Nada es obvio en el Cuerno de África. La reciente liberación de dos rehenes occidentales por comandos estadounidenses puso de manifiesto que el rapto había sido llevado a cabo por bandas de delincuentes comunes, no por milicias. También que la disgregación de la anterior república ha favorecido, no solo, la creación de un vasto territorio dominado por islamistas radicales, sino también la proliferación de entes autónomas controladas por autoridades más pragmáticas y venales.
Puntlandia, en el extremo nororiental, ejemplifica la combinación de gestión política y libérrima visión comercial. El secuestro se llevó a cabo en el interior de esta república, conocida por prestar su litoral a la piratería. Los dirigentes locales aducen falta de recursos para impedir los delitos, pero la realidad desmonta sus excusas. El centro de estudios Chatham House ha publicado un análisis del profesor Anja Shortland, de la Universidad de Brunei, que revela la estrecha conexión entre la piratería y el desarrollo económico de la zona.
Los nativos han emulado las prácticas de la Ndrangheta calabresa, que, según el arrepentido Francesco Fonti, aprovechaba la desprotección de las aguas de jurisdicción somalí para deshacerse de los residuos radiactivos que sus contratas obtenían de varios hospitales europeos y otras instituciones, sin escrúpulos, con desechos tóxicos.
En 2005, el rescate medio por buque no superaba los 400.000 euros y el pasado año ya alcanzó los 7 millones de euros. Sin duda, el éxito de la piratería descansa en su proyección social. El informe apunta que esta industria ha librado a la región del efecto de la hambruna al permitir la adquisición de camiones para distribuir alimentos y divisas para comprarlos en el exterior.
La distribución de los beneficios evidencia esa cohesión popular. El 30% del importe del botín se destina a los bandidos, un 10% en diversos pagos a proveedores, incluido el personal que atiende a los rehenes en tierra, y otro 10% se destina a las autoridades, las mismas que condenan públicamente este pernicioso hábito. Los fundamentalistas tampoco permanecen ajenos a este reparto y, según algunas fuentes, han vencido sus reticencias a este negocio tras imponer el doble de este margen a los bandidos radicados en la localidad de Haradhere, uno de los bastiones corsos ahora bajo su dominio.
- Consecuencias económicas.
Shortland analiza imágenes realizadas por satélite que reflejan la intensidad lumínica de Puntlandia. El resultado es que los nidos de piratas no destellan, mientras que Garowe, su capital, y Bossaso, el principal puerto comercial, reflejan una gran concentración, acentuada en el último lustro. El auge se debe al crecimiento de la superficie urbana, doblada en cinco años con la aparición de edificios como hoteles de lujo, comercios, residencias con parking propio y una magnífica mezquita de nueva construcción.
Tal expansión viene dada por la influencia mafiosa, a juicio del investigador. Su cúpula, radicada en estas urbes, fomenta el crecimiento gracias a la demanda continua de costosa tecnología punta para la comunicación, vehículos de alta gama y qat, la droga habitual en el África oriental. El autor incluso señala que una acción contundente contra la piratería comportaría un perjuicio generalizado. En 2010 se calcula que su ejercicio generó 190 millones de euros y, paralelamente, originó un coste añadido al tráfico marítimo de 9.100 millones de euros que, por desgracia, no se muestra como una partida más de la cooperación al desarrollo.
El espíritu empresarial somalí también llega tierra adentro. Aunque parezca increíble, el comercio florece en las ciudades. La diáspora, casi el 15% de la población somalí, envía anualmente unos 760 millones de euros que permiten la subsistencia de allegados, impulsan la economía y sostienen infraestructuras básicas como la sanidad o la educación. El esfuerzo de agrupaciones de expatriados como Quests-Mida, que proporciona apoyo financiero y técnico, pretende sustituir la falta de instituciones públicas o su extrema debilidad.
- Expansión de los piratas.
Ahora bien, el caos también puede ser beneficioso. Los mercaderes se favorecen de la falta de tasas administrativas y fiscales para ofertar productos de todo tipo y a precios más bajos que en la vecina Kenia. Las transacciones tan solo han de abonar el correspondiente canon a las bandas armadas que controlan el lugar. En los mercados se pueden hallar incluso elementos desviados de la ayuda internacional y grandes stocks de armamento que ha burlado el embargo decretado por Naciones Unidas. Los cascos azules que colaboran con el Gobierno Federal de Transición le facilitan pertrechos que los dirigentes de Mogadiscio no dudan en vender a Al-Shabab, su enemigo, o exportar a áreas donde existe una gran demanda como los Grandes Lagos.
El clima de inseguridad no alienta la inversión de los correspondientes beneficios, derivados hacia el exterior gracias a esa comunidad emigrante a la que retorna parte del capital cedido. Su presencia es importante en Norteamérica, Sudáfrica y Europa del norte, pero sobre todo en Dubai, donde ha impulsado importantes firmas dedicadas a la exportación, y Gran Bretaña. Según todos los analistas, la expansión de los piratas responde a una estrategia pergeñada en Londres por individuos cercanos a los clanes implicados. El dossier de Chatham House apunta que comparten el 50% de las ganancias con empresas de abogados e intermediarios necesarios en la tramitación de los pagos.
Kenia parece el destino predilecto de buena parte de esa salida subrepticia de capitales. El país cuenta con una importante población indígena de origen somalí, además de numerosos refugiados. Entre sus mayores logros radica la implantación de un modelo propio de centro comercial integrado que tuvo su origen en Garissa Lodge, al este de Nairobi, y se ha extendido por todo el territorio en los últimos veinte años. Los detractores le achacaban su conveniencia para el lavado de dinero, un caudal que también se está empleando en estos últimos años en la adquisición de bienes inmuebles y parcelas en la codiciada costa, uno de los reductos del turismo de lujo.
Gerardo Elorriaga, Diario Vasco