«Cuentos completos»
G. de Maupassant
Páginas de espuma
2.733 páginas. 89,30 euros.
Para Guy de Maupassant, la literatura nacía de los cauces de la realidad y la consciencia, que son los vectores por los que suele deslizarse lo imprevisto. La imaginación prende en la anécdota, en lo que resulta casual o fortuito, porque ahí está la génesis de todo lo que sorprende y desazona. Eso que viene a romper la rutina cotidiana y siempre le obliga a uno a fijarse en un detalle que había pasado desapercibido hasta ese momento. Y el escritor francés, que era un hombre de muchos mundos, un frecuentador de errabundajes y barrios diferentes, recurría a la noticia, el suceso, el rumor; a la habladuría y el chascarrillo de las gentes marginales o de los estratos más humildes, como en una especie de curiosidad dickensiana, para escribir sus relatos (estaba obligado a entregar dos cada semana) y así, de paso, ir consolidando ya obra y nombre.
- El horror de la vida.
Adivinó enseguida que en esas prosas vivenciales y cotidianas –que le llegaban por boca de las prostitutas o a través de los titulares de esas hojas volanderas que era el periodismo decimonónico– es en donde latía la vida real con todos sus mimbres habituales: horrores, tremendismos, miedos, ingratitudes, desgracias y esperanzas que agitan la sociedad. Gustave Flauvert, que hizo de mentor y de maestro, quería conducir sus pasos por los formalismos de la alta novela sin reparar en que la modernidad suele desviarse de los pasos prescritos y tiende a saltarse las aduanas interpuestas por los académicos y demás ateneístas. Pero lo único que consiguió es cimentarlo todavía más en las ideas propias, en esas pulsiones que van dominando el carácter según se crece para posteriormente impulsarlo hacia derroteros insospechados para ganarle el pulso a la posteridad.
Maupassant conservaba una mirada contradictoria que le hacía distinguir en la sociedad las fantasías y monstruos que habitaban en su interior. Lo externo sólo era un espejo en el que se reflejaba lo interno, adelantándose unas décadas al padre del psicoanálisis. «Todavía quedaban entre veinte o treinta años para que Sigmund Freud enunciara su teoría. Maupassant conocía el ambiente de los prostíbulos, que durante la belle époque no pertenecían a los bajos fondos, sino a los altos fondos. Ahí jugó un papel muy importante la parte introspectiva del autor, como ocurre, por ejemplo, en “El Horla”, donde el protagonista se ensimisma con los pensamientos que merodean por su cabeza. Esos temores no provienen de la acción exterior, sino de la conciencia», explica Mauro Armiño, que se ha encargado de la edición de los «Cuentos completos», de Guy de Maupassant, una monumental obra que publica Páginas de Espuma en dos volúmenes ilustrados, casi tres mil páginas, en las que se han incluido las historias originales tal como fueron concebidas, sin los desmanes que suele dejar la censura y con el añadido de una historia hasta ahora inédita en España: «La tos».
«No existen muchas complicaciones a la hora de traducirlo. Hay que tener en cuenta un hecho. Él escribía para los periódicos de la época. Eso modificó de manera definitiva su estilo. Le obligó a adoptar uno muy particular sin pomposidades ni barroquismos. Su escritura está impregnada de oralidad. Sólo de vez en cuando puedes encontrar alguna palabra bretona, un término de esa zona, pero nada más. Lo complicado en esta ocasión era reunir todos estos cuentos y su ordenación».
La influencia de la prensa resultó definitiva para la consolidación de una prosa, la del cuentista, que fue desprendiéndose de arbitrariedades y excesos hasta llegar a una prosa ósea, de músculo reducido, de esenciales.
- Chéjov y Poe.
«Tenía una mirada muy directa sobre la realidad circundante, la que le rodeaba de manera inmediata. Los otros dos grandes cuentistas del XIX, Poe y Chéjov, son muy distintos a él. En sus narraciones, Maupassant va directo al grano. No se entretiene. Sus cuentos son una fotografía fija en la que apenas hay intromisiones del autor. Aunque es cierto que contienen las principales ideas que sostenía, como es la crítica a la moral burguesa y la hipocresía, que, desde los griegos, parece que es un tema que nunca pasa de moda».
- Una mirada compasiva.
Mauro Armiño añade un matiz a su declaración: «Leía un suceso y, unos quince días después, Maupassanta ya lo había convertido en un cuento. Mantiene en todo instante un contacto muy estrecho con lo que ocurre. Es una característica que le distancia de Chéjov y Poe. Es cierto que este último también publicó en diarios. La diferencia es que, mientras Poe publica en periódicos, Maupassant escribió para ellos. Es una idea muy importante».
La sensibilidad que el escritor francés tiene para observar a la gente que se desenvuelve en su entorno condicionará su opinión. Maupassant, que se verá al final de sus días afectado por la locura (aunque el terror que recrea en sus páginas proviene de su fantaríasno de los delirios de ninguna enfermedad), conservaba una mirada compasiva por los seres que han sido desahuciados por la suerte. Aquellos que tienden a defenderse de las contrariedaes sin las armas que daban en esos años los privilegios de clase. «Él se fija en los pobres. De ese ambiente provienen las noticias de muertes, abortos, crímenes y accidentes. Lo interesante de él es que siempre sintió compasión por esas gentes».
- El detalle. Más allá de su época.
Hay escritores, como existen literaturas, que mantienen su vigencia. No importa el tiempo que haya transcurrido desde que se publicaron sus obras. Maupassant ha alentado la imaginación de los lectores desde entonces. En este siglo lleno de estímulos simultáneos, sus relatos todavía inquietan como el día en que se editaron. El dato que avala que todavía interesa es el éxito que ha tenido en Francia una serie basada en sus cuentos. Miles de espectadores han seguido los capítulos. La cuota de pantalla rompió las previsiones de los más optimistas. Y no es el único caso que prueba la actualidad de la que disfruta Maupassant. Hace poco se ha terminado el rodaje de «Bel Ami», basado en un libro suyo. Y, en la actualidad, en Madrid puede verse un montaje en la sala «Escalera de Jacob». Se llama «Relatos de terror». Y alguno de los que se escenifican es suyo.
- Literatura periodística.
Maupassant publicó sus narraciones, sobre todo, en dos periódicos: «Gil Blas» y «Le Gaulois», aunque también salieron en un diario llamado «La revue populaire». Lo hizo de una manera continua, lo que le convirtió en un remero de sus propia prosa, ya que tenía que cumplir escrupulosamente con los plazos. Desde ese momento es un hombre amarrado a los contratos que ha contraído, lo que no le impidió disfrutar de una vida llena de ocio y tener múltiples conquistas (ahí está el volumen que reúnen sus historias sobre mujeres).
Javier Ors, La Razón