manipulación semántica.
Los filósofos del neoconservadurismo rampante saben bien que todo cambio empieza por el pensamiento y que este germina y se expande a través de la palabra como primer vehículo de comunicación. De ahí que la primera misión de la socialdemocracia en estos momentos debiera ser la denuncia sistemática de la sistemática manipulación semántica que practica la derecha. La lista podría ser muy larga. Pero, por ejemplo: no es admisible que se plantee la fórmula de los minijobs como solución al paro juvenil por la sencilla razón de que lo que se está proponiendo no son minitrabajos, sino minisueldos. Por ejemplo: no es admisible que el presidente de la CEOE, Juan Rosell, plantee una reducción de los trabajadores públicos utilizando la palabra “funcionario” no como sinónimo de quien trabaja al servicio del conjunto de los ciudadanos, sino de parásito, y menos cuando de su predecesor, José María Cuevas, no se conoce que hubiera creado nunca un puesto de trabajo. Por ejemplo: no es admisible que se diga que un Gobierno autonómico ha “ahorrado” en la aplicación de la ley de ayuda a los dependientes cuando lo que ha hecho es privar de apoyo a quienes más lo merecen y lo necesitan porque son aquellos que ya hicieron su contribución social y ahora no pueden valerse por sí mismos.
- Hormigas o grillos.
La crisis está arramblando las tres grandes señas de identidad del socialismo democrático: la libertad, porque es incompatible con el miedo, que constituye la primera manifestación de la incertidumbre, el ADN de esta era dislocadamente volátil; la igualdad, porque -en beneficio de quienes pueden prescindir de ellos- se están socavando los principales elementos reequilibradores, que no son otros que los servicios públicos básicos; y la solidaridad, porque los más castigados están siendo los jóvenes y los ancianos, a los que se estigmatiza con el mensaje subliminal de que son prescindibles, cuando no un estorbo, sin reparar en que así se están desatando el nudo básico de la sociedad (el pacto y la alianza) en el que se asienta la convivencia pacífica entre los seres humanos.
Ante su propia crisis, haría bien la dirigencia del PSOE en tener muy presentes las conclusiones que en 2007 dio a conocer Iain D. Couzin, biólogo matemático de la Universidad de Oxford, sobre el funcionamiento de los enjambres. Miles de hormigas -animales relativamente simples- son capaces, a través de unas sencillas normas, de formar un cerebro colectivo capaz de adoptar decisiones y de actuar como un único organismo en beneficio de la comunidad. Por el contrario, el egoísmo individualista de los grillos mormones les lleva, cuando no encuentran alimento suficiente, a atacar a los que van delante para evitar que se los coman los que vienen detrás.
Público