Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

Gerardo Iglesias: "Hablar de transición modélica es una broma pesada"

Gerardo Iglesias, que fue secretario general del Partido Comunista y fundó Izquierda Unida (IU), acaba de publicar Por qué estorba la memoria (Madera de Noruega Editores), un libro en el que relata la resistencia que la guerrilla hizo en Asturias desde que acabó la Guerra Civil hasta la muerte del último fugao en 1952. Una lucha desigual en una época sangrienta que el propio autor sufrió en la infancia.

Iglesias nació en 1945 en La Cerezal (Mieres, Asturias), una aldea de la cuenca minera central asturiana, que fue uno de los centros de la guerrilla y de la represión. Militante comunista desde los 15 años, llegó a la cúpula del partido en 1982. Renunció a todos sus cargos en 1988 y desapareció, por “la excomunión” de sus propios compañeros y por un accidente en la mina que ha afectado seriamente su salud. El libro le saca de casi 20 años de silencio voluntario. Ha investigado con personas y en archivos, ha construido su texto sobre 22 relatos y ha concluido en el epílogo que la democracia no ha sabido construir un relato común de la historia del franquismo.

- Usted sostiene que los guerrilleros se echaron al monte por huir de la muerte.

- Inicialmente huyen de la implacable represión de los que toman Gijón y derrumban el frente norte. Van al monte o a casas de familiares o amigos. En ese principio, muchos fueron capturados en sus refugios improvisados y otros se fueron entregando. Pronto empezaron a reagruparse y a organizarse en guerrillas. En la sociedad civil también hay rebeldía porque les apoyan cuando se constituyen en grupos de acción. Los dirigentes de los partidos del Frente Popular no tenían un plan B para la derrota y pasaron casi siete años hasta que la guerrilla tomó contacto con los dirigentes en el exterior.

- Cuando cayó Cataluña, hubo un intento de salida masiva de guerrilleros por el puerto de Tazones.

- Se frustró porque era una cita coordinada para cientos de personas procedentes de montes de toda la región. La Guardia Civil fue alertada por la deserción de algunos de los soldados que custodiaban el puerto. En la retirada, hubo enfrentamientos muy sangrientos entre guerrilleros y guardias civiles.

- ¿Por qué le interesó este asunto?

- Algunos guerrilleros me tuvieron en su regazo cuando era pequeño, pero la razón de fondo es que, después de treinta y tantos años de democracia, se mantiene en el olvido y la impunidad lo que fue la dictadura franquista. A raíz del anuncio de ETA del cese de su actividad armada, Soraya Sáenz de Santamaría decía que el relato de lo que ha ocurrido en el País Vasco lo debemos escribir los demócratas. Sin embargo, respecto a la dictadura y los incontables crímenes de la represión, no se quiere que sean los demócratas los que escriban el relato. Las transiciones de una dictadura a una democracia se hacen sobre tres principios: verdad, justicia y reparación. Aquí no hubo verdad ni justicia, y reparación, poquita, algunas pensiones y cantidades. Por intentar esclarecer crímenes de la dictadura a petición de las víctimas, Baltasar Garzón ha ido al banquillo. ¿Por qué no se aborda lo que fueron casi 40 años de dictadura sangrienta y por qué el Estado democrático no asume la reparación de las consecuencias de un Estado fascista?

- ¿Y la ley de la Memoria Histórica?

- Es lo más importante que se ha hecho. Hay algún pequeño avance en la reparación económica, pero en el tema tan sangrante de que España tenga las cunetas llenas de cadáveres, las instituciones sólo ofrecen ayuda a los particulares para investigar, localizar, exhumar y dar digna sepultura a esas personas. Reduce la acción del Estado fascista a algo particular, cuando esas personas no lucharon por una causa particular, sino por defender la república y restaurar la democracia. Las nuevas generaciones de historiadores han puesto en solfa la memoria de los vencedores, pero eso es insuficiente para construir un relato compartido que sirva de antídoto para el futuro y de barrera para que no se repita. Es necesario que los jueces investiguen y actúen, porque eso da más solidez a un relato de memoria compartida. No se quiere hacer porque lo impide la ley de Amnistía de 1977, contraria al derecho internacional y a tratados internacionales de los que España es parte. El comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha requerido a las autoridades españolas que anulen esa ley de Amnistía, que reconozcan la no prescripción de los crímenes de lesa humanidad y que investiguen, exhumen y ofrezcan entierro digno a las víctimas.

