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Todo a nuestra disposición (Ángel Gabilondo)

Todo parecería predispuesto para nosotros. Incluso el mundo. Bastaría con tender o extender la mano y daríamos con ello. Pero no siempre nos resulta tan accesible. Una gran ceremonia de la presentación, del ofrecimiento, muestra paradójicamente hasta qué punto lo que se nos brinda ni es tan inmediato ni tan asequible. No resulta fácil ni siquiera apropiarnos de nosotros mismos. Hasta lo más próximo se hurta a la posesión. Tal vez no se trate de eso. Quizás, como suele decirse, el objeto huye. Y aún más, el escaparate de la seducción avive una permanente insatisfacción. Hay carencias decisivas y bien consistentes, aunque también podría ser que se buscara que fuéramos lo que no tenemos y perseguimos.

No lo tenemos y nos entretiene. Nos sentimos no ya rodeados, ni siquiera solo envueltos, sino tomados por la llamada a responder permanentemente a los requerimientos de aquello que, según se nos dice, no carece de interés. Por lo visto, ha de resultarnos interesante. E incluso cabría pensar que responde a nuestro deseo. Y en el colmo de la euforia, que lo satisface. Pronto comprendemos que habitualmente ni eso ocurre, ni en eso consiste.

Tal vez los proveedores nos conocen mejor que cada uno a nosotros mismos. Saben lo que nos conviene. Y con frecuencia hay indicios evidentes de que no están desorientados. Incluso de que comprenden hasta qué punto nosotros sí lo estamos. Y no tanto, entonces, porque pueden darnos respuesta a nuestras demandas. La desorientación es mayor. Quizá, lo inquietante es que son capaces de entregarnos las preguntas, hasta hacerlas nuestras. Capaces no ya de satisfacer el deseo, sino de hacer desear. De hecho, confundido con la ansiedad, con las urgencias, los miedos o las ganas, el deseo quedaría secuestrado por estos ofrecimientos. Pero no por ello dejaría de trabajar. Y a falta de otras sugestiones, se trataría de acallarlo en la combustión en la que se consume todo.
La cultura, las artes y las ciencias, que tanto amamos y tanto necesitamos, también podrían ceder a los encantos de venir a ser provisión. Ofrecidos como receta y solución, su sentido radicaría en su capacidad de procurar y satisfacer demandas. Nos acompañarían, nos ayudarían, nos consolarían. Y no negamos que ello pueda llegar a ser interesante. Ahora bien, reducir su razón de ser a esta labor terapéutica o de entretenimiento es ignorar hasta qué punto han de generar y de crear nuevas y otras posibilidades de vida, incluso otras realidades.

Se nos permitiría intervenir, manipular, intercambiar, sin dejar por ello de confundir su consumación con su consumición. No se trataría de llevar hasta sus límites las mejores posibilidades, sino de agotarlas al momento, mediante una acción que siempre y solo sería ingestión.

Poco a poco semejante predisposición nos iría modelando para una actitud supuestamente activa, pero de una limitada respuesta. Quedaría definido el espacio de las decisiones y de las elecciones, convirtiéndolo todo en productos. Organizados, clasificados, variados, atractivos, si bien de uno u otro modo, más o menos sofisticadas mercancías. Ello alcanzaría incluso a los demás, con quienes compartir la aventura conjunta de esta consumición general, en una labor de alterne en la que la sustitución no pasaría de ser reemplazo. Así también los otros formarían parte de esta operación que, a su modo, es a la par de laboratorio.

La fascinación social producida por la puesta en escena de presuntas novedades, con el señuelo de abrir el baúl de lo inaudito, nos permite suponer que, si nos hacemos con el género adecuado, sucederá lo que buscamos. No faltan quienes saben lo que nos conviene, tienen solución para nuestras inquietudes, conocen las que son adecuadas e inadecuadas y se ponen a nuestra disposición para hacer lo que precisamos, esto es, lo que, a su juicio, nos viene bien. En su caso, hasta las ideas o los proyectos parecen productos para nuestro uso.

En última instancia, según se anuncia, no es complejo, sino bastante simple. Se trata, una vez conocido el indiscutible diagnóstico, de aplicar las indiscutibles medidas y de hacerse con los indiscutibles medios, para lograr los indiscutibles resultados. En cada sección encontrarán lo que precisan y a su medida. Y asequible. No será tan costoso. Es suficiente con dejarse asesorar y aconsejar, con seguir las indicaciones y con proveerse de lo preciso. Estará en nuestras manos hacerlo.

Sin embargo, lo decisivo no es simplemente la mera sustitución de lo dispuesto por otra disposición. No basta con justificar su bondad en el hecho de que se trata de una novedad. La apertura de diferentes y necesarias posibilidades es también una tarea del pensar, y esta no es patrimonio de los expertos en predisponer lo que ha de acometerse, que es tanto como cumplirse. Ni de nadie en particular, ni de un todo abstracto amparado en un nombre colectivo.

Siempre es de agradecer la generosidad de quienes están dispuestos, de quienes se entregan, pero ello no coincide en todo caso con aquellos que se limitan a elaborar lo que hemos de adquirir. Lo cuestionado no es su oficio, y menos aún cuando con la debida transparencia se muestra lo que se nos ofrece. Sin embargo, no es cosa de confundir el muestrario depositado en los estantes, previamente preparado y dispuesto para su venta, con la convocatoria a participar en una tarea conjunta.

Hay formas más o menos sofisticadas de reclamar adhesión. Una de ellas muy rudimentaria consiste no en proponer sino en imponer. Otra no menos pedestre, en saber lo que nos conviene, lo que deberíamos querer. En tal caso, lo que está a nuestra disposición nos indispone para la libertad de crear y de desear. Y ello no excluye, antes al contrario, que sea una labor compartida.

(El salto del ángel, El País)