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El hundimiento simultáneo de los socialistas franceses y españoles (Virginie Tisserant, Andrés Villena)

Virginie Tisserant es Politóloga e Investigadora en la Universidad de Aix-Marseille Lab. CNRS Telemme

Andrés Villena es Economista, Periodista y Doctor en Sociología por la Universidad de Málaga

¿Ha llegado la socialdemocracia al final de su recorrido político? Un análisis de su evolución en España y en Francia subraya un factor común: el persistente fracaso para cumplir con su esencia en un mundo globalizado que lleva décadas adverso a sus verdaderas señas de identidad. Los diferentes gobiernos socialistas prefirieron el consenso con las élites dominantes a cambio de mantenerse en el poder político. El rédito electoral a largo plazo no parece haber compensado esta conducta adaptativa.

Mayo de 1981. Se abre un período nuevo en la historia del socialismo francés, que obtiene la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. François Mitterrand es investido presidente de la República Francesa. Apoyado por el Partido Comunista, inicia lo que considera “una verdadera ruptura con el capitalismo”. En plena revolución neoliberal en Europa y Estados Unidos, Mitterrand pone en marcha un ambicioso programa de protección social y laboral, de contratación de funcionarios y de nacionalización de bancos y empresas estratégicas. La abolición de la pena de muerte, la despenalización de la homosexualidad, el aumento de la libertad de los medios de comunicación con la aparición de las radios libres, la Fiesta de la Música y la descentralización política representan otras medidas clave que marcan este primer período.

Pero una persistente fuga de capitales eleva al máximo la presión sobre el franco. En marzo de 1983, la crisis y la vocación francesa por continuar con la construcción europea obligan al Primer Ministro, Pierre Mauroy, a emprender una política de “rigor económico”: la austeridad y la lucha contra la inflación se acaban imponiendo en Francia, y el presidente que se consideraba el último gran político tras el cual solo llegarían al Elíseo “contables” se somete al nuevo sentido común económico, abriendo un “paréntesis liberal” que tendría repercusiones significativas. Por primera vez desde hacía tres décadas, los sueldos se desligan de la inflación, que queda reducida a un tercio de su cuantía en solo tres años. Pero si bien la inflación parece controlada, el desempleo, el tema central de la campaña socialista en 1981, se había duplicado a finales de 1994.
Al tiempo que Mitterrand sufría esta metamorfosis, los socialistas se convertían también en la opción mayoritaria en el Parlamento español. El PSOE liderado por Felipe González parecía tomar posesión de sus funciones gubernamentales con la lección aprendida. No en vano, aún en la oposición, el secretario general del nuevo Partido Socialista Obrero Español había tenido numerosas ocasiones de cuestionar las nacionalizaciones como método ideal para alcanzar la eficiencia para una economía poco competitiva como la española. Conscientes de las tendencias ideológicas dominantes y siempre atentos a la experiencia francesa, los socialistas españoles prefirieron hablar en sus reuniones con las élites empresariales de su interés por modernizar un aparato estatal rígido y anticuado, así como de afrontar las debilidades estructurales de la frágil economía española. Los gobiernos de Felipe González trataron de hacer compatible la apertura económica a las inversiones extranjeras con un programa social redistributivo en el que el fortalecimiento de la Sanidad y de la Educación pública, la promoción de la vivienda y la reducción de las desigualdades mejorarían el bienestar de un país que estaba siendo capaz de converger en términos económicos nominales con sus vecinos europeos a una velocidad notable.

Después de los 14 años de gobierno de González (el mismo número que Mitterrand), los socialistas quedarían borrados del mapa político. Los casos de corrupción, el persistente desempleo y la incapacidad de mostrar una política diferenciable de las opciones conservadoras aúpan a la derecha al poder político. El regreso en el 2004 al gobierno del PSOE, presidido entonces por José Luis Rodríguez Zapatero, se produce con la ausencia de un verdadero debate de ideas en la izquierda. En este sentido, el nuevo gobierno socialista impulsa una política económica sustancialmente continuista combinada con una serie de medidas legislativas en el terreno de las políticas de la identidad (matrimonio homosexual, leyes de género, etc.), que colocan a España a la vanguardia europea. Si González administró el neoliberalismo reconociendo su existencia y compensándolo con notables incrementos del bienestar social, con Rodríguez Zapatero el debate ideológico queda arrinconado a la parcela de los derechos individuales, sin llegar ni siquiera a cuestionar las relaciones económicas dominantes.

La crisis económica y el agotamiento de los recursos presupuestarios dejan al gobierno español sin herramientas para llevar a cabo una política autónoma. El shock de mayo de 2010, con el agresivo plan de austeridad inducido desde el exterior, supone una herida irreparable para el PSOE. Un año después, en mayo del 2011, el movimiento 15M representa el ensayo de una revolución que rechaza a los principales partidos políticos, pero que, paradójicamente, contribuirá a otorgar al Partido Popular una hegemonía parlamentaria jamás soñada. En este vacío de ideas y de liderazgo en la izquierda, un grupo de profesores de la Universidad Complutense curtidos en los debates televisivos construyen una propuesta de alternativa a un sistema político que consideran controlado por unos pocos. Podemos se cuela en las elecciones europeas de mayo del 2014 como la cuarta formación política y, pocos meses después, lidera las encuestas como la opción electoral más deseable. Con un discurso calificado por los medios hegemónicos de “populista”, Podemos se instala definitivamente en el panorama electoral español cuestionando la legitimidad de las instituciones y politizando el sentimiento de hartazgo reinante en España como consecuencia de la presión de la Troika y del lema thatcherista There Is No Alternative. La nueva formación logra transmitir a determinados segmentos poblacionales la ilusión por un cambio verdaderamente rupturista. El PSOE recorre el camino inverso: tras las elecciones de diciembre del 2015 y de junio del 2016, experimenta el dilema suicida de los partidos pequeños: favorecer un pacto de la izquierda plural con los independentistas que supondría un desgaste para sus cuadros o inclinarse discretamente por una postura que satisfaga las exigencias de las élites dominantes y de los líderes de opinión. La dramática auto destrucción en el Comité Federal de octubre y la abstención que hacen a Mariano Rajoy de nuevo presidente sitúan al PSOE en la peor encrucijada de su historia, con un 17% de apoyos –según el CIS– que lo colocan por detrás del Partido Popular y de Podemos.

