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Por mis pistolas. Crimen, violencia y masculinidad

La violencia relacionada con la masculinidad se ha planteado como un problema que principalmente padecen las mujeres. Sin embargo, los varones también pueden hacer víctimas a otros varones, y el fenómeno queda más que patente en el actual contexto de enfrentamiento entre instituciones gubernamentales y el crimen organizado. ¿Cómo influye el estereotipo masculino en este ambiente violento? Expertos en el tema de la masculinidad ofrecen sus perspectivas.

Trece millones y medio de clics se han dado en este video de Youtube. Cinco balazos en la pantalla dan paso a la música: “Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca, volando cabezas a quien se atraviesa, somos sanguinarios, locos bien ondeados, nos gusta matar”. Suena el corrido de presentación del Movimiento Alterado, corriente musical ligada a cárteles del narcotráfico que en la Internet ha sorteado la prohibición de tocar narcocorridos en la radio comercial, bares o espacios públicos de su lugar de nacimiento: Sinaloa.

Las imágenes –producidas por dos afamados realizadores musicales que han trabajado con cantantes de pop como Shakira– presentan a varios músicos que lo mismo sostienen acordeones que empuñan armas de alto poder. Los chalecos antibalas (pecheras, las llaman) dibujan con brillantes piedras los nombres de sus grupos de música norteña.

- Ser muy hombre.

Las manifestaciones de violencia han aumentado su intensidad y lo mismo han hecho estos narcocorridos, destinados a ensalzar las hazañas de sus protagonistas, pero también su estilo de vida. En los videos, los cantantes entonan sus letras con puñados de dólares –o con armas cortas– en la mano, mientras desfilan camionetas y autos de lujo, bebidas costosas junto a montones de cocaína sobre las mesas y mujeres que bailan y ríen envueltas en vestidos entallados.

“Sinaloa, qué bonito estado, porque en la batalla fui criado, Culiacán, qué bonita tierra, que todo me lo ha regalado: mujeres dinero y amigos, todo lo que soy, todo lo que he sido”. El Movimiento Alterado tiene más de 16 mil seguidores en Twitter y 80 mil en Facebook, donde principalmente los jóvenes expresan su gusto por la música y la moda derivada de este fenómeno.

En algunos de los corridos se compara la lucha de los cárteles por el control de los territorios con movimientos sociales que enarbolan una causa, como en el caso de Pancho Villa. Características como la inteligencia, el valor, la fuerza, la crueldad y la posición de mando son constantes en las canciones.

Esta forma de percibir a los integrantes del crimen organizado puede encontrar una explicación en lo que socialmente significa ser hombre, es decir, en la forma como se construye la hombría. Roberto Garda, director de la organización civil Hombres por la Equidad, habla con Letra S sobre el vínculo entre estos despliegues de violencia simbólica y la masculinidad, conceptos que están muy relacionados: “entre más abuso y violencia ejerza un hombre, más hombre se siente y las otras personas lo ven más masculino.” Es decir, la construcción social de la masculinidad siempre ha implicado la pelea entre hombres por ganar los espacios sociales, “a veces de forma más civilizada a través de elecciones, a veces de forma más incivilizada a través de la violencia”.

Para el sociólogo Mauro Vargas, quien dirige Género y Desarrollo (Gendes), otra organización civil dedicada al trabajo con varones, los estereotipos masculinos que los medios de comunicación posicionan “sí determinan mucho lo que puede ser aspiracional para cualquier individuo”. Hoy, los jóvenes están expuestos a imágenes donde predomina la idea tradicional de hombre: como un ser omnipotente, infalible, competitivo e impune, sostiene en charla con Letra S. “La impunidad es de las características más importantes (de la masculinidad), existe evidencia de que en este país se puede cometer cualquier delito y sólo un porcentaje mínimo va a ser llevado a algún proceso judicial”.

A esto hay que sumar lo que han señalado otros estudiosos del ser hombre, como los españoles Josep Vincent Marqués y Luis Bonino, y el canadiense Michael Kaufman, acerca de que la construcción social del género masculino nunca termina, esto es, la condición masculina no está dada sólo por la anatomía, sino que está sujeta a demostración constante a través de una serie de “pruebas” –la mayoría de ellas violentas– en las que hay que convencer al entorno de que se es lo suficientemente hombre, como un atributo que siempre está en peligro de perderse.

