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Miguel Hermoso: “Los directores huimos de ciudades con mucha personalidad, como Granada, para que no nos vampiricen las historias”

Miguel Hermoso, director de cine

Con ‘La luz prodigiosa’ se sacó la espina de no haber rodado en su tierra y apunta que prefiere la Granada actual a la ciudad “hosca, cerrada y conservadora” que dejó en 1965

Miguel Hermoso (Granada, 1942) tenía dos pasiones adolescentes. Una la saciaba en el viejo Los Cármenes cada dos semanas, donde acudía puntual a ver a Carranza, aquel delantero argentino que llevó al Granada a la final de Copa del ’59 antes de que lo pretendiera sin éxito el Barcelona de Helenio Herrera. La otra la alimentaba a diario y a oscuras, dos condiciones más que dudosas en aquella Granada “conservadora, cerrada y hasta hosca” de primeros de los ’60. Esa pasión no era otra que el cine. El Capitol, el Cervantes, el Olimpia, el Albéniz, el Palacio del Cine, el Regio… y el Aliatar, su preferido. Las salas de cine fueron el refugio perfecto para un chaval que ‘huyó’ a Madrid para estudiar cine a espaldas de sus padres, que limpió escaparates para subsistir hasta que hizo las paces con su familia, y que cada vez que ahora regresa a su ciudad no duda en peregrinar por los lugares, la mayoría desaparecidos, donde un día le declaró amor eterno a la afición que con el tiempo le dio de comer y, sobre todo, le permitió cumplir su sueño juvenil: ser director de cine.

- ¿Cuándo se marchó de Granada?

- En 1965. Desde mis tiempos del PREU andaba metido en grupos de teatro y cineclubs porque era lo que me gustaba, aunque empecé a estudiar Derecho. Al terminar segundo, me enteré de que se iban a hacer las pruebas de ingreso para la escuela de cine y, sin que mis padres se enterasen, me vine a Madrid con la excusa de visitar a un pariente.

- ¿Y ahí empezó el sueño?

- Qué va. No tenía ninguna esperanza de ingresar porque se presentaba mucha gente y entraban muy pocos. Aquel año nos presentamos casi quinientos y entramos ocho. Fueron cuatro exámenes a lo largo de un mes y, al final, tuve que enfrentarme al momento de decirle a mis padres que tenía la posibilidad de estudiar dirección de cine y que no pensaba desaprovecharla.

- ¿Abandonó entonces Derecho?

- El primer año, sí. Mi padre se enfadó y me dijo que me buscara la vida, así que malviví como pude trabajando en muchas cosas pero, afortunadamente, nos reconciliamos. La condición fue que me costearía los estudios de cine en Madrid si terminaba la carrera, así que ya me quedé aquí y me presentaba por libre en Granada hasta que me saqué el título.

- ¿Cómo vivió aquel primer año?

- Hice de actor maldito en la compañía de teatro español, cobrando muy poco. Escribía para pequeñas revistas de cine y estuve dos meses limpiando escaparates. Cuando hice las paces con mi padre, me permití lujos como vivir en una pensión menos cutre que la primera.

- ¿Qué recuerda de los viejos cines de Granada?

- Siempre que voy allí dedico un día a peregrinar por esos viejos cines, casi todos desaparecidos. Enfrente de mi casa estaba el Capitol y cerca, el Palacio del Cine. Los conocí todos en mi adolescencia porque prácticamente iba al cine a diario. Italo Calvino dijo que en su juventud estaba obsesionado con el cine porque lo que veía en la pantalla era más real que la vida que había fuera de ella. Las películas tenían un principio, un desarrollo y un desenlace, y sentimientos como la bondad o la maldad estaban fielmente representados. El cine era coherente y fuera reinaba el caos. A mí me pasaba lo mismo.

- ¿Prefería la sala de cine a la Granada de entonces?

