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Pedro y sus lobos (Ignacio Camacho)

Sánchez aún no ha roto en estadista y por el contrario tiende a mostrar una inquietante tendencia al "postureo"

Cien días lleva Pedro Sánchez al mando, o más bien al frente, del PSOE y ésta es la hora en que aún no se acaba de adivinar si es algo más que un Zapatero con idiomas. Irrumpió con un discurso fresco pero responsable, consciente del papel cenital de su partido en la estabilidad de España, pero aún no ha roto en estadista y por el contrario tiende a mostrar una inquietante tendencia al 'postureo', a la ocurrencia superficial de publicistas y comunicólogos, a procurarse un perfil favorecedor en el escaparate de la banalidad televisiva y el 'trending topic'. Su excelente planta y su grata sonrisa, ahora dosificada no se sabe si por consejo de asesores o por la seriedad de las circunstancias, le procuraron un aterrizaje benévolo en la escena pública pero si no le da pronto contenido a esa empatía corre el riesgo de quedarse con la etiqueta insustancial de un estereotipo: el del guapo soso.
El verdadero problema de Sánchez, y de toda la política española, no es tanto el momento de ruina anímica y estructural de su organización centenaria sino la aparición de un populismo de extrema izquierda que engatusa a sus votantes y los pone cachondos con guiños rupturistas que no se puede permitir un partido de Estado. La inteligente estrategia de Podemos empuja al PSOE asimilándole junto al PP con la odiosa 'casta' y le obliga a dispersar su esfuerzo de redefinición ideológica. Utilizando la corrupción como herramienta los jóvenes coletudos, herederos radicales del zapaterismo, plantean a la izquierda moderada un conflicto más complejo de legitimidad dinástica: la asocian a un régimen en desplome, a un viejo orden que no ha encontrado respuestas para la crisis del bienestar y del capitalismo. El punto débil no sólo del PSOE, sino de toda la socialdemocracia europea.

Para salirse de ese rincón jubilar en el que desdeñosamente lo arrumba la eficaz retórica 'podemista', el socialismo convencional necesita encontrar propuestas reformistas convincentes que trasciendan los debates del telespectáculo, donde siempre le va a llevar ventaja el facilismo demagógico. Se trata de una cuestión capaz de amenazar la superviviencia misma del discurso socialdemócrata. Sánchez está obligado por su propia tradición a atenerse a un pragmatismo sensato mientras sus flamantes competidores prometen tomar el cielo por asalto y repartirlo gratis. Y además le vigila de reojo una Susana Díaz que tiene y sabe manejar un poder real que él aún no ha catado. Su mejor baza consiste por ahora en que a su derecha el PP se desgasta solo pero en medio de este desencanto global los electores decepcionados se van a la abstención o a la ruptura. El adversario principal, el que le come la moral y la merienda, se le acerca por babor dispuesto al abordaje. A Pablo Iglesias sólo le puede aventajar por realismo y solvencia; no le va a ganar por joven ni por telegénico ni por descamisado.

(ABC)