Más de 11.000 entradas y 1.050.000 visitantes desde el 9 de octubre de 2011

De los intelectuales en la posmodernidad (Jesús Pichel)

Profesor de filosofía

Sobre el papel y la influencia de los intelectuales en los últimos cuarenta años, creo que deben diferenciarse al menos dos ámbitos: por una parte, su función como referentes ideológicos en los órganos directivos de los partidos políticos y de sus fundaciones, y, en general, en cualquier organización que haya pretendido ser un grupo de presión (un 'think-tank'); y, por otra, la función de los intelectuales como formadores de opinión pública en los medios de comunicación.

En el primer sentido, es constatable la influencia de los referentes ideológicos del SPD en aquel PSOE del último cuarto del siglo XX, del Conservative and Unionist Party thatcheriano en Aznar, y, en ambos partidos (aunque en distinto grado y por distinto motivos), la influencia de Habermas consolidando un modelo teórico de negociación (el consenso, que ya forma parte del imaginario colectivo), y la idea de patriotismo constitucional. Como son fácilmente rastreables la influencia en Rodríguez Zapatero del republicanismo y, en particular, del concepto de libertad como no-dominación propuesto por Philip Pettit, o las de Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Owen Jones, Christian Laval y Pierre Dardot, por citar algunos ejemplos, en lo que se está llamando partidos emergentes (Podemos y las Mareas, por ejemplo). Que esas y otras influencias no se hagan explícitas ni lleguen al gran público seguramente forma parte de las carencias tradicionales de la cultura política española.

El segundo sentido es significativamente más complejo, tanto por la proximidad temporal, que inevitablemente nos hace ver borroso, como por la indefinición del tiempo histórico que nos ha tocado vivir.
Antonio Campillo perspicazmente habla de guerra civil europea para referirse al período entre 1914 y 1945. Sin negarle, creo que bien se podría ampliar el límite hasta 1991, incluyendo así la caída del muro de Berlín en noviembre del 89, la reunificación de Alemania en el 90 y el fin de la Guerra Fría con la disolución de la Unión Soviética. Que Europa es otra desde entonces y que nuestro tiempo es hijo de ese largo proceso creo que son dos datos relevantes para comprender lo que estamos viviendo.

Desde los años 80 del siglo pasado, el neoliberalismo sin complejos se ha ido adueñando del espacio político, ideológico y mediático europeo a la misma velocidad que la socialdemocracia se ha diluido, seducida por el éxito neoliberal, y la izquierda no ha sido capaz de encontrarse a sí misma. Aquel there is no alternative de Thatcher se ha hecho lugar común en un mundo ya globalizado y digitalizado. Que el neoliberalismo ha llevado al límite el individualismo de los ciudadanos (que somos vistos casi exclusivamente como consumidores) eliminando el sentimiento de clase (nadie se ve a sí mismo como obrero, sino como parte de una clase media de propietarios) y vaciando de contenido y restando poder al Estado (desregularizando, externalizando, privatizando: desmontando sistemáticamente los anclajes del Estado de Bienestar) es, sin duda, otro de los datos relevantes.

No es casual que las metáforas que quieren dar cuenta de nuestro mundo coincidan en la fragilidad, la fugacidad y la fragmentación, sean la hiperrealidad de Baudrillard, el fin de los metarrelatos de Lyotard, el pensamiento débil de Vattimo, o la modernidad líquida de Bauman, por citar algunas. En este mundo post, que prefiere la imagen a la palabra escrita y se expresa mejor en un twitt o un emoticón que en un texto fundamentado, solo caben opiniones inmediatas y frágiles al hilo de una actualidad permanentemente fugaz que dura tanto como la presencia de las noticias y las imágenes en las pantallas. Las ya no tan nuevas tecnologías digitales, además, posibilitan que se genere una enorme cantidad de información, que se difunde casi en tiempo real por todo el planeta a través de redes de comunicación globales (televisión, periódicos digitales, bitácoras, blogs, redes sociales, etc.), que hacen real lo virtual y evidencian aquel eslogan de la CNN: está pasando, lo estás viendo (que hoy se podría parafrasear como está pasando, lo estás vi-viendo). El resultado ha sido una avalancha de informaciones fragmentadas y fugaces en un sinnúmero de plataformas que se entrecruzan constantemente. Seguramente la proliferación de medios digitales de información y la proliferación de informaciones (que no necesariamente de ideas) está en el origen de cómo el diálogo se ha transformado en bronca o broma, en un espectáculo diseñado para captar la atención del espectador (del consumidor). Que la fugacidad de las ideas, la acumulación de informaciones y el papel de los mass media como espectáculo incide en el rol de los intelectuales en los medios son de nuevo datos relevantes a añadir.

Decía Foucault en su Microfísica del Poder que lo que los intelectuales han descubierto después de la avalancha reciente (se refiere al 68), es que las masas no tienen necesidad de ellos para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos. Tras esta nueva avalancha, hoy podemos decir que los intelectuales al uso simplemente no caben porque nada diferencia sus mensajes del resto de los mensajes salvo una cada vez más notable brecha generacional: los nativos digitales se nutren de informaciones que los viejos rockeros apenas saben leer, mientras que el intelectual analógico (si acaso aún existe) escribe ya para otro mundo. Que probablemente los profesores universitarios, los escritores, los académicos, los sociólogos, los economistas, los filósofos y todos cuantos tradicionalmente formaban la nómina de intelectuales no reconocen en sí mismos ni esa identidad, ni la responsabilidad moral y social que la modernidad kantiana depositaba en ellos, es, en fin, otro dato relevante en este recuento.

La borrosidad de nuestro mundo actual, globalizado y digitalizado, dominado por el neoliberalismo, el individualismo de los consumidores y la fugacidad de la avalancha de informaciones fragmentadas ha dejado vacío y rancio el concepto de intelectual, que ya es solo un buen ejemplo de lo que Žižek llama con acierto concepto-zombie.

Me decía un viejo profesor, uno de los pocos sabios que aún nos quedan en España, que hay mucha información, pero pocas ideas. Y es cierto, pero lo significativo es que probablemente en este tiempo nuestro ya solo quepa la Babel informativa que diagnosticó Vattimo.

(Espacio Público)