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Temporeros, esos eternos olvidados entre la precariedad laboral y la xenofobia (Emma González)

Huelva Acoge

El fenómeno del temporerismo en España ha ido evolucionando paulatinamente. Atrás queda el perfil de una persona temporera autóctona para pasar a una configuración mucho más diversa, existiendo diferentes campañas a lo largo del territorio español, siendo el país que más temporeros acoge dentro de sus campañas internas.

Desde los años 80, en los que las campañas eran cubiertas por mano de obra autóctona, se pasa en la década de los 90, a una reducción en la mano de obra nacional, debido al auge de la construcción, que hace que esta mano de obra nacional decaiga (salarios inferiores, dureza del trabajo). Como consecuencia de la reducción de puestos nacionales, y ante la imposibilidad de cubrir la demanda con trabajadores locales, los jornaleros inmigrantes se convierten en mano de obra imprescindible. Siguen la llamada rueda temporera, en la que se concatenan distintas campañas de diferentes comunidades autónomas.
Los temporeros siguen siendo los eternos olvidados; siguen formando parte de un colectivo que sufre vulnerabilidad e invisibilidad. Esto se ve reflejado en unas condiciones de precariedad en cuanto a los alojamientos, que se siguen poniendo de manifiesto con incendios, muertes y enfermedad, provocadas por las condiciones de hacimiento, derivadas de una escasez, en cuanto a dotación de dispositivos, tanto de coordinación, acogida y ubicación de los temporeros, así como, de la dificultad al acceso a una vivienda digna.

Otro aspecto que no debemos olvidar son las condiciones laborales, la precarización laboral, fruto de la crisis económica, que se traduce en un deterioro de las condiciones laborales (largas jornadas, salarios por debajo de lo establecido, convenios colectivos precarios). Si unimos temporero al perfil de mujer, hablamos entonces de una doble discriminación, por su condición de mujer, y además por ser trabajadora temporera. Nos encontramos entonces con casos de explotación sexual, menores salarios, y una mayor presión laboral.

La exclusión social también se hace patente en muchos aspectos, como la dificultad de acceso a la sanidad, a la educación, a los recursos sociales; cuestiones que aumentan la desigualdad y la exclusión de la población temporera. Por ello, es fundamental, la puesta en marcha de acciones encaminadas a favorecer los procesos de integración e inclusión social.

Las relaciones de convivencia entre los temporeros y la población de acogida pasa por la configuración de una percepción negativa del inmigrante, alimentada por falsos prejuicios y estereotipos, considerados como una amenaza, produciendo desconfianza entre la comunidad.

Aunque no existen muchos datos acerca de actitudes xenófobas o racistas, ya que, en la mayoría de los casos no se denuncian o no llegan a conocerse, cada vez más tenemos a nuestra disposición dispositivos que nos permiten denunciar este tipo de comportamientos. Según el Ministerio del Interior, calculan que la cifra de casos asciende a 4.000, si se contabilizaran los delitos que no se llegan a denunciar.

Para luchar contra esta lacra es necesario responsabilizar a todos los agentes implicados, ayuntamientos, tejido empresarial, sindicatos, medios de comunicación, que den un paso más, que se comience a hablar de ciudadanía, promoviendo acciones dirigidas hacia la inclusión social. Impulsando planes integrales inspirados en valores éticos y políticos de justicia e igualdad social. Solo entonces, se comenzará a incidir en esos aspectos de desigualdad, evitando la vulnerabilidad y la exclusión social.

Queda mucho por hacer, pero es necesario no perder el rumbo y seguir avanzando hacia una ciudadanía plena del colectivo temporero que, desgraciadamente, sigue siendo ese gran olvidado.

(Novus Orbis, 20 Minutos)