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Narcotrofeo. El negocio de la droga en México

El gobierno mexicano de Enrique Peña Nieto presume de los recientes éxitos contra los grandes narcotraficantes del país en una lucha de la que, sin embargo, no se percibe el final por la capacidad sucesoria en el negocio de la droga

El temible relato del narcotráfico en México, nutrido por el abismo de una terrorífica historia de la que no se intuye el final, lo custodia el lenguaje del exhibicionismo y el exceso. La muerte como objeto de culto de los señores de la guerra. La galería de los horrores que recorre los costurones del país no tiene parangón. En Ciudad Juárez, relata la revista Proceso, a un vecino de la colonia de Chopotón se le ocurrió escribir un cartel a modo de protesta. "Se prohíbe tirar cadáveres o basura", decía el letrero. El buen hombre estaba harto de que su jardín fuera un cementerio, una fosa común al aire libre que amontonaba los cuerpos de las matanzas. En aquel jardín descargaron el cuerpo de su hija. El hombre nunca supo de aquel desgarrador episodio. Lo habían asesinado meses antes. Su historia estaba escrita desde que mostró el letrero. Era la respuesta de los narcotraficantes. Su jerga habitual. Nada de sutilezas ni de mensajes encriptados. No es su estilo. Todo descarnado. En crudo.

Tampoco el de las autoridades federales mexicanas, que manejan el idioma de la exposición, del escaparate y la propaganda cuando se enfrentan el narcotráfico. Sus conquistas se muestran en la sala de trofeos. En los últimos meses, en sus vitrinas han exhibido piezas de alta joyería como El Chapo Guzmán, el gran capo del Cartel de Sinaloa, y Miguel Ángel Treviño, el Z-40, comandante en jefe de Los Zetas, probablemente el más sanguinario de los grupos que agujerean cada palmo de México. En la morgue de los triunfos gubernamentales ocupan el podio, Nazario Moreno González, El Chayo, monarca del cartel de Los Caballeros Templarios de Michoacán, un grupo con tintes pseudoreligiosos y que combate con Los Zetas, y Heriberto Lazcano, El Lazca, el que fuera jerarca de Los Zetas hasta que la Marina le dio caza en una emboscada y fue reemplazado por Z-40, después arrestado. A capo muerto, capo puesto.

En los últimos tres años, 25 de los 37 líderes del narco más buscados por las autoridades han sido capturados o han muerto; bien sea como consecuencia de las luchas intestinas entre distintos carteles por controlar el territorio y el lucrativo negocio de la droga o por la presión de los distintos cuerpos policiales. Ocurre que en un estado donde la corrupción está presente en todos los poros que componen la madeja federal; la capacidad sucesoria y reproductiva de las estructuras de los narcotraficantes permanece intacta, prácticamente inalterable. El episodio del robo del cadáver de El Lazca, -también apodado como El Muñeco o El Verdugo-, por parte de un comando de Los Zetas, revela el poder omnívoro de estas organizaciones, instaladas en cada uno de los engranajes que componen la sociedad mexicana ya sea en distintos segmentos de los cuerpos policiales y militares o en la judicatura y la política.

- 70.000 muertos en diez años.

En una paisaje de aspecto apocalíptico que se ha cobrado la vida de 70.000 personas entre tiroteos durante la última década, el poder del narcotráfico, configurado en media docena de carteles -la alineación de los grandes grupos la componen: La Federación de Sinaloa, Los Zetas, el cartel de Beltrán Leyva, Jalisco Nueva Generación, Familia Michoacana/Caballeros Templarios y el cártel de El Golfo- resulta extraordinario. Los Zetas, el que fuera brazo armado de el cartel del Golfo, explica lo esquizofrénico del mundo narco. El grupo criminal más despiadado que opera en México se creó, paradójicamente, en el vientre del propio Ejército. Los soldados fueron adiestrados con disciplina militar para formar comandos de élite que debían proteger el país de los criminales. Algunos de esos soldados, tras adquirir el conocimiento en toda clase de técnicas y usos de armamento, se dieron de baja o desertaron para incorporarse como guardia pretoriana de Osiel Cárdenas, capo del Cartel del Golfo. El motivo: el dinero.

La paga del Ejército no puede competir con la soldada que reciben los sicarios de los narcotraficantes. Los Zetas, que hicieron de las decapitaciones su tarjeta de presentación, decidieron más tarde dejar los trabajos por cuenta ajena para formar su propia organización. Autónomos y sanguinarios. En ella sobresalieron El Lazca, uno de los fundadores, y Z-40, coleccionistas ambos de macabras y truculentas historias. Lazcano, al que también se conocía como El Verdugo, mataba a sus enemigos sin intermediarios. Entre sus métodos, El Lazca incluía lanzar a sus enemigos para que los devorasen los tigres que poseía en su finca. De Z-40 se dice que mordía el corazón de sus víctimas, aún vivas, para obtener su energía y sentirse más poderoso.

- El más poderoso.

Nadie, sin embargo, tan poderoso como El Chapo Guzmán, el capo que dirigía el Cartel de Sinaloa, el más importante del país y que anualmente mueve 3.000 millones de dólares tirando por la bajo. Se calcula que la Federación controla el 45% de la droga que pasa por México e introduce una cuarta parte del total de narcóticos que se consume en Estados Unidos, aunque otras fuentes elevan esa cifra hasta el 40%. Sus cultivos dedicados al negocio de la droga se extienden al menos por 60.000 kilómetros cuadrados. Tal era la riqueza que genera el Cartel de Sinaloa, que su líder se situó entre los más ricos del mundo según el cálculo de la revista Forbes. Antes de su detención el pasado 22 de febrero, fue capaz de huir de una prisión de máxima seguridad ante la aquiescencia, apuntan algunos expertos, de los sucesivos gobiernos Panistas. El Chapo se fugó de la cárcel en 2001 tras permanecer preso desde 1993, cuando fue capturado en Guatemala en un operación dirigida desde México.

La sospecha de que las autoridades Panistas miraron hacia otro lado durante dos sexenios (2000-2006, con Vicente Fox en el gobierno y entre 2006 y 2012, con Vicente Calderón al mando del ejecutivo) se extiende entre los estudiosos del fenómeno del narcotráfico en México, cuya capacidad regeneradora es, hoy en día, ilimitada, no solo por la propia naturaleza de los carteles y sus líneas sucesoras, sino también porque el narco y su extrarradio enraíza en el humus de la sociedad mexicana. De hecho, a pesar de su historial criminal, son muchos los que veneran a los narcotraficantes como si de mitos o leyendas se trataran (les dedican canciones en su honor) y los hay que los ven como auténticos benefactores. El paternalismo y compromiso que mostraba El Lazca hacia su comunidad era equiparable a su capacidad de devastación y muerte. Pero en una sociedad en la que el Estado es fallido, donde nadie se fía de nadie porque la corrupción hace tiempo que gangrenó el sistema, los narcos han ocupado ese espacio. Ya sea en vida o una vez fallecidos. La tumba de El Lazca en el panteón de San Francisco sirve de ejemplo para explicar ese trastorno bipolar. El monumento mortuorio que construyó para su descanso es una copia de la iglesia cuya remodelación pagó de su bolsillo con el dinero obtenido por sus actividades criminales. La placa recuerda a quien mire al templo religioso que tiene un padrino. "Centro de Evangelización. Catequesis Juan Pablo II. Donada por Heriberto Lazcano Lazcano". Otro tipo de trofeo del narco.

(César Ortuzar, Deia)