- La violencia como performance.

“Sus ojos destellan, empuñan sus armas, ráfagas y sangre se mezclan en una, estos pistoleros matan y torturan, desmembrando cuerpos avanzan y luchan”, canta otro de los corridos alterados. Garda señala en el libro Estudios sobre la violencia masculina que esta violencia es simbólica y significativa, es decir, es un símbolo que puede ser representado de muchas formas “y siempre es una forma de comunicar algo, a quien se violenta, a quien observa o a quien se entera aun sin estar presente; este mensaje siempre es una amenaza que intimida con control.” La canción termina con una sentencia que no da lugar a dudas: “la limpia empezó, que se cuiden las ratas, aquí está el mensaje, la clica lo manda”.

En este sentido, Garda escribe que la violencia es una forma masculina de montar un “espectáculo”, una forma de llamar la atención de quien sea, una manera de salir del anonimato, “una forma destructiva y autodestructiva de decir ‘aquí estamos’”.

Así lo retrata el periodista y escritor Alejandro Almazán en su novela Entre perros, que se acerca a los entresijos de la forma de actuar de los sicarios del narcotráfico. “Los chakas saben kuando te perdonan la vida”, escribe El Bendito, personaje central de la historia, en su ortografía trastocada por el analfabetismo, pero también por la moda. “Nomás debes mostrarles respeto. Eso es lo ke kieren, respeto”, le dice a su amigo Diego, un reportero especializado en el tema con el que compartió la infancia. “De ahí viene todo el rollo del narko, loko. Están hartos de ke los pisen, ke los vean komo unos mugrosos sierreños ke ni ablar zaben. Por eso usan la krueldad, porke es la mejor arma kon la ke kuentan para acerse respetar”.

Sin embargo, en opinión de Roberto Garda el crimen organizado actual no muestra un estereotipo especialmente diferente de hombre. Lo que sucede, sostiene el sociólogo, es que se reafirma que no existen modelos alternativos de ser hombre. “Y (los modelos actuales) no son solamente los narcotraficantes, es el modelo de político que tenemos en México, el modelo de hombre líder que no es líder sino que usa el poder para abusar”. Los jóvenes, considera, no encuentran modelos de masculinidad atractivos, y recuerda que tan condenables son los criminales de estos grupos como el político que roba dinero o el presidente que sube por un fraude al poder. “Todos son hombres ejerciendo el poder, reafirmando su masculinidad, son hombres luchando por el poder como luchan los hombres: con violencia.”

- Armado hasta los dientes.

Durante diciembre, los sitios web del Movimiento Alterado lucieron una postal con motivo de la Navidad: sobre un fondo rojo se erigen dos fusiles cuernos de chivo; de los cargadores que les dan el sobrenombre penden sendas esferas, mientras en la punta de uno de los cañones refulge la clásica estrella que coronaría un árbol navideño.

Históricamente, las armas han estado vinculadas a la hombría a través del personaje del guerrero. En la actualidad, existen muchas culturas donde el uso de las armas por parte de los hombres es “socialmente esperado y aceptado”, afirman Mireille Widmer y Gary Barker en el documento “Tiro al blanco. Los hombres y las armas”, expuesto en la Primera Conferencia de Revisión sobre la implementación del Programa de Acción de las Naciones Unidas para Prevenir, Combatir y Erradicar el Tráfico Ilícito de Armas Ligeras (2006), donde los activistas explican la importancia de considerar la perspectiva de género en el problema de la circulación ilegal de armas.

“Los hombres a menudo sienten la necesidad de demostrar públicamente que son ‘hombres reales’ y un arma es útil para logarlo”. El uso de estos artefactos se ve tan normal en países donde imperan la violencia o la guerra que “los hombres mayores les dan armas a los más jóvenes como parte del ritual de pasar de la niñez a la virilidad.”

Por ello, dicen los autores, reconocer el vínculo entre masculinidad, juventud y violencia no es satanizar a los hombres, sino aprovechar la oportunidad de identificar factores de resiliencia, es decir, aquellos que llevan a la mayoría de los hombres, aún en escenarios donde predomina la violencia armada, a resistirse a usarla. “Estos factores existen y necesitan ser fortalecidos.”

