Aznar quiso ser protagonista ayer en la jornada central del XVII Congeso del PP, seguramente uno de los más tranquilos y sosegados que se recuerdan porque el partido no solo está consolidado en el poder sino que ostenta un grado de influencia inaudito en la historia democrática de España.
Aznar volvió a hacer ayer un discurso duro, muy suyo, pero totalmente distinto al que expresó con desagrado hace cuatro años en Valencia. Entonces resultó manifiestamente desabrido, en el tono y en los gestos. Ayer habló para entendidos. Sobre todo para Rajoy. Y se expresó más contenido, como recordaba un ministro actual del Gabinete que lleva a gala conservar rubricadas por el expresidente todas sus intervenciones en estos cónclaves.
El protagonista absoluto en estos momentos en el PP es Mariano Rajoy, que con su impronta galaica ha conseguido convencer a casi todo el mundo de que es independiente de todos los poderes cuando muchas veces parece indiferente. Rajoy, ayer, emitió dos mensajes. En el de fondo, con su discurso y su proyecto para España, se preocupó de asegurar que caben casi todas las ideas, las reformas, las políticas.
Fue en ese contexto cuando se permitió rebatir a los que dudan de que tenga en realidad muy claro qué es lo que debe hacer para sacar a España de este pozo. Y, por tanto, cuando respondió a la inquietud que representa Aznar y su reserva inmaterial de occidente. Rajoy sí comprende que tiene un mandato de mucho más calado que los diez millones y medio de votantes que cosechó en las urnas el pasado 20 de noviembre. “Es la hora de las respuestas”, repitió hasta tres veces.
Y se justificó ante los incumplimientos de su programa ya efectuados y los que tengan que venir ante el tenor de las circunstancias económicas y políticas. En el entorno de Aznar tienen miedo de que a Rajoy, al final, le tiemblen las piernas, o mejor la mano, para firmar en los próximos meses las reformas que creen que el país necesita para superar este marasmo actual. Dudan de su fortaleza y firmeza.
Rajoy habló ayer en público para avisar a propios y extraños y lo hizo como si una tercera persona, un votante, un militante de base o un dirigente avisado, le alertase de cuáles son sus deberes: “Ya te hemos votado, ahora cumple, haz lo que tengas que hacer: es la hora de las respuestas, de que lo preparado se aplique, de que lo programado se cumpla, de que lo que reclamaba arreglos se corrija”. Explicó que decía todo eso porque para él “el partido es lo que importa, lo que unifica, lo que sostiene y fabrica ideas” que merezcan la pena escribir luego en el BOE.
Pero lo hacía, sobre todo, para tranquilizar a los que le reprochan, dentro y fuera del PP, que sea tan pachorrón, que piense tanto, que tarde mucho en tomar decisiones. Pero Rajoy no se demora, prioriza. Y guarda muy bien sus tiempos y sus secretos, como se volvió a demostrar ayer en la comunicación sin filtraciones de su nuevo equipo de confianza. Podría parecer que juega, como sí hacía Aznar, a provocar la guerra de nervios entre sus colaboradores. No es exacto. Tarda más en componer los equilibrios. Aznar decidía y punto. Rajoy consulta. Ayer se marchó a comer con su esposa y otros dos matrimonios: el de María Dolores de Cospedal, la número dos clara del PP, y el de Javier Arenas, el hombre fuerte siempre en la sombra. Ese triunvirato será el que mandará en el PP en los próximos años. Cospedal logra su objetivo de no tener un número tres formal, es decir ni un coordinador ni un portavoz. La voz del PP será solo ella pero Arenas será el superbarón en todos los territorios.
El País