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Etiopía, crisis política y humanitaria en el Cuerno de África

La población de la zona de Borena, al sur del país, es una de las comunidades más expuestas a las hambrunas cíclicas
Alberto Hedo es responsable de financiación institucional y gestión de proyectos en Ayuda en Acción

Etiopía se asoma a la actualidad internacional pocas veces. En unas ocasiones por razones políticas y en otras por las hambrunas que periódicamente asolan al país. Alberto Hedo, de Ayuda en Acción, nos ofrece un inusual relato de lo que ocurre en este país habitualmente alejado de los focos

El pasado mes de febrero Etiopía ocupó una vez más la primera plana mediática internacional, y no con buenas noticias. El gobierno etíope declaró el estado de emergencia tras varios meses de protestas masivas en las regiones de Oromía y Amhara, donde viven los principales grupos étnicos del país, marginados política y económicamente, y después de la dimisión del primer ministro.

Esta crisis ha desplazado a un segundo plano a otra que afecta severamente a la región desde hace décadas: las hambrunas cíclicas. La zona del Cuerno de África fue duramente azotada por los fenómenos de El Niño y La Niña durante 2015 y 2016, causando sequías severas.
Desde el año 2015, diversas organizaciones hemos dado respuesta a los estragos de esta hambruna silenciosa que ha provocado la peor sequía que vive el país desde hace 50 años.

La oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios identificó en 2017 la necesidad de intervenciones humanitarias urgentes para salvar vidas, estimando que al menos 8,5 millones de personas necesitan asistencia alimentaria de emergencia, de los cuales 3,6 millones se encuentran en Oromía.

De esos 8,5 millones de personas, unos 3,6 millones eran niñas y niños moderadamente desnutridos y madres embarazadas y lactantes que necesitaban alimentación suplementaria y alrededor de 10,5 millones de personas requirieron apoyo para el acceso regular a agua potable segura.

La población de la zona de Borena, al sur del país, es una de las comunidades más expuestas a la inestabilidad climática, que ha desencadenado un problema que obliga a hacer serios esfuerzos por salvar vidas y mantener los medios de subsistencia de la población durante la crisis.

Badade Molu, viuda a cargo de tres niños, cuenta que perdió la mitad de su ganado a causa de la sequía y la condición física del ganado restante eran tan lamentable que no pudo darle salida en el mercado. Esto provocó que sus hijos no tuvieran su ración de leche proveniente del ganado, ni efectivo para comprar comida.

También hemos podido comprobar lo desolador de los paisajes semiáridos del sureste, plagados de cauces, embalses y pastos secos, salpicados por animales cuyas osamentas son fáciles de adivinar bajo la piel.

A pesar de que los habitantes de la región están adaptados a un entorno seco, el aumento de la frecuencia de las sequías provoca que la población rural sea cada vez más vulnerable a ellas, por lo que la previsión es que las consecuencias se mantengan, al menos, en el medio plazo, suponiendo una amenaza directa para millones de personas.

Además de la sequía o bien a consecuencia de ella, están aumentando los desplazamientos a gran escala en las zonas bajas del sur y sudeste. En septiembre de 2017, 1,3 millones de personas, 64% de las cuales son niños, fueron desplazadas debido al conflicto y la sequía. Es previsible que la mayoría de estas personas sigan desplazadas en 2018, mermando cada vez más la capacidad de las comunidades para afrontar estas situaciones extremas una vez superada la fase de emergencia.

Ayuda en Acción se alinea con el llamamiento que Naciones Unidas realizó en febrero de 2017 para responder a esta crisis implementando un programa que complementa acciones de emergencia -destinadas a salvar vidas- con otras encaminadas a generar capacidades en la población, para que puedan enfrentar situaciones similares en el futuro y asegurar los medios que les permiten cubrir sus necesidades vitales.

Una respuesta de 1,4 millones de euros, que se traduce en distribución de complementos alimenticios para mujeres embarazadas, madres lactantes y niños y niñas en peligro de malnutrición; promoción de trabajos de rehabilitación de embalses y tierras de pasto; y asegurar la producción de ganado de la población más vulnerable por medio de la distribución y la atención veterinaria adecuada, siempre en colaboración con los gobiernos y organizaciones locales de cara a asegurar la sostenibilidad de las intervenciones.

La población etíope enfrenta multitud de desafíos que complican el problema y lo mantienen en el tiempo: volatilidad en los precios de los alimentos, brotes de enfermedades, conflictos intercomunales localizados, inundaciones estacionales y acceso limitado a agua y saneamiento básico y a servicios de higiene y salud.

Pero las catástrofes no son sólo naturales, sino que son situaciones desencadenadas por diversos factores: naturales, sociales, económicos y políticos.

En este caso, además de la escasez de lluvias y las estaciones cada vez más erráticas, contribuyen de manera decisiva causas como la corrupción, la polarización, así como las continuas crisis políticas y el desvío de recursos públicos hacia otros objetivos no productivos.

La situación requiere una intervención de emergencia sostenida para prevenir niveles severos de inseguridad alimentaria, además de un serio esfuerzo de conciliación nacional que contribuya a la estabilidad del país.

(Alberto Hedo, Planeta solidario, La Vanguardia)