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La solución para Cataluña: España (Bieito Rubido)

España tiene un problema en Cataluña. Complicación que conviene abordar lo antes posible y de manera clara, o terminará amargándonos en los próximos años. Y debería acometerse sin la falsificación de la Historia, que tan perversamente hacen los nacionalistas, y con los datos objetivos y fríos que se derivan de las balanzas fiscales. Cuanto antes se pinche el globo secesionista con racionalidad y la ley en la mano, mejor transitaremos por los duros años que nos quedan por delante. Comparto la preocupación de muchos españoles acerca de la inhibición del Partido Popular y la irresponsabilidad de los socialistas, al traicionar sus ideas y su historia en este asunto.

Los ciudadanos le dieron un mensaje claro a Mariano Rajoy: mayoría absoluta para enderezar España de nuevo y sin necesidad de pactos vergonzosos. Si no, ¿para qué quiere la mayoría el PP? El estado anímico de la sociedad española acepta ahora las reformas institucionales y los sacrificios que sean necesarios. Anhela un horizonte de esperanza. Y para ello prefiere que la mano tendida, que Rajoy anunció tantas veces, sea con la otra gran fuerza de este país, el PSOE. Así se evitará el error de volver a caer en el chantaje nacionalista, que no sólo no ha arriado ni una sola de sus banderas reivindicativas, sino que las ha aumentado. El techo de hoy es el suelo de mañana. Una espiral de desafíos separatistas viene acompañando todas las intervenciones de los dirigentes de CiU, junto con la tergiversación de la Historia y la manipulación de las estadísticas.

Populares y socialistas representan prácticamente el ochenta por ciento del electorado español. Y la democracia sigue siendo todavía el gobierno de la mayoría. Esas invocaciones emocionales y de sentimientos frente a la racionalidad son batallas superadas a lo largo de estadios históricos y perfectamente definidas como reaccionarias en todos los manuales de ideas políticas. ¿Podemos involucionar en esta materia? Podemos. Pero no nos conviene. Sería un retroceso histórico que nos convertiría en los peores antepasados. Es decir que les dejaríamos a nuestros hijos una España mucho peor que la que recibimos.

Dentro de la zozobra generalizada en la que todavía nos movemos, no podemos resignarnos a pensar que cualquier cosa puede pasar. Por el contrario, se demanda del actual Gobierno de España que no haya ni una duda acerca de lo que nos hace más fuertes: la suma de 47 millones de ciudadanos, todos iguales ante la ley, y sin privilegios ni diferencias en función del lugar de nacencia o residencia.

¿Es viable España? O, expresado de otro modo, ¿cuáles son las condiciones necesarias para su viabilidad? Reconozcámoslo: el actual sistema autonómico se ha mostrado muy ineficiente en muchos aspectos. No estoy abogando por su desaparición. Pero sí clamo por una redefinición del mismo y por un fortalecimiento del Gobierno central en aras de lograr una España más solidaria.

Las autonomías fueron buenas en muchos aspectos, pero, lejos de resultar un elemento integrador de la diversidad en todos los órdenes de España, han devenido en una insostenible e ineficiente plataforma para el medro de tendencias disolventes. Estas que, además, se han convertido en un obstáculo para el desarrollo del pueblo español, de los ciudadanos, como usted y yo. Todo ello agravado con la aparición de un caciquismo de nuevo cuño, alentado por redes clientelares y una oligarquía empresarial local a la que ya le va bien en ese ombliguismo, que financiamos con los impuestos de todos. Mientras, nuestras grandes multinacionales consideran que es mejor irse de España, porque la economía es global. Pobre España y pobres españoles. Si no te desprecian los malos, te desprecian los buenos.

Insisto, las autonomías fueron buenas y su redefinición todavía puede convertirlas en instrumentos eficaces. Pero su actual colapso sólo tiene solución en una España más fuerte y en un diseño nuevo del Estado autonómico. En este nuevo concepto debe abordarse, con valentía y sin complejos, la posibilidad de terminar con el café para todos. Incluso es probable una España autonómica de dos velocidades. Nos lo exigen el futuro y la angustiosa realidad presente. No es tolerable el actual fracaso escolar derivado de 17 sistemas educativos diferentes. O el mantenimiento de cien mil cargos políticos y asimilados, antesala de la disolución definitiva de los logros históricos alcanzados a través del Estado del bienestar.

Conviene en estos casos, siempre que se abordan cuestiones como la que hoy nos ocupa, volver a leer más historia o releer páginas tan lúcidas y luminosas como las que escribió el premio Nobel don Santiago Ramón y Cajal en el año 1934. Al abordar las ansias independentistas catalanas decía: «También los catalanes necesitan para fundamentar sus juicios situarse a espaldas de la Historia. Castilla no expolió nunca al Principado. Ella fue víctima como Cataluña de los funestos déspotas». Tampoco ahora se usurpa o se despoja a Cataluña de nada. Muy al contrario, su pertenencia histórica a España es la que ha hecho de ella su realidad actual, con sus luces y sus sombras,tras treinta años de autogobierno, aprovechados de manera irregular. Por eso, de nuevo, será en España donde encuentre el arreglo a sus problemas.

No fue España la que quebró Banca Catalana o Spanair. Ni siquiera la que jerarquizó determinadas inversiones frente a otras. Pero sí es España la que les da innumerables oportunidades de negocio a un buen número de empresarios catalanes. Sólo con una España fuerte le irá mejor a Cataluña, y para Cataluña siempre fue España su mejor negocio. Y así deberá seguir siendo.

Lejos de la confrontación simplista, el problema catalán, además de conllevarlo, como decía Ortega, habrá que abordarlo. Con valentía y con claridad; y entre otras muchas cosas, me atrevo a recordarles a los nacionalistas de cualquier signo que no hay nada que se parezca más a un hombre que otro hombre. Que venimos todos del mismo cansancio viejo y somos todos hijos del hambre, que suele cambiar de territorio con frecuencia. Y que la España actual tiene entre sus grandes virtudes el rico mestizaje histórico, que nos permite vivir lejos de donde nacimos, y la libertad como fuerza más fecunda y creadora.

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