El líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha enterrado la política que impulsó José Luis Rodríguez Zapatero de abrir las puertas y ventanas del PSOE, de evitar que Ferraz sólo fuera «un lugar hecho para conspirar» -como siempre decía José Blanco- y de que el partido propiciara la libertad de debate, abierto a los medios de comunicación y, por tanto, a los ciudadanos, hasta con opiniones internas distintas. En contra de lo que se piensa, a Zapatero no le fue mal con esta fórmula.
Sin embargo, en los casi ocho meses que lleva Rubalcaba al frente, el PSOE parece que ha vuelto a encerrarse en sí mismo. Se ha convertido en un lugar de conspiraciones, de silencios, de que al que filtre lo echo, de sólo hablar o escribir en medios afines y de un férreo control de la comunicación.
El incidente con la presunta filtración de Maru Menéndez del contenido de una Ejecutiva Federal, por una información publicada por EL MUNDO, y la posterior valoración de Rubalcaba a micrófono cerrado, asegurando que la iba a expulsar de la Ejecutiva, ya fue un aviso de cómo funciona ahora el partido. Se presumió de que la orden interna era que «las Ejecutivas no se cuentan».
Pero hace una semana se han producido otros dos hechos claves que, incluso, no han entendido muchos dirigentes del PSOE. Fue la decisión tomada por Rubalcaba de protagonizar a puerta cerrada tanto su intervención en el Comité Federal del PSOE como su primera reunión, en el inicio del periodo parlamentario de sesiones, con el Grupo Socialista. Zapatero, en ambos foros, siempre transmitió su mensaje ante los medios de comunicación a puerta abierta, aunque el debate interno fuese sin las cámaras.
Hasta algún veterano socialista, que estuvo en ambas reuniones, lo considera absurdo. «Rubalcaba hizo un gran discurso, sobre todo en el Comité Federal, y no había nada que ocultar, o que no se pudiera oír. La verdad, no se entiende», afirmó.
La explicación del PSOE es que Rubalcaba quiere hablar con libertad y propiciar el debate interno con toda claridad, pero detrás se esconde un cierta forma de entender cómo funciona un partido. Todo mejor a puerta cerrada, a escondidas. Otro diputado del PSOE no lo entiende: «Sobre todo, cuando la sociedad clama por partidos abiertos, transparentes, cercanos y comunicativos».
Pero parece ser una forma de ser y de estar. Porque aunque con motivo de la Conferencia Política de noviembre, al PSOE se le llena la boca de abrirse a la participación ciudadana, lo cierto es que, como en el funcionamiento interno del partido, todo está decidido de antemano por no más de dos o tres personas.
De hecho, en el PSOE cada vez se convocan menos Ejecutivas -se ha roto la dinámica de una cada 15 días-, y se limita todo a una reunión de la Permanente -los miembros con área, todos afines al secretario general-, donde se toman las decisiones.
Aunque lo cierto, según varios dirigentes, es que las decisiones se reducen a dos personas: Alfredo Pérez Rubalcaba y Elena Valenciano, la número dos. Ambos ejercen un férreo control de la organización, y nadie que quiera seguir teniendo «carrera política» da un paso sin consultarles.
Valenciano tiene el control total de la dirección del Grupo Socialista en el Congreso -fue ella quien decidió que su amiga Soraya Rodríguez estuviera de portavoz-, y de toda la política de comunicación del PSOE.
Pero todo este modelo de funcionamiento no parece ser ni siquiera efectivo. El PSOE ha dejado de tener una línea clara. Las improvisaciones semanales sobre estrategias, actos que convoca y desconvoca o línea política a seguir, son un clamor. Lo mismo se da prioridad a una propuesta sobre las preferentes, que luego se archiva en el baúl de los recuerdos, porque la clave está en contestar al portavoz del PP en el Congreso, Alfonso Alonso...
...O se van a explicar las líneas de la Conferencia Política, y se suspende el acto horas antes porque aún no están claras y hay un cierto revuelo interno. O se hace una crítica durísima al Gobierno para, al día siguiente, hablar de «oposición útil», y bajar el tono del discurso.
Y es que en la política de comunicación interna y externa, el PSOE también ha cambiado.
Si Zapatero concedía entrevistas a prácticamente todos los medios, Rubalcaba no está dispuesto a ello. No es que mantenga la posición que en su día tuvo Joaquín Almunia de pedir a todo el partido el veto total a un medio de comunicación -ocurrió con EL MUNDO allá por los finales de los años 90, y sólo José Bono se lo saltaba-, pero él personalmente no piensa hacerlo.
Todo esto no está pasando inadvertido para muchos dirigentes socialistas que, de momento en privado, se quejan de cómo está funcionando el partido.
Lo cierto es que, como de su gestión de Gobierno, de cómo Rodríguez Zapatero entendía que tenía que ser el PSOE, casi no queda nada, y vuelve el funcionamiento al más puro estilo felipista que, en el fondo, fue lo que conoció Pérez Rubalcaba.
Manuel Sánchez, El Mundo