- Ejercer la violencia es una decisión.

Frente a los discursos que aseveran que la violencia es una característica natural de los varones, los especialistas responden. “Una manera de no cambiar es naturalizar la desigualdad”, dice Roberto Garda. “Una manera de decirle a alguien que no va a cambiar es decirle que está enfermo y que trae en los genes esa enfermedad, en este caso, la violencia. Y lo va a creer porque aunque la violencia sea incómoda, es más incómodo dejarla”.

Para el especialista con 16 años de trayectoria, el discurso que naturaliza en los hombres la fuerza, la sabiduría, la capacidad de opresión, el poder, va a estar siempre presente. “El asunto es cuestionar eso y no creerlo porque es una mentira”. Hacerlo depende de cada persona, pues cada cual tiene la capacidad de decidir comportarse de otra forma.

Mauro Vargas coincide en que no hay que quedarse con esta explicación esencialista, biologicista, pues todo esto es aprendido. “Si bien la agresión está en el ser humano como un factor latente, la violencia es un acto que yo puedo decidir ejercer o no. Puedo aceptar el enojo como una posibilidad, una emoción, pero puedo traducir esa emoción en una forma no violenta de expresión”.

Sin embargo, ambos reconocen que el problema no es sólo atribuible a los estereotipos de masculinidad, sino que tiene su origen en causas múltiples y complejas. Garda observa que por encima de las manifestaciones violentas más visibles está la violencia social “de falta de empleos para jóvenes, de desigualdad tan fuerte que hay en México: grupos con muchísimo dinero y gente muy empobrecida”. Por ello, sigue, hay contextos donde la gente no tiene opciones o piensa que no las tiene. “A mí lo que me preocupa es la violencia estructural silenciosa que no genera opciones.”

Se trata, dice por su parte Vargas, de problemas históricos y estructurales: pobreza no atendida, educación no brindada, información tergiversada y falta de acceso a la justicia.

- La salvaguarda de la hombría. El machismo dentro del Ejército.

Los integrantes de las fuerzas armadas deben conducirse con un rígido código de comportamiento. Entre sus pilares se encuentra la masculinidad hegemónica, es decir, lo que es socialmente deseable de cualquier varón. Cuando esta virilidad se cuestiona, sea por comportamientos considerados femeninos o por la abierta orientación homosexual de algunos de sus integrantes, el engranaje se activa para resguardar la integridad de la masculinidad.

“¿Oyeron? ¡Dijo que es puto! ¡Ustedes son testigos!¡Encañónenlo!” Con sorpresa y temor acataron la orden. El silencio era tenso. El sol caía a plomo en San Luis Río Colorado, Sonora, pero el sudor que humedecía los rostros de los militares estaba frío, como si lo hubieran sacado de un balde de agua helada. Trataban de disimular su nerviosismo y novatez. Siempre imaginaron que usarían su arma contra narcotraficantes y no contra ellos mismos.

Días antes, Julián de la Toba había recibido la primera señal. Con bromas y frases amables el sargento de su pelotón le dijo que se lo quería coger. El Ruso, como apodaban a Julián por ser blanco y rubio, había ingresado tres años antes al Ejército mexicano. Nunca ocultó su homosexualidad.

Al escucharlo, una sonrisa irónica se dibujó en el rostro del Ruso. De inmediato el sargento, quien tenía cierta fama de “mayate” –hombre que penetra a otro en una relación sexual,– se puso irascible. Subió la voz y le reprochó su negativa pues sabía que todos “ya se lo habían cogido”. Julián lo desmintió. A partir de ese momento “le cargó la mano”. Las fajinas se intensificaron y no le permitía descansar.

Lavar su camisola sin autorización fue el pretexto para arrestarlo. Los tonos de voz se elevaron. “¿Eres homosexual?”, preguntó. “Sí, pero no me dejaré coger”, respondió antes de tener varias armas apuntándole. El soldado de transmisiones solicitó que fueran por Julián. Alguien al otro lado del radio pidió al sargento que “le bajara de güevos”.

