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Una invitación a José Antonio Zarzalejos (Ignacio Sánchez-Cuenca)

Profesor de Ciencias Políticas de la Carlos III y consejero editorial de CTXT

Aunque tenga profundas diferencias ideológicas con José Antonio Zarzalejos, siempre he seguido con interés sus opiniones políticas. No he podido estar más en desacuerdo con la posición que adoptó como director de ABC, tanto en el fondo como en las formas utilizadas, a propósito de asuntos como el proceso de paz con ETA y el nacionalismo catalán, pero leí sus argumentos con atención y respeto, aprendí de ellos y me sirvieron para refinar los míos. Considero que voces como las suyas son fundamentales para que tengamos una esfera pública plural. Por eso mismo me ha causado tanta decepción un artículo suyo publicado en 'El Confidencial' ('La desfachatez intelectual: un ajuste de cuentas') en el que critica de forma poco rigurosa un libro mío titulado 'La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política' (Catarata, 2016).

El artículo de Zarzalejos acaba confirmando, por vía indirecta, algunos de los vicios que dominan en el debate español y que analizo críticamente en mi libro. Su texto es un compendio de los obstáculos que tenemos para que se produzca un intercambio libre y limpio de razones que permita al lector formarse un juicio propio.

En primer lugar, Zarzalejos confunde la crítica con el ataque. Yo he criticado las opiniones políticas de algunos intelectuales, pero no les he atacado. No he utilizado descalificaciones personales, no les he atribuido motivaciones espurias y no he buscado cuestionar la calidad de los trabajos literarios y ensayísticos de los autores criticados. Me he limitado a analizar sus intervenciones públicas a propósito de asuntos políticos y económicos. De ahí que no tenga mucho sentido que Zarzalejos concluya que mi libro es un “ajuste de cuentas”.
Que Zarzalejos entienda el libro como un ajuste de cuentas resulta bastante significativo: revela su escasa disposición a aceptar la posibilidad de que haya argumentos críticos con las posiciones que él y otros muchos defienden. ¿Por qué estar en desacuerdo con las tesis políticas defendidas por ciertos intelectuales tiene que ser un ajuste de cuentas y no la expresión de un desacuerdo razonado? El tono de su artículo demuestra lo mal que algunas figuras encajan el disenso.

Criticar la tesis de Antonio Muñoz Molina de que una de las causas de nuestro déficit fiscal es el gasto público en festejos populares no es una descalificación de Muñoz Molina. Criticar los ditirambos que Mario Vargas Llosa dedica a Esperanza Aguirre no es descalificar a Vargas Llosa. Criticar las tesis de Fernando Savater en contra del nacionalismo no es descalificar a Savater. Criticar la tesis de Jon Juaristi de que los refugiados sirios vienen con sus hijos para tocar la fibra sensible de los europeos y no porque no quieran dejarlos abandonados en un territorio en guerra no es descalificar a Juaristi. Criticar las tesis de César Molinas sobre la propensión de los políticos españoles a generar burbujas económicas no es descalificar a Molinas.

A raíz de la publicación del artículo de Zarzalejos, Luis Garicano enviaba un tuit con este mensaje: “Ser atacado (junto con mis admirados Muñoz Molina y Cercas) por un irredento del zapaterismo es un honor”. Pero yo no he atacado a Garicano: en el libro aparece él descrito como un economista excelente. En ningún momento le ataco ni personal ni ideológicamente, tan solo critico algunas de las tesis políticas que expone en su libro El dilema de España. Desde luego, no entro a descalificarle (no como hace él, llamándome “irredento del zapaterismo”). Su tuit revela, una vez más, una cierta dificultad para asumir la crítica. En el libro señalo en repetidas ocasiones que esta confusión entre crítica y ataque es uno de los peores vicios del debate público español.

