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La insolvencia (Joaquín Estefanía)

Del mismo modo que en los noventa la crisis de los tigres asiáticos -la primera de naturaleza global- se extendió desde un pequeño país (Tailandia desligó su moneda del dólar, contagió al resto de las divisas de la zona y las dificultades se extendieron por el planeta como un reguero de pólvora), ahora los problemas de la deuda soberana que asolan Europa partieron desde la pequeña Grecia y se ampliaron al conjunto de la zona. Son los efectos nocivos de la globalización financiera.

Veintiún meses después de la intervención de Grecia, las autoridades europeas y el FMI -que son los que marcan el terreno del juego del club del euro- no han sabido dar solución a los problemas helenos. Cada vez que se celebra una cumbre se venden unos logros que no se concretan. Por ejemplo, ¿cuántas veces se ha dado por resuelta la ampliación del fondo de rescate o cuántas se ha visado el segundo plan de rescate a Grecia?

Pues bien, todavía no se ha hecho efectivo el último tramo del primer paquete de ayudas (de 110.000 millones de euros) ni nada del segundo (130.000 millones). Estos días se ha estado negociando en Atenas la quita del 50% de la deuda pública que Grecia debe a los bancos privados (sobre 206.000 millones, significa que dejarán de pagarse unos 100.000 millones), que es la condición necesaria -aunque no suficiente- para que se agilice el segundo paquete de ayudas. Por cierto, tras otra cumbre europea, en septiembre, también se dio esta quita como un hecho cierto.

Es deber de nuestros representantes en Bruselas no engañar y transmitir el detalle de lo que se logra. Las dificultades en la negociación entre centenares de bancos (a través del Instituto de Finanzas Internacionales) y el Gobierno de Papademos (para eso fue nombrado, mientras se convocan elecciones generales) han sido ingentes.

Además de discutir las condiciones de la deuda que sustituirá a la que ahora no se paga (el plazo y los tipos de interés de los nuevos bonos, la tasa de descuento...), hay dos asuntos centrales que condicionarán el futuro: si los bancos aceptarán voluntariamente el impago, o lo harán de forma obligatoria. Si renuncian voluntariamente, asumirán las pérdidas en sus balances; si se les hace ceder de modo obligatorio, trasladarán sus problemas a las compañías aseguradoras con las que tienen contratados los seguros de impago de las deudas (los célebres CDS), muchas de las cuales tienen los mismos accionistas de referencia (fondos de inversión, de pensiones...) que los bancos salpicados por la insolvencia griega. Así cayó la gigantesca AIG tras la quiebra de Lehman Brothers. Otra vez la misma pesadilla de 2008.

El segundo asunto es si el Banco Central Europeo (BCE) -del que el tecnócrata Papademos fue vicepresidente- asumirá también el 50% de las pérdidas de los préstamos que Grecia le debe. Lo que tendrá incidencia en las condiciones que la institución de Fráncfort ponga a otros países con problemas.

Domingo, El País