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Cuando la verdad no importa (Jordi Sevilla)

Tal vez vivamos, o no, en una sociedad líquida (Bauman), pero presenta tres rasgos fluidos que afectan decisivamente a la manera en que actuamos sobre el mundo a través de la política. Tenemos memoria de pez, tan cortoplacista que por ejemplo ya no recordamos que Rajoy culpó directamente a ZP cuando nos negaron, por primera vez, los Juegos Olímpicos para Madrid. Eso permite, a fuerza de manipulación propagandística, construir realidades artificiales del tipo «España nos explota fiscalmente» o «no conozco a ese corrupto con el que he trabajado 20 años». Y tercero, todo se relativiza, hasta el punto de que la opinión sobre un asunto complejo como el cambio climático de un primo listo se contrapone, sin rubor, a la del 80% de los científicos expertos reunidos por la ONU. En ese contexto, más vaporoso que líquido, repetir lo obvio para no perder pie con el sentido común se convierte en un deber de ciudadanía.

La actual crisis económica, iniciada en el verano del 2007 y catapultada en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, tuvo impacto global (el PIB mundial cayó en 2009) y su origen estuvo en los activos tóxicos comercializados por la zona gris del sistema financiero, construida al calor de la desregulación. Seguir hablando, pues, de que la culpa de nuestros seis millones de parados la tiene Zapatero o la herencia que dejó es absolutamente incorrecto, aunque pueda seguir dando réditos políticos en una estrategia más interesada en buscar culpables que en encontrar soluciones.

Segundo, la crisis golpeó a unos países más que a otros no en función de la política seguida (el margen nacional frente a una crisis global es muy reducido), sino de su realidad estructural e institucional. En España fue determinante que nuestros principales activos tóxicos fueran viviendas porque su caída no solo repercutió en el sector financiero, como en otros países, sino también directamente en la economía real (construcción). Afectando igualmente de forma diferencial el que durante los primeros meses se pensara (y no solo el Gobierno) que el problema generado por las subprime iba a ser asunto pasajero. Olvidar el carácter sistémico de los ciclos y las crisis en la economía capitalista fue un error que formaba parte del pensamiento hegemónico, aquí y en todo el mundo.

Tercero, la política económica aplicada por los distintos gobiernos españoles ha tenido, con matices, una orientación similar, como no puede ser de otra manera formando parte de la UE y del G-20. En lo presupuestario, dejar que funcionen los estabilizadores automáticos (gasto de desempleo, caída de ingresos), uso moderado del gasto público como reactivador keynesiano (Plan E, Plan de pago a proveedores), recorte en gastos de inversión y personal, más subidas de impuestos para mantener el déficit dentro de parámetros revisados al alza por Bruselas.

En reconversión bancaria, inyección de dinero público (hasta 124.000 millones según la CNC), supresión de las Cajas de Ahorros, reducción de capacidad en el sector (menos entidades, empleados y sucursales) sin por ello recuperar la concesión de crédito a las entidades privadas. En el resto, reformas en el mercado laboral –una del PSOE, una del PP– para facilitar la devaluación interna vía recorte salarial, reformas paramétricas de las pensiones y pasividad ante el hundimiento de la construcción, hasta que Bruselas impuso el banco malo que algunos reclamamos desde 2009.

En ese contexto, la prima de riesgo es un indicador compuesto de tres cosas: percepción general sobre la estabilidad del euro; política de liquidez seguida por el BCE; y pedradas sobre nuestro propio tejado como país, lanzadas internamente por irresponsables razones partidistas. La verdadera pregunta no es, pues, por qué baja ahora al nivel de hace dos años, sino por que subió el año pasado hasta 600.

En cuarto lugar, lejos de enseñar la recuperación actual como prueba del éxito de la política económica seguida, debemos contemplar la lentitud de la recuperación y el escaso vigor del crecimiento previsto como evidencia del fracaso de una política que ha agudizado los problemas, en lugar de resolverlos. Primero, porque es un error imponer austeridad en el sector público cuando, a diferencia de otros países como Grecia o Portugal, lo que teníamos en España era un grave problema de endeudamiento privado (nuestra deuda pública estaba en el 40% del PIB en 2008, tras tres años de superávit presupuestarios).

Segundo, porque es un error estimular la competitividad exterior devaluando salarios, cuando nuestro problema no es de falta de competitividad (las exportaciones vienen creciendo a tasas elevadas, incluso más que ahora, desde hace años) sino de desplome de la demanda interna que arrastra a las importaciones. Tercero, es un error mantener a la economía real (familias y empresas) sin crédito, para favorecer el saneamiento de la economía financiera. Y cuarto, es un error crear una desigualdad injusta al no ayudar, desde el Estado, al saneamiento de las familias (empleo, sanidad, pensiones, educación, hipotecas), mientras se incrementa mucho la deuda pública para el saneamiento de las entidades financieras.

De toda crisis económica se sale, salvo que creamos llegado ese derrumbe final del capitalismo que profetizaba Marx. El problema es cuándo, cómo y quiénes. Y lejos de pensar que la política económica seguida en España está facilitando las cosas, creo más bien que su inadecuación a nuestros verdaderos problemas es la principal causa diferencial que está alargando la recesión, debilitando la recuperación y consiguiendo un reparto social injusto de los costes.

Fue Popper quien nos enseñó que, en ciencia, toda verdad es provisional porque nunca se puede demostrar de manera definitiva. Pero nos enseñó, con ello, que las mentiras, las falsedades, sí se pueden demostrar. Yo lo he intentado con algunas. Pero fue el pragmático James quien señaló que la verdad es instrumental, es decir, sólo sirve si es útil a un propósito. Los acreedores han construido su verdad entorno al relato del despilfarro y la necesaria austeridad. Pero, ¿por qué, en España, algunos responsables políticos de los acreedores lo siguen manteniendo a pesar de sus evidentes falsedades? Hagan sus apuestas.

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