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La prensa ha muerto. ¡Viva la prensa! (Pascual Serrano)

La crisis que tiene alarmados a los grandes grupos de comunicación no debería preocuparnos excesivamente por varias razones. Más de la mitad de la prensa que había en los quioscos no aportaba nada ni suponía pluralidad alguna. Si el negocio no interesa a los grandes inversores, los que peligran son los medios que necesitan grandes sumas de dinero para empezar a funcionar, millonarios ingresos por anunciantes y dedican jugosos sueldos a sus directivos. Son esos los que tienen el problema. Al periodismo colectivo y participativo no le preocupa la palabra crisis, siempre estuvo en crisis, nunca tuvo grandes ingresos por publicidad, nunca recibió préstamos de grandes inversores, nunca logró el apoyo de las grandes distribuidoras para por poder llegar a todos los puntos de venta, nunca disfrutó de muchas licencias de emisión. La novedad de la crisis es para los grandes emporios que han visto que muchos de sus ingresos por publicidad han desaparecido y los multimillonarios beneficios de sus accionistas se han volatilizado.

Entonces ¿qué pasa ahora o qué debería pasar? Ellos están elucubrando sobre qué deben hacer para que su negocio funcione, pero ese no es nuestro debate. El nuestro es cómo dar el salto ahora que ellos se están quedando sin inversores porque no son rentables, sin anunciantes y sin compradores. Como ha dicho Pere Rusiñol, “no hay que confundir los medios tradicionales con el periodismo. Paradójicamente, la descomposición de las empresas tradicionales combinada con la revolución tecnológica que abarata muchísimo todos los costes de producción dibuja un terreno en el que nunca ha habido tantas oportunidades”.

En julio de 2011 la revista The Economist publicaba el reportaje “Bulletins from the future”[1], donde el periodista especializado en información tecnológica Tom Standage analizaba la responsabilidad de internet en la nueva situación del periodismo. Argumentaba que “internet le ha dado un vuelco a la industria informativa, haciéndola más participativa, social, diversa y partidista, justamente como era antes de la llegada de los medios de masas”. De modo que, como señala Ismael Nafría[2], periodista especializado en internet, estamos ante el final de esos medios de masas que, para diversas generaciones, han sido el único modelo informativo existente. Y, para las empresas periodísticas, la base de un modelo de negocio que ahora se derrumba. Según apunta el informe de The Economist, lo irónico del caso es que internet ha roto el modelo económico de los medios, pero lo está devolviendo al lugar que le corresponde realmente, con más actores, más voces, más participación. Internet ha hecho que los medios sean de nuevo sociales[3]. Ello tiene su parte positiva y su parte negativa.
En la positiva encontramos que, paradójicamente, las circunstancias han mejorado para el periodismo decente. Antes había, por un lado, grandes medios empresariales, y por otra parte medios alternativos de militantes que trabajaban gratis más opinando y recopilando artículos decentes que se colaban en los medios que haciendo periodismo. Ahora, con las nuevas tecnologías y con la competencia neoliberal arruinada, eso puede cambiar. Se podría decir que es más viable el periodismo de un grupo de profesionales autogestionados que pretender que un gran periódico logre pingües beneficios para sus directivos y accionistas. Están apareciendo nuevos proyectos periodísticos que para funcionar y ser rentables no necesitan hacer millonarios a sus directivos ni a sus capitalizadores en Bolsa, ni devolver grandes préstamos bancarios. Basta con lograr los ingresos mínimos para que sobrevivan sus trabajadores. Lo que sucede es que conseguirlo, y además cubrir los gastos corrientes del periodismo con la que está cayendo, no es poco.

Pero la independencia de los agentes políticos y económicos tiene un precio. Sin ningún apoyo económico del Estado o grandes empresas, el apoyo ciudadano es fundamental. Deben ayudar a su difusión, a conseguir informaciones, a rentabilizar su funcionamiento para que hagan un periodismo libre. No podemos seguir queriendo leerlos gratis en internet y que nos regalen un DVD el domingo o una cubertería como hacían los otros. Esto supone un importante cambio de mentalidad ciudadana que todavía sigue pensando que periodismo libre es que no hay que pagar por verlo en internet o deben darle un regalo por comprarlo en el quiosco. Hacer periodismo cuesta dinero y alguien debe pagarlo. No debemos caer en el discurso simplista muy aplaudido por la izquierda que se limita a reivindicar el acceso gratuito a la información. Lo que debemos exigir es el acceso libre, pero si defendemos el acceso gratuito es porque, previamente, hemos definido y resuelto quien lo va a pagar. La sanidad y la educación que todos queremos será libre y universal en la medida en que hemos garantizado una vía de financiación por parte de un Estado social, no porque pensemos que los médicos, las enfermeras y los maestros no cobran; y los colegios y hospitales no cuesta dinero construirlos. En mi opinión, las vías de financiación del periodismo solo pueden ser tres: el Estado, los anunciantes o los ciudadanos. El primero no está por la labor, o no estamos siendo capaces de presionarle para que garantice un acceso libre y plural a la información. El sistema de los anunciantes, junto con grandes accionistas, es el modelo que está en crisis y generando despidos y cierres. Sólo resta apelar a la ciudadanía, ésta debe entender que quizás para que voces y sectores interesados se expresen no hace falta dinero, pero sí para enviar un periodista a una zona de conflicto para que pueda contarnos lo que sucede, o para que un periodista esté durante dos semanas investigando un asunto complejo o, sencillamente, para que haga algo tan ingrato como revisar todos los días el BOE a la búsqueda de una noticia interesante.

(Notas):

[1] http://www.economist.com/node/18904136

[2] Nafría, Ismael. “¿Es viable una sociedad sin periodistas?”. Cuadernos de comunicación Evoca. Nº7. El futuro del periodismo.

[3] La parte negativa la desarrollo ampliamente en mi anterior libro La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes. Península, 2013