- Era una ciudad muy provinciana, muy cerrada y con una clase media bastante conservadora, incluso hosca con todo lo nuevo. Como dice Muñoz Molina, Granada es una ciudad bellísima que guarda un puñal dorado para aquellos de sus hijos que triunfan fuera. Afortunadamente, ha cambiado mucho, pero es que el hecho de que yo me marchara a estudiar cine a Madrid no sólo sorprendió a mi familia, sino a mis propios amigos. El cine fue mi refugio de todo aquello y me vine a Madrid también para huir de esa ciudad cerrada. Me gusta infinitamente más la Granada de hoy.

- En un cine de verano.

- ¿En qué cine se desvirgaron sus ojos?

- La primera película fue en un cine de verano del Camino de Ronda cuyo nombre he olvidado. Los cines que más frecuentaba eran el Aliatar, mi preferido, el Capitol, el Palacio del Cine, el Regio, el Cervantes, el Albéniz, el Albaycín, el cine Granada, el Olimpia, junto a la casa de la Perra Gorda, el Madrigal… iba casi todos los días. Y hablo de unos tiempos en los que había que sacar las entradas el día antes.

- ¿Le falta a Granada una gran película?

- Ciudades cinematográficas hay dos o tres: Los Ángeles, Nueva York y París. A Granada no le falta una película y le voy a dar una razón. Las ciudades con mucha personalidad son contraproducentes para los directores. Huimos un poco de ellas para que no nos vampiricen la historia y los actores. Además, una pantalla nunca puede reflejar el ambiente verdadero de una ciudad. Yo tenía una deuda personal con rodar en Granada y, afortunadamente, ya la saldé con ‘La luz prodigiosa’.

- ¿Qué tal se lleva con la crítica?

- Tenemos un pacto de no agresión y soy amigo de gente como Carlos Boyero o Diego Galán. Con Carlos me llevo bien, entre otras cosas porque le han gustado todas mis películas. De todos modos, creo que en los últimos tiempos algunos críticos han entrado en un camino equivocado por tratar de lucirse en sus críticas pero sin aportarle nada al espectador. También por eso no me gusta ir a los festivales, porque son el paraíso de los críticos.

- Su última película, ‘Lola’, es de 2007. ¿A qué se dedica un director entre cinta y cinta?

- A escribir y preparar la siguiente película. En mi caso, he escrito dos guiones pero no se han llegado a hacer por cuestiones económicas.

- ¿Qué proyectos le tiene frenados la crisis?

- Me contrataron para dirigir una película prevista para este año, ambientada en los días de la Constitución de Cádiz pero, desgraciadamente, no se ha hecho porque la iba a producir Sancho Gracia, que anda mal de salud. Cuando cumples una edad y has hecho varias películas, te planteas hacer solamente cosas que valgan la pena. Mi vida la tengo modestamente resuelta y puedo permitirme el lujo de elegir?

- ¿Cine subvencionado o con exenciones fiscales como en Estados Unidos?

- Sin ayudas estatales, el cine europeo no puede competir con el americano, que controla la industria y maneja presupuestos diez veces mayores que los nuestros. Eso sí, conviene aclarar que las ayudas dependen de la asistencia del público.

- Si un director no estrena en mil salas a la vez, ¿ya hay que considerarlo director de culto?

- Lo de las etiquetas es cosa de los periodistas. A Iván Zulueta, compañero mío en la escuela de cine y ya fallecido, siempre lo catalogaron como director de culto. Sólo hizo una película y a mí me decía que estaba “hasta los cojones de ser director de culto”. El problema esencial es que es muy difícil amortizar una película con la taquilla. El cine, tal y como yo lo concebí de pequeño, ha terminado.

- ¿Hacia dónde va entonces?

- La mayoría de las películas se ven ahora en la pantalla del ordenador y hay que reciclarse. El cine como espectáculo de salas quedará como algo residual, como pasa con el teatro.

- Como un relámpago.

- ¿De qué película se siente más orgulloso?

- La más conocida es ‘Truhanes’, pero en la que he puesto más corazón es ‘Como un relámpago’.

