Debate. El Estado de bienestar
La cultura del Estado del Bienestar ha generado sus fantasmas que ahora, en tiempos difíciles, hay que desenmascarar. Uno de ellos es la certeza popular de que la salud es un derecho. Muchos son los motivos que nos han llevado a esta certeza, complejos e imposibles de analizar en breves reflexiones: la arrogancia científica y sus expectativas prometeicas; la demagogia política y sus promesas paternalistas... Pero el resultado ha sido una exigencia ciudadana de salud que desborda lo razonable.
La salud, como la felicidad, no es un derecho, es un valor. Un valor que favorece el desarrollo ordinario de la vida personal, desde la infancia hasta la senectud, del nacimiento a la muerte. Pero un valor sometido a la fragilidad de la naturaleza humana o, si se quiere, a los favores y a las desgracias del destino. Y si la enconada lucha por domesticar un destino arbitrario atraviesa la historia de los avances científicos y de los progresos políticos, esta domesticación no es ni será jamás su pleno dominio. Los resquicios del azar, de la sorpresa, de la accidentalidad, siempre estarán presentes en la vida humana, individual y colectiva.
Asumir que la enfermedad y la muerte están presentes en la vida humana es una sabia actitud. Encarándolas, racionalizándolas, ordenándolas, sin resignaciones ni derrotismos, pero aceptando su facticidad. Debe haber un equilibrio entre la lucha contra la enfermedad y la muerte y su aceptación como hechos inevitables. De este equilibrio depende una adecuada comprensión de la salud y una sabia política sanitaria. Así, la salud, más que un derecho, se nos muestra como una tarea, una responsabilidad. Una tarea individual, la asunción de modos de vida que favorezcan la máxima salud, y una tarea colectiva, unas políticas sanitarias que se valgan de los logros científicos y sus aplicaciones tecnológicas para intervenir en el mejor restablecimiento posible de la salud y en el más adecuado acompañamiento de la enfermedad y de la muerte.
En este sentido podemos formular que la salud no es un derecho sino un valor del que se deriva un deber. Un deber individual, el primer responsable de la propia salud es uno mismo, y colectivo, la sociedad debe prestar la mejor asistencia sanitaria a sus ciudadanos, en términos de prevención, de intervención y de promoción.
La Vanguardia