Tiempo después cambiaron de mando. Al Ruso nunca le ofrecieron disculpas pero le exigieron que no trascendiera el hecho. Ahora, Julián piensa que el incipiente discurso de los derechos humanos lo salvó en esa ocasión.

Para el Ejército Mexicano, el ingreso de elementos como El Ruso, abiertamente homosexuales, rompe con la identidad militar sustentada en la masculinidad hegemónica, es decir, en la promoción de valores o ideas referentes de cómo deben ser los hombres: fuertes, heterosexuales, resistentes al dolor, obedientes, disciplinados, homófobos y represores de sus emociones.

- Lo que representa el uniforme.

El deseo homoerótico al interior de una institución tan masculinizada como el ejército es una realidad que se niega a salir del clóset. Juan, uno de los militares dados de baja al resultar positivo al VIH, da cuenta de lo que sucede al respecto: “Que encontraban por decir al cabo con el soldado o al soldado con el cabo, entonces como le digo que ahí todo se sabe, pues se corre la voz, y se oía que se echaban al cabo, y cuando eso sucedía el ejército los daba de baja por ser indignos. Se hacía como un consejo de honor, o sea, se forma al personal, los ponen enfrente y al final los hacían que se quitaran el uniforme”. Para los psicólogos Ana Amuchástegui y Rodrigo Parrini, autores del ensayo Sujeto, sexualidad y biopoder: la defensa de los militares viviendo con vih y los derechos sexuales en México, publicado en la revista Estudios Sociológicos (2009), de donde proviene la cita anterior, el deseo homosexual al interior de la institución armada desordena e incita a la ruptura de jerarquías. Los investigadores de la UAM Xochimilco sostienen incluso que la razón de fondo de los ceses de los militares con VIH es el prejuicio contra la homosexualidad: “el problema reside en la trasgresión al silencio que el VIH supuestamente representa”. Aquí el estigma que liga indefectiblemente al virus con la homosexualidad y a ésta última como atentado a la masculinidad opera como dispositivo para disciplinar los cuerpos masculinos.

En palabras de Donato, otro militar dado de baja por la misma razón: “Ellos consideran que la homosexualidad no debe estar acompañando al hombre, entonces el hombre debe ser fuerte, debe ser rudo, debe ser grotesco, y por tanto si ellos representan esa imagen y hay una persona masculina que esté atentando contra esa masculinidad, pues debe de ser apartado porque les está echando a perder la imagen que ellos tienen. La consecuencia es que el homosexual debe salir de las Fuerzas Armadas, porque va contra lo que representa el uniforme”. (Tomado de la misma fuente citada).

- La hombría con violencia educa.

Elías Flores es un joven militar de 24 años de edad originario del estado de Veracruz. La historia de personajes como Pedro Calderón de la Barca y Miguel de Cervantes Saavedra, quienes fueron militares y también escritores, lo motivaron a sumarse al Ejército. A él también le gusta escribir y desde niño soñaba con ser soldado.

En los planteles y unidades militares nunca falta pretexto para “achicalar” a alguien. A Elías le tocó “tabla” por no traer sus botas suficientemente limpias. “Hay que ponerse en posición mortero –inclinado con las nalgas al frente– para recibir al menos 10 tablazos, si gritas o te quejas te dan otros diez”.

El cabo de transmisiones asegura a Letra S que el único requisito para quien va a “achicalar” es que sea de un grado superior al “achicalado”. Si no es así, “se pueden armar los putazos”, advierte. “Si te quitas te dan más, y si vas de culón –acusar ante un superior–, te va peor. “Achicalar” es algo que se festeja y comparte. Suele ser la bienvenida que te dan y nunca falta quien se una. Es un acto que todos disfrutan, excepto el castigado. Corremos la voz y aprovechamos para putearlo si es que nos cae mal”. Totalmente convencido, Elías asevera que la identidad militar implica ejercer y aguantar la violencia con impunidad y complicidad.

De acuerdo con Juan Guillermo Figueroa Perea, investigador de El Colegio de México (Colmex), la masculinidad hegemónica es una construcción cultural que dicta el comportamiento socialmente aceptado para los varones basada en el ejercicio del dominio a través de la violencia. En el documento “Elementos para el estudio de la sexualidad y la salud de los varones integrantes de las Fuerzas Armadas”, el académico subraya que el modelo masculino dominante incluye, como primera característica, a la heterosexualidad y un “activo rechazo” de la homosexualidad por estar asociada a comportamientos femeninos y por ende, “a algo socialmente reconocido como menos valorable”.

