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Los republicanos Donald Trump y Paul Ryan tratan de limar sus desencuentros

Dos políticos en busca de un partido

Los republicanos temen sufrir las consecuencias del rechazo hacia Trump

Esta última semana en Washington estuvo dominada por la reunión que tuvieron las dos principales figuras del Partido Republicano: el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y el que ya es prácticamente candidato presidencial, Donald Trump. Debido al sistema americano, de división de poderes entre las tres ramas de gobierno (ejecutiva, legislativa y judicial), Trump aspira a ejercer el control ejecutivo mientras que Ryan es la figura principal de la rama legislativa, gracias a mayoría republicana en la Cámara de Representantes.

El sueño dorado de ambos partidos es controlar, a la vez, la rama ejecutiva y la legislativa, algo que podría ocurrir si Trump llega a presidente y los republicanos conservan sus mayorías.

Es un sueño tanto para el presidente como para los legisladores, que pueden trabajar en proyectos comunes sin que una de las dos ramas paralice a la otra, como ha ocurrido repetidamente a lo largo de la historia del país. Pero no es frecuente: Obama tan solo gozó de este apoyo legislativo en los dos primeros años de su primer mandato, George W Bush lo perdió antes de salir de la Casa Blanca, Reagan -a pesar de su enorme popularidad- nunca obtuvo mayorías en la Cámara.
Ahora, la mayoría republicana es amplia y general, a pesar de la impresión que muchos tienen dentro y fuera del país debido al peso mediático de la presidencia que está en manos demócratas: 31 de los 50 estados tienen un gobernador republicano y el partido ha crecido también en los parlamentos estatales.

Hace un año, los republicanos acariciaban lo que parecía un éxito garantizado en las próximas elecciones, pues con mayorías de 52-45 y de 242-174 en el Senado y la Cámara respectivamente, tenían a su alcance la Casa Blanca por simple desgaste de poder demócrata y con ello un control simultáneo de las dos ramas, que les permitiría poner en práctica sus proyectos.

Sus cálculos se vinieron abajo con la irrupción de Trump y todo podría cambiar en noviembre. Los republicanos podrían sufrir las consecuencias de un rechazo general contra su candidato presidencial, que acarreara un desprestigio tal para los legisladores del partido como para hacerles perder su mayoría en una o las dos cámaras. Por otra parte, la derrota de Trump, que parecía tan probable hace solo unas semanas, ya no la predicen ni las encuestas que a veces lo ponen casi a la par con la aspirante demócrata, Hillary Clinton.

No es que Trump pueda soñar ya con un gobierno monocolor bajo su liderazgo: pudiera muy bien ser que su retórica “contra todo” lo lleve a la Casa Blanca, pero perjudique a los legisladores republicanos, igual que hundió a sus rivales para la candidatura presidencial, de forma que el país tendría nuevamente un presidente de un partido y un congreso de otro -en una o las dos cámaras-, lo que dejaría a Trump como a tantos presidentes republicanos de la posguerra, enfrentado a los legisladores.

Incluso Ryan podría perder su escaño, porque los congresistas tienen mandatos de solo dos años y las declaraciones de Ryan de que “todavía” no está dispuesto a endosar a Trump, aunque “espera poder hacerlo” más adelante, ha provocado tal furia entre los donaldistas que muchos se aprestan ya a hacer campaña para que pierda su escaño.

- Estrategia política.

La reacción de Ryan es comprensible por estrategia política: Trump representa todo lo contrario de lo que los republicanos intentaron construir en los últimos años y de la agenda que se comprometió a desarrollar Ryan, basada en resolver la crisis migratoria con un sistema de inserción de los ilegales y un saneamiento de las finanzas públicas sobre los principios republicanos de austeridad, especialmente en prestaciones sociales garantizadas como la jubilación y la atención médica a los jubilados.

Ryan ha de defender estos principios pues teme que si los abandona en pos del populismo de Trump acabará con la mayoría republicana en el Congreso: ciertamente, Trump milita con la etiqueta republicana, pero tiene poco en común con las ideas del partido.

Esta es probablemente la razón del gran número de votos cosechados en las primarias por el millonario neoyorquino: sus votantes son en gran parte demócratas e independientes y la cuestión de cara a las presidenciales de noviembre es si tendrá suficientes votos demócratas e independientes para compensar las pérdidas que parece inevitable entre los republicanos. Estos votos demócratas son decisivos hoy como lo fueron para republicanos como Nixon o Reagan, que reconocieron el potencial conservador de los demócratas del sur del país para reclutar entre sus filas.

La gran cuestión es hacia dónde lleva lo que ya parece una ruptura irremediable del Partido Republicano. No sería la primera convulsión: nacido en el siglo XIX poco antes de elegir a Abraham Lincoln, el candidato con menos apoyo, tuvo una fractura semejante en 1912 con la campaña de Theodore Roosevelt, y ahora nadie sabe si la base republicana se irá con Trump en una versión modificada, o si Donald Trump fundará un nuevo partido y los republicanos se convertirán en una minoría en busca de un ideario.

(Diana Negre, Deia)