- ¿Por qué?

- Es algo más o menos íntimo pero lo voy a contar. Yo fui muy amigo de Pilar Miró. Mi hijo y el suyo, Gonzalo, pasaron mucho tiempo juntos. Hubo una época en la que yo me convertí un poco en su padre alternativo ya que él nunca conoció al suyo. Un par de veces se sinceró conmigo y me reconoció que su gran problema era no haber conocido a su padre. Yo plasmé esa ausencia, esa preocupación del chico, y por eso es la película que tiene más de mí.

- ¿Cómo se lleva eso de ser ‘el padre de Miguel Hermoso’?

- A mi hijo le desaconsejé que fuera actor. Sufren mucho con la relación con su propio cuerpo y con el paso de los años. Siempre van un poco en desacuerdo con su edad y de jóvenes les ofrecen papeles de niños, de mayores les salen papeles en los que se sienten viejos… además, se tienen que ganar cada trabajo sin que cuente lo anterior. Viven en un sinvivir, hay mucha competencia y mucha envidia entre ellos.

- ¿A qué directores admira?

- A muchos. Que me hayan marcado: Billy Wilder, Hitchcock, Goddard y Truffaut. Luego hay películas inolvidables y directores apasionantes como Robert Guediguian, cuyas películas yo hubiera firmado todas.

- ¿Y a qué actor le hubiese gustado dirigir?

- A Jack Lemmon. Hace muchos años, vino a España a presentar una película y me fui con un guión que tenía para él, que le hice llegar a través de su representante. No he vuelto a saber nada. Seguramente, Lemmon ni se enteró porque en cada ciudad europea habría treinta directores queriendo rodar con él.

- Rodar en Granada.

- ¿Volvería a filmar en Granada?

- Me gustaría, pero no lo sé. No me han ofrecido nada que transcurra en Granada, aunque entre las diez o doce historias que suele manejar cualquier director, tengo alguna que sí me gustaría narrar en mi ciudad, aunque no aparezca la Alhambra, el Albaycín y los lugares típicos. Me gustaría hablar de la juventud granadina.

- ¿Qué es la malafollá?

- Los granadinos vivimos en una coyuntura mitad real mitad irreal. A cualquiera que le dices que eres de Granada te responde que es la ciudad más bella que conoce. Sin embargo, los granadinos sufrimos la dicotomía de vivir en un sitio donde nos tenemos que buscar la vida y trabajar como todo el mundo, pero en un lugar de cuento. Tenemos una ambivalencia entre lo musulmán y lo castellano. La forma de la ciudad es árabe pero su alma es inequívocamente cristiana. No alardeamos de lo nuestro porque no llegamos a comprender nuestra ciudad. Creo que por ahí viene la malafollá.

- ¿Cómo va ese lobby granadino en la cúpula de la SGAE?

- Ya lo he comentado con Miguel Ríos. Estamos Juan Carmona, Eva la Yerbabuena, Miguel y yo. Miguelito me ha dicho que tenemos que organizar algo y es uno de los objetivos que me he puesto como vicepresidente. No sé en qué consistirá pero queremos hacer algo allí.

- ¿Cómo bajan las aguas por allí?

- La nueva directiva cuenta con el apoyo incondicional de los socios pero con dos déficit que hay que solucionar. El primero es la imagen de la SGAE con respecto a la sociedad. Me gustaría que no viera como una institución que está para ayudar a la cultura, como el Museo del Prado, no sólo para recaudar. El otro reto es el problema económico, pero el principal desafío es el otro.

- ¿Qué estaría haciendo Miguel Hermoso de haberse quedado en Granada?

- Sería un amargado. Algunos amigos de aquella época me lo dicen cuando nos reunimos. “Tuve que hacer lo mismo que tú pero no tuve cojones”, comentan. Afortunadamente, tengo que agradecerle a la vida que me haya permitido cumplir mi sueño.

Manuel Pedreira, Ideal