Añade que en una sociedad como la mexicana, los niños aprenden a rechazar prácticas de afecto, de erotismo y de cercanía con otros varones, así como a usar el calificativo “homosexual” como una muestra de minusvalía masculina.

- La sexualidad mutilada del macho.

Investigaciones realizadas en torno a la masculinidad dominante y la sexualidad de los varones han encontrado que mucho del erotismo se concentra en el pene, por lo que algunos autores, asegura Juan Guillermo Figueroa, la han clasificado como una “sexualidad mutilada” que privilegia la penetración por encima de cualquier otra práctica erótica, aunado a que “cosifica el cuerpo de sus posibles parejas sexuales sean hombres o mujeres”.

Cuando el cabo Elías Flores platica con otros soldados sobre mujeres, usualmente se refieren a ellas como si hablaran de objetos. Escasas veces abordan el tema de los sentimientos que les provoca salir con ellas. Incluso en esta relación de dominio se ve mal hablar de emociones, pues lo que les gusta es que los hagan sentir unos auténticos “machos” o “chingones”.

Suele suceder que en la cantina, cuando están “francos” o fuera de servicio, los “sapos”, como ellos se autodenominan, se refieran a las mujeres en términos estrictamente sexuales y genitales para demostrar poder y superioridad en el sexo ante los demás. Es una especie de “vigilancia mutua”, subraya el investigador del Colmex, para así cumplir con el modelo masculino dominante.

“Los sentimientos tienen poca cabida en estas pláticas. Presumimos las posiciones, que si las pusimos de ‘a perrito’ o ‘patitas al hombro’. No hay ternura. Muchas veces nos referimos a ellas como putas, incluidas nuestras hermanas”, señala Elías.

En su análisis, el sociólogo apunta que este panorama rígido de la sexualidad masculina no incluye a todos los hombres ni a sus diferentes prácticas sexuales, pero sí es identificado como parte de los modelos dominantes en diversos grupos sociales.

- La masculinidad deseable.

Ser hombre en el Ejército Mexicano implica cumplir con ciertas características físicas, de lo contrario, se duda de la “masculinidad”. Al menos así lo experimentó Julián de la Toba. Su cabello ondulado y rubio, así como sus ojos claros y su piel blanca, poco tenían que ver con los rasgos de la mayoría de sus compañeros.

A diferencia del Ruso, originario de La Paz, Baja California Sur, el batallón al que pertenecía estaba conformado por cerca de 600 soldados, casi todos provenientes de la región centro y sur de México y también casi todos de piel morena.

Al igual que otros “guachos” que no eran morenos, El Ruso sufrió lo que define como “una caricatura del machismo” pues independientemente de la orientación sexual y de si tienen o no una actitud varonil, el simple hecho de no ser morenos propicia que les llamen o piensen que son “putos”.

Con el paso del tiempo y ya fuera de las Fuerzas Armadas, Julián comprende que con esas actitudes fue discriminado y agredido en varias ocasiones. El discurso de los derechos humanos al interior de la institución castrense no tenía resonancias.

Revelar entre la tropa el gusto por la poesía, la música clásica o pop, la lectura o la pintura puede significar motivos de sospecha de la propia hombría, dice Elías. Agrega que los soldados aficionados a la pintura prefieren plasmar águilas, escudos nacionales, a los héroes patrios, soldados o escenas de guerra, para evitar las burlas de sus compañeros. “Incluso cuando algún superior te ve con alguna novela te pide que mejor leas algo de matemáticas porque eso no te va a servir”.

Sobre la música, la experiencia de Julián dice que más allá de la orientación sexual de los militares, a casi todos les gusta lo regional. Las cantinas son los lugares idóneos para escuchar duranguense, tropical, rancheras y hasta reggaeton. “Lo peligroso es que te cachen escuchando a Gloria Trevi, Lucha Villa o Paulina Rubio, porque a estas cantantes se les relaciona con la homosexualidad”.

