El director griego Theodoros Angelopoulos falleció anoche, a los 76 años, víctima de un accidente de tránsito. El realizador fue embestido por una motocicleta cuando cruzaba una calle cerca de la ciudad portuaria de Pireo, donde se encontraba rodando. Según un portavoz del hospital al que fue trasladado, sufrió graves heridas en la cabeza. Horas después, el centro sanitario confirmó su fallecimiento.
Con él se va una figura que logró muy pronto, al principio de su carrera, algo que otros directores buscan toda su vida: un estilo propio.
Una manera de mirar el mundo absolutamente personal e intransferible, donde su cámara (su mirada) funde tiempo con historia y mito, y siempre alrededor de un tema recurrente en su filmografía: su país, Grecia, y su larga historia.
A lo largo de su vida, ganó prácticamente todos los premios deseados por un director de su trayectoria; todos menos el Oscar. Cerca de treinta galardones de primer orden jalonan su carrera, entre los que destacan el León de Oro en el festival de Venecia de 1980, por Alejandro Magno, y la anhelada Palma de Oro, conseguida en el festival de Cannes de 1998 con La eternidad y un día.
En Reconstrucción, de 1970, su primer largometraje, se acercaba a un hecho real, un crimen pasional, pero dos años más tarde rueda Días del 36, y se adentra ya en los temas políticos, una de sus constantes, con la denuncia de crímenes de estado y gobiernos débiles. Con este título inicia lo que, con el tiempo se dará en llamar su Trilogía de la historia, completada por El viaje de los comediantes (1975) y Los cazadores (1977).
Con la primera, El viaje de los comediantes,de cuatro horas de duración, Angelopoulos sentó las bases de todo lo que vendría después. Sus tomas son majestuosas, de una belleza formal arrebatadora. Habla de una compañía de artistas que viaja por el norte de Grecia durante un turbulento periodo de la historia del país, en los años cuarenta. Película de hálito épico, el lirismo de sus inacabables tomas se da la mano para realizar la que entonces era la película griega más cara de la historia y, también, la más crítica con su propia realidad.
Trabajó con Marcello Mastroianni en El paso suspendido de la cigüeña, y con Bruno Ganz en varias películas, una de las primeras La eternidad y un día (1998). Y con Hervey Keitel en La mirada de Ulises, uno de sus títulos más reconocidos y más vistos de toda su producción. Su carrera está marcada por apenas una docena de filmes. Nunca fue un director prolífico.
Lo que sí ha sido es el cineasta griego por excelencia durante más de cuarenta años. Nos quedaremos sin conocer, con su muerte, qué películas le hubiera inspirado la situación económica de su país y de toda Europa. Pero recordamos sus palabras: "Ahora más que nunca el mundo necesita cine. Puede que sea la última forma de resistencia ante el deteriorado mundo en el que vivimos. Al tratar de fronteras, límites, la mezcla de idiomas y de culturas, intento buscar un nuevo humanismo".
Angelopoulos ha sido uno de los héroes indiscutibles de eso que hemos llamado en denominar "cine de arte y ensayo", signifique lo que signifique en estos momentos, cuando ya no quedan ese tipo de salas gueto, tan habituales de en los años setenta, cuando Angelopoulos se convirtió en uno de los directores europeos imprescindibles en los festivales internacionales, que se peleaban por tener su última producción, pero ignorado por el gran público. En España se estrenaron sólo algunas de sus películas, como La eternidad y un día, y la mayoría de ellas, prácticamente todas, han sido editadas en DVD.
La Vanguardia