En segundo lugar, Zarzalejos utiliza la descalificación personal para despachar el desacuerdo. Es este otro de los rasgos negativos de nuestra esfera pública: resolver una divergencia tratando de deslegitimar a quien defiende la postura contraria. La expresión “irredento del zapaterismo” que mencionaba Garicano es la que utiliza Zarzalejos en su artículo. También me llama “intelectual orgánico” del zapaterismo y entra directamente en el terreno de las mentiras, como cuando me atribuye una difusa responsabilidad en la elaboración de la Ley de Memoria Histórica. Todo esto es tan absurdo como innecesario.

Absurdo porque nunca he sido “intelectual orgánico” y no colaboré jamás con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (nunca cobré un solo euro por ningún trabajo o asesoría, nunca estuve en cargo o comisión alguna, nunca nadie desde el Gobierno me pidió opinión o documento alguno). Llevo escribiendo en prensa desde el año 1997 y en ocasiones he apoyado iniciativas del PSOE y en otras las he criticado.

Si Zarzalejos se tomara el esfuerzo de leer un libro muy breve que publiqué en 2012 (Años de cambios, años de crisis. Ocho años de gobiernos socialistas), podría comprobar que así como tengo un juicio bastante positivo de la primera legislatura de Zapatero, tengo un juicio tan o más negativo de la segunda. Supongo que un intelectual orgánico no habría hecho algo así. Tampoco un intelectual orgánico del PSOE habría defendido públicamente la necesidad de realizar un referéndum en Cataluña, como vengo haciendo desde hace más de diez años; ni habría hecho una crítica dura al proceso de integración europea y a la existencia de la unión monetaria (como expuse en otro libro, La impotencia democrática).

Todas estas son posturas muy alejadas de Zapatero, del PSOE y de la socialdemocracia. En cuanto a lo que dice Zarzalejos de la memoria histórica, pertenece al terreno de la fantasía. Meter en su artículo una frase como esta: “a él se le atribuyen inspiraciones presidenciales que se materializaron en iniciativas legislativas muy polémicas como la de la memoria histórica” es, sencillamente, mala práctica periodística. ¿Quién me atribuye eso? ¿Sobre qué base? Si Zarzalejos se refiere a habladurías, ¿para qué se hace eco de ellas? Si tiene información más precisa, ¿por qué no la aporta?

Por tentador que resulte, no voy a entrar en el juego descalificatorio de Zarzalejos. El hecho de que él sea un conservador no añade ni resta un gramo de razón a sus argumentos; asimismo sus conexiones personales con bastantes de los criticados en mi libro (Muñoz Molina, por ejemplo, escribió el prólogo a su libro Mañana será tarde) creo que son también irrelevantes. En el juego clásico del debate patrio, a mí me tocaría a continuación contraatacar con artillería pesada a cuenta de la posición ideológica de Zarzalejos y de sus circunstancias personales, pero le voy a evitar al lector algo tan tedioso y previsible. Es una pena que Zarzalejos no haya querido hacer lo mismo.

En tercer lugar, Zarzalejos, con excesiva suficiencia, lanza opiniones sin fundamentarlas, una práctica también muy extendida en nuestro debate público. Por ejemplo, dice que elaboro “digresiones —con errores— sobre ETA” pero no pone un solo ejemplo de esos errores. También dice que insulto a los intelectuales; sin embargo, no ofrece ilustración alguna. Quizá lleve razón y me haya excedido en alguna ocasión; en cualquier caso, un mínimo compromiso con el rigor requiere la cita literal para que el lector pueda juzgar. Esta forma de lanzar opiniones puede generar equívocos. Mostraré uno de ellos.

Zarzalejos afirma que mi libro es una especie de reflejo especular de las tesis que defienden los intelectuales criticados: “Sánchez-Cuenca, en ejercicio del autoritarismo discursivo, no concibe que puedan criticarse los servicios que Rodríguez Zapatero prestó al país, del modo en que se hizo, por los que él zahiere.” Esto no es cierto y Zarzalejos no ofrece ninguna cita al respecto.