Al respecto, René López, integrante de Género y Desarrollo (Gendes), organización civil que impulsa nuevas formas de ser hombre, señala que los ejércitos son instancias cerradas cuya vida interna, al menos en el caso mexicano, es tema prohibido, además de que constituyen el ejemplo extremo de la masculinidad hegemónica.

“La naturaleza del Ejército proviene de la necesidad de crear una instancia protectora de agresiones externas y de impulsar una fuerza que ayude a ampliar territorios. Su lógica es netamente machista y de someter a otros”.

En charla con este suplemento, López Pérez asevera que en este esquema de pensamiento se requeriría avanzar hacia sociedades con mayores espacios de equidad y solidaridad para fomentar y establecer otras formas de masculinidad, incluso al interior de las instituciones armadas, “debemos buscar otras formas de relacionarnos, y esto es posible a través de nuevos modelos de masculinidad”.

- Matthew Guttman: "La violencia no es natural".

Como parte de una serie de investigaciones en torno a la violencia masculina y su significación en entornos sumamente violentos como la guerra de Irak, de la cual ha dado avances en la serie de conferencias “Desertar en Irak. Masculinidades disidentes”, Matthew Guttman reflexiona para Letra S sobre los altos índices de violencia masculina registrados en México. El catedrático de antropología en la Universidad de Brown y coordinador de Changing men and masculinities in Latin America, replantea la asociación común entre hombres y violencia.

- En el contexto que se vive en México ¿qué valores en torno a la masculinidad se exacerban con los altos índices de violencia?

- Para mí no hay valores inherentes masculinos, ni en México ni en otros países del mundo. Al contrario, siempre es importante entender, analizar (y casi siempre) tratar de cambiar las relaciones de género, la violencia de hombre contra hombre y hombre contra mujer (casi no existe la de mujer contra hombre, con excepciones en el caso de mujeres contra hombres de la tercera edad).

- ¿Por qué hay una mayor incidencia de muertes por violencia en los hombres?

- Puede parecer extraño, pero quizá la cosa más importante es que la violencia masculina no tiene que ver con la biología, las hormonas, ni nada semejante. Los biólogos que han investigado la violencia han probado mediante diversos estudios que las mediciones “sobre la normalidad” de las personas no nos predicen quiénes van a ser violentos o no. Tampoco podemos explicar el problema por razones “culturales” sencillas. Las causas son políticas de poder y relaciones de género: en sociedades donde hay una impunidad de violencia masculina, hay más tendencia a la violencia por parte de los hombres.

- ¿Cuáles son los factores que permiten la impunidad de violencia masculina?

- No hay un factor primordial. Los factores pueden ser los valores sociales, culturales, políticos, legales, las leyes, la educación escolar y familiar y los medios de comunicación, en los cuales hay una falta de programas exponiendo el problema de impunidad, y también, a veces, una celebración de la misma bajo la explicación absurda de “así somos los mexicanos”.

- ¿Qué representa para la sociedad este fenómeno?

- Es un peligro. Mientras exista impunidad asociada a la violencia masculina, no hay posibilidad de una igualdad de condiciones de vivir para mujeres y hombres.

- ¿La violencia termina siendo un factor que define al hombre?

- Define a algunos hombres y a otros no. Siempre (dentro de nuestras sociedades actuales) representa una potencialidad masculina, sea realizada o no.

- ¿La ausencia de violencia en un hombre puede causar estigma en su contra?

- No necesariamente. Hay muchos hombres que son buenos padres y están orgullosos de serlo, hay hombres no violentos, ni física ni mentalmente, y no tienen problema. No se debe exagerar este supuesto estigma, pues se corre el peligro de fomentar más problemas y no de revelarlos y resolverlos.

- ¿Cómo es posible construir una identidad masculina sin la idea de violencia?

- No es posible ni recomendable o saludable intentar construir una identidad sin la idea de violencia: hay que hablar explícitamente de la violencia en general, incluso en relación a los varones (y mujeres), las y los heteros, homos, transgéneros… Hay que construir las identidades de varones (y los demás) en relación con los problemas sociales, no tratar de evitar los lazos y hechos y retos existentes, reales y durables.

Rocío Sánchez, Mario Alberto Reyes, Leonardo Bastida Aguilar, Letra S, La Jornada