- Usted ilustra Por qué estorba la memoria con 22 historias.

- Me encontré con gente que sufrió y no contó nada a sus hijos. Entrevisté, ya nonagenario –murió hace poco–, a Manolín el de Lorío, cuya historia es un clamor contra la impunidad. Es un pastor que va al frente, acabada la guerra huye al monte, en 1945 cae malherido, pasa 20 años en el penal de Burgos, sale y sigue luchando por la democracia. Durante años, durmió en la sede del PC en Laviana. Para el nuevo Estado, no fue merecedor de una mínima pensión. Dos hombres del Partido Popular, que lo conocían y estimaban, hicieron una artimaña para que cobrara una mínima pensión agraria.

- Han pasado más de 70 años del fin de la guerra y no a todo el mundo le entusiasma recordar.

- El paso del tiempo no trajo el olvido. Los nietos de los muertos han hecho las asociaciones de la memoria, y los políticos los han atendido a regañadientes, salvo Izquierda Unida.

- En cada capítulo de su libro, destaca una forma diferente de represión… el hambre, el exterminio familiar…

- Opté por hablar de historias, pueblos y hechos concretos, introduciendo elementos que permitan ver más allá. A aquellas personas y a sus familias les dieron en todas las partes donde dolía. El padre de los Argüelles, que sufrió la tragedia tremenda de perder a casi toda su familia, se encontraba ahogado económicamente y vendió una mata de madera a la empresa Sela. Nicasio, que tenía la llave de la caja, le dijo: “Si quieres cobrar, que bajen tus hijos del monte”. Era una lucha por el exterminio de los que no pensaban como ellos, como había dicho el general Mola. Cuando entré en el PC, en 1960, ya no era así.

- Destaca la ayuda de la Iglesia en la represión.

- En Mieres, los frailes pusieron todo lo que tenían para que no les faltara nada a los criminales. Convirtieron el colegio en sala de torturas, y el convento, en la estación de partida al abismo: allí concentraban a los presos, los cargaban en camiones e iban a parar, vivos o muertos, a un pozo, donde desaparecían. En muchos interrogatorios había presente un cura que no se privaba de usar el bastón.

- Usted encontró a su lado a otra parte de la Iglesia, años después.

- Llegué a dirigir CC.OO. desde la casa sacerdotal de Oviedo. Recuerdo una asamblea en su gimnasio a las seis de la mañana y a un cura mayor, de los que duermen poco, preguntando: “¿Qué hacen ustedes aquí?”. Di el ingreso en el partido a algunos curas y el día que murió Franco yo estaba durmiendo en casa de uno, Manuel García Fonseca. Denuncio al sector de la Iglesia que se comprometió hasta el tuétano con el fascismo. No creo en inventos sobrenaturales, pero no soy antinada. Quien crea en una vida más allá es afortunado. Yo tendría resueltos los sufrimientos de mi enfermedad si pensara que me espera el paraíso.

- ¿Tiene recuerdos de la guerrilla?

- Recuerdo tener guerrilleros en casa, ver venir a la Guardia Civil, que se echaran al suelo y que mi padre saliera a recibir a la pareja con vino para evitar que entraran. Los niños éramos como tumbas y avisábamos del mínimo movimiento de la Guardia Civil. Cuando detuvieron a mi padre, recuerdo a mi hermano Lito, de 12 años, sangrando por los oídos de los pistoletazos que le dieron para que contara.

- ¿Por qué detuvieron a su padre?

- En julio de 1950, dos guerrilleros, Nicanor y Barranca, lograron ir a Francia. Los detuvieron los gendarmes y cometieron el error de decir que eran guerrilleros comunistas procedentes de Asturias. Pocos días después, el ministro del Interior francés, el socialista Jules Moch, decretó la ilegalización del Partido Comunista de España en Francia y la detención de sus dirigentes.