Yo siempre he entendido (y he defendido) que haya opiniones a favor y en contra de llevar a cabo un proceso de paz con una organización terrorista como ETA. Lo que critico es precisamente que quienes se oponían a dicho proceso, en lugar de ofrecer razones, acusaran de forma gruesa a todo a aquel que no estuviera de acuerdo con sus posiciones de ser un miserable moral o un cómplice de ETA. En el libro ofrezco abundantes ejemplos de esta actitud moralizante, que encontró, por lo demás, una caja de resonancia en los editoriales que publicaba el diario ABC en aquellos años.

Uno de los problemas más serios de nuestro debate público consiste en que se declare la ilegitimidad moral de ciertas posiciones políticas. En ese sentido, creo que no incurro en lo que Zarzalejos llama “autoritarismo discursivo” (en el libro utilicé la idea de “machismo discursivo” de Diego Gambetta), pues lo que defiendo es, justamente, que resulta legítimo tanto estar a favor como en contra del proceso de paz, que hay diferentes alternativas para acabar con el terrorismo y que esas alternativas no se pueden juzgar solo desde consideraciones morales. Esto, creo, es lo que tantos intelectuales antiguamente progresistas y hoy liberales o conservadores no han estado dispuestos a admitir.

En cuarto lugar, resulta extraño que Zarzalejos apele a la jerarquía intelectual para desactivar ciertas críticas, como si hubiera autores que, gracias a su obra, quedan inmunizados ante el escrutinio de los lectores. No de otra manera puede entenderse esta frase: “la mayoría de los [autores] que arrolla con sus invectivas han contraído méritos que les regatea injustamente un autor que no tiene aún su rango referencial”. Es precisamente la existencia de ese “rango” lo que ha producido tanta impunidad intelectual en nuestro debate público: los autores de mayor reconocimiento consideran que pueden publicar cualquier ocurrencia sin anticipar por ello crítica de ningún tipo. A causa de dicha impunidad, la calidad de los argumentos y la coherencia interna de las tesis defendidas han ido decayendo hasta los extremos que describo en el libro.

Por poner un ejemplo que analizo con calma en La desfachatez intelectual: algo falla en nuestra esfera pública cuando dos intelectuales tan reputados como Antonio Muñoz Molina y Fernando Savater establecen en sus escritos una conexión entre nuestras dificultades económicas y la existencia del nacionalismo. Puesto que ni quienes reseñan los libros en los suplementos culturales, ni los directores de periódico, ni los propios colegas con similar “rango referencial” se han tomado la molestia de cuestionar estas ideas tan osadas, tendrán que ser autores más modestos quienes acaben haciéndolo.

Aparte de todos estos problemas (confusión entre crítica y ataque, descalificación personal con mentiras incluidas, opiniones no fundamentadas y recurso a la autoridad para frenar la crítica), el artículo de Zarzalejos realiza una lectura muy ideologizada del libro, reduciéndolo a una supuesta apología del “zapaterismo”. Basta leer este otro artículo aparecido al día siguiente del de Zarzalejos, a cargo de Carlos Prieto, en el mismo medio, El Confidencial, para darse cuenta de que el antiguo director del ABC proporciona una interpretación muy sesgada del libro.

En fin, más que como una respuesta, me gustaría que este texto fuera una invitación a José Antonio Zarzalejos para que eche por la borda los tics señalados, que tanto empobrecen nuestra esfera pública, y podamos debatir en condiciones sobre los asuntos que él quiera, ya sea mi libro La desfachatez intelectual, el final de ETA, el nacionalismo catalán o las teorías de Muñoz Molina sobre la crisis, sin una descalificación moral del otro, olvidándonos de las jerarquías e intercambiando argumentos y razones. Seguro que el resultado sería más interesante para los lectores.

(Espacio Público)