El escándalo no es lo que un líder sindical haga con lo que cobra como consejero de un banco, sino que los sindicatos llevan mucho tiempo agitando el espantajo de los salarios supuestamente desmesurados de los consejeros de los bancos y que a la hora de la verdad se benefician de lo que tanto denuncian. El escándalo es el cinismo, la permanente tomadura de pelo de unas élites sindicales que han hecho su modo de vida del sufrimiento ajeno, exprimiéndolo, usándolo como munición y optando siempre por la estéril estrategia de la confrontación que justifica su existencia. Y su sueldo.
El argumento de que el líder sindical madrileño dona lo que cobra como consejero a su sindicato es un insulto a la inteligencia. ¿Qué le hace pensar a Martínez que es más noble donar su dinero al sindicato que gastárselo en restaurantes y en copas y favorecer de este modo que algunos profesionales se ganen mejor la vida y salgan tal vez de un apuro? ¿Qué plus de integridad tienen las arcas de un sindicato que no tengan las arcas de una coctelería, de un restaurante o de una tienda de ropa? ¿Qué mejor modo existe de reactivar la economía y de asegurar puestos de trabajo que el de consumir y gastar?
Cuando tú gastas en un comercio sabes que contribuyes a fortalecerlo, y que la prosperidad de las empresas -y no las arcas de los sindicatos- es lo que garantiza empleos y derechos. En cambio, nadie sabe qué hacen los líderes sindicales con las arcas de sus sindicatos, ni si este dinero sirve realmente para algo más que para pagar los emolumentos de sus dirigentes.
La arrogancia sindical y su cinismo son una de las peores lacras de España. Sus parámetros económicos son lamentables y sus élites practican lo contrario de lo que predican. Por mucho menos, cualquier político pillado en la flagrante doblez de Martínez se habría visto obligado a disculparse, a rectificar y a dimitir. ¿Pero alguien recuerda cuándo fue la última vez que un sindicalista se disculpó, rectificó o dimitió?
El escandaloso caso del secretario general de la UGT de Madrid es uno más en la bochornosa lista, y no tiene justificación alguna y mucho menos la que el implicado ha querido dar. Su desfachatez es la propia de los que se sienten impunes y creen estar por encima de cualquier ley, y del bien y del mal.
Sindicatos y sindicalistas están fuera de la realidad, pertenecen a un mundo que ya no existe, sus planteamientos son anacrónicos e inútiles, y muy frecuentemente de una demagogia tan bronca como perniciosa. Cada día representan a menos gente y sus escaramuzas callejeras son una burla a la angustia por la que tantas personas están pasando y que no se resuelven con movilizaciones, sino cambiando de paradigma moral, trabajando duro y aprovechando cada oportunidad.
Eso, claro, si no consigues que te paguen 180.000 euros al año por ser consejero de un banco.
El Mundo