Dicha encrucijada no es exclusiva del socialismo español. En Francia hace ya tiempo que la socialdemocracia ha dejado paso a un social liberalismo impuesto con o sin cuestionamiento político interno. La victoria electoral de François Hollande en el año 2012 representa un test: la oportunidad de un país tradicionalmente influyente para mostrar un camino de salida alternativo a la austeridad en la Zona Euro. Hollande, que en las elecciones primarias del Partido Socialista había señalado a las finanzas como su principal enemigo, escoge pronto otro camino y da un giro de 180 grados a sus principales pretensiones de reforma económica. En esta ocasión será la presión sobre la prima de riesgo francesa la que acabe con la idea de la democracia en un único país. Las únicas medidas progresistas que el PS francés logra materializar coinciden con algunas de las implementadas algunos años antes por el gobierno socialista español: políticas de los derechos individuales que parecen quedar como el único espacio en el que practicar el progresismo en Europa.

Derrotado en la Economía, desgastado por la prensa, por el paro y, además, por una serie de atentados yihadistas, Hollande deja paso como protagonistas a los ideologizados Manuel Valls y Emmanuel Macron, que rematan el trabajo de llevar la socialdemocracia a su insignificancia ideológica: el socialismo francés se desplaza hacia un centro que en Francia se encuentra siempre muy disputado. A nivel interno, el PS se encuentra profundamente dividido: tras el Congreso de Poitiers del 2014, la corriente de los “honderos” o “frentistas”, que cuenta con alrededor de un 30% de apoyo, se opone frontalmente a la rigidez presupuestaria exigida desde Bruselas.

En este contexto de crisis y dispersión de la izquierda, el populismo parece representar la principal fuerza emergente en Francia y se sitúa en una dimensión distinta a la de los partidos tradicionales. El mejor ejemplo es el Frente Nacional de Marine Le Pen que, después de su éxito electoral en las europeas del 2014 y en las regionales del 2015, amenaza con llegar a algo más que a la segunda vuelta de las presidenciales. Le Pen aparecía en el mes de octubre como la tercera personalidad que los franceses escogían para desempeñar un papel político importante en su país. Su lema, “en nombre del pueblo”, hace referencia a un renacimiento político que busca apropiarse del principal fundamento simbólico de la Revolución francesa. La retórica populista también está presente en el discurso de Jean-Luc Melenchon, el ex socialista candidato del Frente de Izquierda que, si bien no ha logrado constituirse como una fuerza mayoritaria, representa, según los sondeos, la mejor alternativa en la izquierda. Su lema es “la era del pueblo” y su discurso, una invitación a la sublevación contra la oligarquía. Estas dos tendencias antagónicas reflejan el agotamiento por obsolescencia representativa de la Quinta República.

Una señal de dicho agotamiento es el éxito sin precedentes de la película “Merci Patron” (“Gracias, jefe”) del director François Ruffin, a la sazón redactor del periódico subversivo Fakir. “Gracias, jefe”, con más de un millón de espectadores en Francia, denuncia las consecuencias de la mundialización económica y las condiciones soportadas por un conjunto de empleados sometidos a la voracidad sin límites de los accionistas empresariales. La experiencia de la conocida como “Nuit Debout” en París se inspira en este filme y se erige como una respuesta popular que, además, reacciona contra una reforma laboral extremadamente agresiva del gobierno Valls. La Plaza de la Bastilla se llenó de miles de personas en la primavera de este año 2016: el “sueño general” perseguido es el de hacer cristalizar una salida diferente a la de la austeridad obligatoria. A pesar de que la falta de organización impide que se origine una alternativa política sustantiva, la “Nuit debout” dejó claro con el grito de “Ya no votaremos socialista” que las perspectivas del PS en las próximas elecciones son las de una implosión política que promete ser más grave que la del año 2002. En esta tesitura, la abstención y el voto en blanco se perfilan como las conductas políticamente más comprometidas.

Distintas historias para un final similar: la socialdemocracia en España y en Francia parece descolgarse del pelotón de las ideologías. La derecha es la opción más evidente en un mundo en el que la política parece destinada a mimar los engranajes de las finanzas internacionales. En este escenario, cualquier copia es peor que el original. La difícil situación de los partidos socialistas exige de una reflexión que debería tener lugar en un contexto supra nacional; si el debate se limita, por el contrario, a qué líderes se explican mejor en la televisión o en el Parlamento, lo peor estará por llegar. Una fuerza política con más de un siglo de historia no desaparece sin generar efectos negativos: dado su histórico papel reformador y restrictivo del capitalismo, un sistema productivo sin ataduras sociales no nos deparará nada más que sorpresas desagradables. Los antes ciudadanos-trabajadores y ahora meros consumidores auto proclamados de “clase media” así lo hemos querido. Por el momento.

(Ctxt)