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Linda Sarsour, el puño en alto que desquicia a los trumpistas

Activismo en lucha. Linda Sarsour fue copresidenta de la marcha de las mujeres en el 2017, pero después su apoyo a las minorías provocó la escisión de la iniciativa
Estados Unidos

Esta activista nacida en Brooklyn, que se presenta “sin pedir disculpas por ser una palestina americana”, aboga por limar diferencias entre los demócratas, ya que las elecciones del 2020 consisten en “fascismo sí o no”

“No soy antiamericana, soy una patriota: un patriota real ama tanto a su país que lo empuja para que sea mejor”

Puño en alto y haciendo alarde de quién es, de dónde viene y a dónde va. Así es ella.

“Estoy hoy en la Universidad de Nueva York sin pedir disculpas por ser una palestina americana (ovación), sin pedir disculpas por ser una musulmana americana (ovación), sin disculparme por ser de Brooklyn (estruendo)”.

De esta manera irrumpe Linda Sarsour en el escenario del Skirball Center, recinto en el complejo de la NYU, ubicado más o menos enfrente del Arco de Triunfo de la Washington Square, en el corazón de Manhattan.

Afuera, en la plaza, están los turistas que sacan fotos a los que tocan la guitarra o los timbales. Todavía hay jugadores de ajedrez, jóvenes que charlan en los bancos, transeúntes con prisas y algunos que trapichean al viejo estilo con sustancias diversas.
Tampoco se echa de menos un aparente despliegue policial, que no se ha montado precisamente para asustar a esos camellos. Los uniformados están por Sarsour, una de las malas malísimas para los conservadores y el trumpismo muy en particular, que igual provoca emociones de admiración, que inflama los peores instintos. La estampa ambiental la define. Unos hombres de levita negra, sombrero negro y rizos están agrupados delante del Skirball. En una pancarta se lee: “Linda Sarsour es amiga de los judíos. El sionismo es el enemigo”.

En estas que aparece una marcha que opina todo lo contrario. Predominan las mujeres. “Sharía Sarsour tiene que irse”, reza uno de los carteles. En otro: “El mal, odio a los judíos, fanática Sarsour”. La que lleva este cartón, con palabras escritas a mano, y que se identifica como Vered, asegura que “Linda Sarsour es antisemita”. Y añade: “Muchas de las universidades tienen profesores que son antisemitas”.

La conferencia de esta activista, una de las copresidentas de la primera marcha de las mujeres, en enero del 2017 y una de las que propiciaron la escisión en la pasada edición, provocó las quejas de sectores de la ultraderecha. Pidieron su suspensión en la NYU, curiosamente coincidiendo la semana pasada con la firma por el presidente Trump de una orden ejecutiva para garantizar la libertad de expresión en los campus, a favor, claro, de los oradores conservadores a los que “les impiden difundir” sus ideas para “hacer grande América de nuevo”.

En la sala, los escasos abucheos quedan eclipsados por una entusiasta acogida. “Me dicen que soy antiamericana, que vuelva al lugar del que vengo. Ante todo –insiste–, yo vengo de Brooklyn”.

Cuenta que en ese distrito neoyorquino encontraron cobijo sus padres a finales de los setenta, después de dejar su hogar en Cisjordania, huyendo “de la ocupación militar más larga de la historia moderna”. Su padre estableció un pequeño negocio y su madre hacía de ama de casa. Linda, nacida en 1980 , fue la primera de siete hijos. “Al ser la mayor me tocó liderar antes de que llegara mi tiempo, me hice adulta antes de ser adulta”, confiesa motivando una aclamación general.

No olvida la memoria de su abuela, nacida antes de que existiera el Estado de Israel. “Decía que palestinos y judíos convivíamos”, afirma.

“Sólo porque mi familia vino aquí no olvido que este país ha causado horror y trauma a muchas comunidades”, remarca. “No soy antiamericana, soy una patriota. Un patriota real ama tanto a su país que lo empuja para que sea mejor”. Y rechaza la etiqueta de radical. “¿Qué hay de radical en pedir que a todos se les trate con dignidad, de ser anti guerra y pro paz, pro diplomacia?”, cuestiona.

Una de sus virtudes, según asegura, consiste en ser “visionaria” a larga distancia. Pero esta tarde sólo pretende mirar al 2020, a las elecciones presidenciales. Habla de que “la unidad no es uniformidad”, puesto que, si dentro de una familia surgen discrepancias, cómo no las habrá entre desconocidos, entre los diferentes movimientos progresistas. Se trata de hallar “intersecciones”, cuestión que resume: aunque podrá haber numerosos y variados aspirantes demócratas, una vez que salga un candidato de las primarias, “todos hemos de ir en el mismo equipo, a pesar de las diferencias, porque es sencillo, fascismo o no”.

Sarsour se muestra orgullosa por los estudiantes que votaron a favor de la campaña de boicot a compañías vinculadas a Israel. ”Es una resistencia no violenta”, replica en el único momento de cierto revuelo. Una voz le grita: “Hipócrita, ¿qué nos dices de la opresión de los palestinos por Hamas en Gaza?”.

No responde. “No estoy aquí –expone– para convencer a nadie qué ha de creer. Sólo quiero vivir en un país que me permita creer lo que yo quiero creer”.

Puño en alto al despedirse.

(Francesc Peirón, La Vanguardia)