- Mal momento.

- Nicanor y Barranca acabaron entregados a la Guardia Civil. En el traslado a Asturias, en Llanes, los torturaron y les sacaron que Quintana, un guerrillero muy astuto, estaba en casa de una familia de El Pedroso de Mieres o en la de mi padre. El 14 de agosto de 1950, organizaron un gran dispositivo simultáneo. En el Pedroso, Adolfo Quintana y Ángel del Riego, el Canario, resistieron diez horas hasta que les quemaron la casa y, al salir, los acribillaron. En La Cerezal, detuvieron a mi padre y lo torturaron desde las tres de la madrugada hasta la una de la tarde, en que contó dónde estaba el pequeño arsenal que custodiaba. Fue directo al hospital porque le habían reventado el vientre. Le cayeron siete años de cárcel y cumplió tres y medio.

- ¿Qué pasó en su familia durante ese tiempo?

- En casa hubo hambre y miedo durante tres años seguidos. Casi todas las noches aparecía la Guardia Civil, a las 10, a las 11, a las 12 de la noche o la una de la madrugada. Siempre era igual. Patadas a la puerta, se les abría, entraban, desmantelaban todo. Había noches en que, a las 12, mi madre nos decía: “A lo mejor hoy no vienen, vamos para la cama”. Nos acostábamos y pumba. Hubiera sido mejor tener la seguridad de que venían todos los días.

- Usted entró en el Partido Comunista a los 15 años.

- Cuando entré a trabajar en el pozo El Fondón. Era guaje (ayudante) de Valeriano Lorenzo –que en la democracia fue alcalde comunista del concejo asturiano de Yernes y Tameza–, quien me empezó a hablar del comunismo, y le dije: “No tienes que esforzarte mucho, ya soy”. A los tres días, ingresé. Mi padre no se enteró. Mis hermanos entraron cuando me metieron en la cárcel.

- ¿Escribir un libro estaba en sus cálculos?

- Es un libro de autodidacta. Fui a la escuela hasta los 12 años, pero cuando había que trabajar en el campo no iba. Salí con las cuatro reglas y poco más. Me dicen que el libro tiene ritmo, que está bien escrito… La cultura que tengo la adquirí en la cárcel y leyendo.

- ¿Cuánto cumplió usted?

- Cinco años, en los que transité por las cárceles de Oviedo, Madrid, Palencia, Segovia, Soria y Jaén. En Soria, no teníamos casi tiempo para nada porque salíamos de una clase y entrábamos en otra. José Sandoval Moris, excelente compañero, llevaba la formación. Entre los presos había abogados, economistas, filósofos… Desde la nada me he visto obligado a producir miles de documentos dentro del partido: fui secretario de CC.OO. y del PC en Asturias y luego secretario general. Nadie me hizo un discurso, no tenía negro.

- Dice que está enfermo, ¿qué le pasa?

- En 1990 me reincorporé a la mina. Caí dentro, desde unos 15 metros, dando contra mampostas (puntales que sostienen el techo) que amortiguaron el golpe. En el sanatorio de la empresa me atornillaron desde la vértebra lumbar cinco hasta la tres. No había condiciones para hacer aquella operación, terrible y dolorosa, de nueve horas, y se cronificó una infección. Al cabo de un tiempo me quitaron lo que me habían puesto. Te lo enseño (saca una bolsa con unos aros y tornillos largos de un cajón). Los guardo por si tengo que hacer una portilla. Llevo cinco operaciones de esta envergadura. Me lesionaron varios nervios y tengo un dolor crónico, neuropático, que no tiene tratamiento y que soporto a huevo. Así, 17 años; algunos, en cama con dolores espantosos.

- Tuvo otros trabajos.

- Me las valía escribiendo, pero, en poco tiempo, cerró El Independiente, la emisora donde tenía tertulia se convirtió en musical, y rescindieron mi colaboración en un diario regional. Tuve un restaurante en Gijón durante dos años, y después me ofrecieron la delegación asturiana de una empresa de construcción de Madrid. Luego caí en barrena de salud. Ahora estoy algo menos mal. Supongo que se habrán regenerado algo los nervios lesionados.

