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“¿ETA?, ¡jo, qué cansancio!” (Carlos Dávila)

Lo de "ETA, ¡jo, qué cansancio!”. No es una respuesta inventada; con ella me obsequió un reciente amigo cuando hablábamos de los problemas pendientes del país. Me hizo pensar. De pronto, parece como si este terrible asunto que nos ha asolado durante decenas de años haya dejado de interesar a la sociedad española. ¡Jo, qué cansancio! No es de extrañar que las víctimas estén seria y razonablemente preocupadas porque sospechan que la estrategia general es ir disolviendo el problema hasta que ninguna medida, por extraña que resulte, nos mueva a la conmoción. Esta semana, veíamos por enésima vez al asesino Gaztelu, ese Txapote repulsivo que tiene sobre sí directa o indirectamente cientos de crímenes, ufanarse con chulería desafiante en la Audiencia Nacional de su pertenencia a la banda terrorista. “Estoy orgulloso”, dijo el faccioso retando a todo un tribunal. Pues bien: ¿qué reacción ha causado en nosotros esta vil provocación? La contestación, esta: ninguna. Txapote, el sanguinario que propinó el tiro de gracia a Miguel Ángel Blanco, ya pasa desapercibido en un juicio como si se tratara de un robabolsos o de un ratero de suburbiomore.

- Olvido de sus fechorías.

Ha bastado que ETA deje de matar para que mayoritariamente este olvidadizo e inane país haya corrido un estúpido y cruel velo sobre todas sus fechorías. Para encontrar un título en primera página (e incluyo naturalmente a LA GACETA) que se refiera a la banda más abyecta que haya sufrido España en su historia, hay que bucear días y días y, aun así, el resultado es nulo. Me incluyo en el pecado y afirmo a continuación que esto es, precisamente, lo que pretenden no ya los asesinos y sus secuaces (ahora los de Bildu), sino los nacionalistas de diverso pelaje y, desde luego, el Partido Socialista, que, por boca o de Patxi López (¿se imaginan a este bodoque de presidente del Gobierno?) o del conmilitón de Ternera, Eguiguren, se cansa de pedir una cierta complacencia y hasta comprensión con el actual estado de los etarras que aún continúan en prisión. Si no fuera porque nuestra generosidad y, más aún, nuestra ingenuidad son abundantes, derivaríamos en que ahora mismo existe un acuerdo tácito –no quiero pensar en el expreso– entre todos los que tienen que decidir cómo terminar, en el lenguaje de los bandidos, con la organización terrorista.

Todos estos, que existen, ¡vaya si existen!, están comprobando diariamente que a los ciudadanos el asunto ETA les trae ya por una higa; es más, y como decía al principio de esta crónica, que les enoja el recordar su existencia, que lo dan por acabado y que prefieren incluso no enterarse de cuál puede ser el camino para vaciar las prisiones y devolver a estos sujetos indeseables que nos han matado, extorsionado, perseguido y humillado a su entorno natural, un entorno menos trágico, eso sí, del que existía cuando ellos fueron aprehendidos, pero en el que sostienen las mismas premisas por las que ellos desenfundaron las pistolas o colocaron coches bomba en los bajos de cualquier automóvil que les resultara enemigo. Todos los que nos estamos mostrando inermes y ajenos al destrozo de ETA no es que ya no queramos recordar su extremado salvajismo, su miserable crueldad, sino que –siento decirlo así– empezamos a sentirnos fastidiados porque las víctimas reclamen protagonismo. Cada vez que un irresponsable político se atreve a afirmar que “las víctimas no deben ser las que intervengan en el proceso”, un escalofrío de total rabia me recorre el espinazo. Pero ¿cómo se puede ser tan asqueroso? Las víctimas son las únicas que tienen jerarquía para no olvidar o hasta para perdonar si lo deciden y, en todo caso, para urgir a que se cumplan las penas a las que fueron justamente condenados los sujetos que las dejaron sin padre, sin hermano o sin amigo.

- Incapacidad y complicidad.

Y no me digan que no es así. Algunos políticos piden remilgadamente a las víctimas que se retiren, que no sigan incordiando más, y el mensaje cala en la población porque, al fin y al cabo, ETA ha dejado de matar. Que se sepa esto: los únicos beneficiarios de esta deplorable postura son los propios criminales y sus encubridores.

Ellos están consiguiendo que todos los postulados que exigieron con la parabellum en la mano los asesinos puedan cumplimentarse en breve tiempo. Afortunadamente –pienso honradamente que es así– el PSOE ha sido derrotado en todos los frentes democráticos, porque si todavía permaneciera en el poder ese enorme indigente y felón político que ha sido Zapatero, es muy posible que a estas horas ya estuviéramos contemplando cómo el famoso y repulsivo proceso se estaría acelerando a velocidad de vértigo, cómo los eternos negociadores del PSOE y sus ganapanes del exterior seguirían dándose el pico con los jefes etarras y, sobre todo, con ese Ternera, jefe de las mayores procacidades sanguinarias, que aún sigue en libertad con la anuencia de sus vigilantes, los agentes del Centro Nacional de Inteligencia. ¿O no es así? Nada me complacería más que el Gobierno desmintiera de verdad, pero sin ambages, ni desviaciones oblicuas, que del tal Ternera se ha perdido toda pista. Prefiero la incapacidad a la complicidad.

Porque lo cierto es que la complicidad, por la vía estúpida del desestimiento, ya está lograda. Ese “¡jo, qué cansancio!” no es inocente, es decididamente culpable, es, como estoy señalando, lo que quieren los terroristas, sus ayudantes, los separatistas más radicales y una buena parte del socialismo que antes depositó en el arreglo con esta banda todas sus esperanzas electorales y que, una vez que estas no han sido satisfechas, sino todo lo contrario, aspira ahora a lo que ha sido (Eguiguren es el ejemplo más notorio) su guía política sempiterna: el acuerdo o la convivencia con la izquierda sea esta todo lo secesionista que sea. Sorprende, en consecuencia, que una gran parte de la derecha ideológica del país caiga en esta trampa librándose de lo que pueda estar ocurriendo con ETA. Que se sepa bien: hoy por hoy, me creo a pies juntillas las repetidas declaraciones del ministro del Interior, Jorge Fernández, sobre la persistencia de la estrategia policial del Partido Popular, pero mentiría si no dijera que me escaman –me mosquea, aseguraría ahora un castizo– algunas excarcelaciones que se están produciendo y, sobre todo, la continuidad del apoyo del PP a ese PSOE vasco que ha apostado directamente por el entendimiento con los que fueron incluso sus asesinos. Me mosquea mucho.

- Miserable ‘proceso’.

Por tanto, me siento en la obligación de agitar las conciencias de los que, por una u otra causa, están abducidos por ese letal “¡jo, qué cansancio!”. Hagamos lo que hagamos con nuestra política penitenciaria, pactemos lo que pactemos con los separatistas de la pistola, estos no van a cumplir otro propósito que el de romper la Nación española y el de convertir el resultado de la secesión en una suerte de Afganistán donde hasta los idiotas que ahora les ríen las gracias van a ser marginados. Y, ¿qué decir de las víctimas?, ¿qué decir de las víctimas de los asesinos? Pues sólo esto: que el que siga diciendo que no deben intervenir en el deplorable proceso de paz con los terroristas es, sencillamente, un miserable.

La Gaceta