- En el libro destaca que los guerrilleros mantuvieron su compromiso. ¿Y usted?

- Hasta la muerte. El libro es coherente con ese compromiso, pero no milito desde hace 20 años y ni me di de baja para no convertirlo en una noticia.

- ¿Cuánto ha cambiado su visión del mundo desde que vivía en La Cerezal hasta hoy?

- Ha cambiado. Y la sociedad, también. Llegué a Madrid como secretario general del Partido Comunista en 1982, después de una estrepitosa derrota electoral, e intenté cambiar el partido, que ya no servía, que había nacido en la Guerra Civil, había crecido en la clandestinidad y pasado muchos años bajo el estalinismo. Se creó IU para superar las limitaciones de los partidos que se esclerotizaron y convirtieron en máquinas electorales. No tuve gran éxito, porque acabó convirtiéndose en un partido convencional. Conecto bastante con lo que plantea el movimiento 15-M.

- ¿Han variado sus objetivos sociales?

- No han variado mis deseos de cambiar esta sociedad donde las desigualdades son cada vez mayores, en España y en el mundo. Hay que ir a una democracia más participativa, como planteaba en IU, y hay medios para ello con las nuevas tecnologías, que hasta ahora están siendo usadas para conocer lo que piensa la sociedad y subvertirlo. Las demandas sociales también han cambiado. Los partidos obreros defendían, básicamente, a una clase trabajadora implantada en grandes centros industriales. Hoy, los obreros trabajan en su casa con un ordenador. Hace un siglo no se demandaba ecología, igualdad entre hombres y mujeres ni globalización de los derechos sociales... Sigo siendo de izquierda y no soy un renegado ni un frustrado de la política.

- ¿Pero le dolió dejarla?

- Cuando regresé a Asturias, encontré gente con la que había trabajado mucho tiempo que me volvía la espalda por mi idea sobre la evolución del PC. Esa excomunión me dolió.

- Cuando ve a Santiago Carrillo, ¿qué siente?

- Nada. En el libro no sale bien parado porque analizo la relación de la dirección del partido con la guerrilla, pero no hay animosidad. La dirección en Francia tenía una información errónea y así lo reconoce a toro pasado. Enviaba un enlace que pasaba una semana y difícilmente se podían enterar de nada, con el añadido de que, durante el estalinismo, al jefe se le contaba lo que quería oír. Desde que lo expulsamos del partido –y la mayor responsabilidad es mía–, Carrillo me negó la palabra y no perdió ocasión de presentarme como traidor.

- ¿Le traicionó?

- No. Cuando acepté su propuesta de ser secretario general del PCE, le dije: “Tengo miedo de que te equivoques porque me has conocido siempre como un militante muy disciplinado, pero tengo mi personalidad y cuando asumo una responsabilidad, la ejerzo”.

- Se le descalificó por mujeriego.

- ¿Desde dónde me podían atacar? No había duda de mi compromiso, así que, desde una concepción purista estalinista, se metían conmigo porque me gustaban las mujeres. Me siguen gustando, no más que a otros, y siempre negocio, nunca violento voluntades. Nada que reprochar.

- Escribe en su libro que la transición fue un modelo de impunidad.

- Fue positiva, permitió logros importantes en aquella España atrasada, pero decir transición modélica es una broma pesada.

- Usted estaba ahí.

- Asumo la parte de mi poca responsabilidad. Cuento en el libro cómo aprobó el PC la asunción de la monarquía y de la bandera. Estábamos celebrando un pleno del comité central en un hotel de Madrid cuando el partido no estaba legalizado y en el orden del día no figuraban esos dos temas. Hubo una llamada, creo que de Adolfo Suárez. Carrillo salió de la reunión y volvió con una declaración, que leyó, donde se asumían la monarquía y la bandera. La razón es que el ejército había amenazado con venir a por nosotros. Así se pactó la transición. No hablo de los asesinatos de Atocha ni de otras presiones. No se le puede llamar modélica. Concluyó con una ley de Amnistía en la que decía que todos los posibles delitos de las autoridades quedaban impunes.

Javier Cuervo, Magazine, La Vanguardia