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La gran hermana menor: Silvina Ocampo

“Silvina escribía como nadie, en el sentido de que
no se parece a nada de lo escrito y creo
que no recibió influencias de ningún escritor.
Su obra parece como si se hubiera influido a sí misma”
Adolfo Bioy Casares

Encontrar un escrito sobre Silvia Ocampo que no mencione previamente que fue pareja de Bioy Casares, amiga de Jorge Luis Borges y hermana de Victoria Ocampo, o que no haga referencia a la carta de amor de Alejandra Pizarnik, parece imposible. Se escribe mucho sobre su vida llena de intrigas y rumores, pero poco se lee de su vasta producción literaria.

Recientemente, bajo el respaldo de la editorial Anagrama, Mariana Enríquez reeditó el libro La hermana menor (2018), una biografía de Silvina Ocampo que además de escarbar en sus diarios, toma en cuenta testimonios de amigos y de críticos, en un intento de lograr un retrato transparente de la menor de las hermanas Ocampo. La hermana menor es un libro que pone sobre la mesa el hecho de que esos chismes literarios han enfocado erróneamente el interés por Silvina Ocampo en su vida, y no en su obra. El acierto de Mariana Enríquez es volver a traer a Silvina a la mesa de novedades, pues no solo logra develar los secretos más controversiales de la escritora argentina, sino que crea en el lector la angustiosa necesidad de leer todo lo escrito por ella.

Esa necesidad puede satisfacerse momentáneamente con su primer libro de cuentos: Viaje olvidado (1937), que le dio tortícolis literaria a su hermana, la afamada crítica Victoria Ocampo, o por lo menos así lo expresó en la reseña que publicó sobre la obra en la revista Sur. Y es que algo hay de cierto: no es un cuentario fácil de leer. Está saturado de imágenes poéticas y de un lenguaje descriptivo que puede ser pesado. En los cuentos “Viaje Olvidado”, “Cielo de Claraboyas” y “El vestido verde aceituna”, puede notarse la influencia de los cuadros surrealistas de sus maestros Giorgio Chirico y Fernand Léger.
De su primer compendio de cuentos no sólo destaca la complejidad en que Silvina graba sus historias en nuestra piel, también lo hace su tratamiento de temas peculiares y poco explorados en la narrativa rioplatenses: la crueldad y lo siniestro. Así lo deja retratado en los cuentos “El vendedor de estatuas” y “El caballo muerto.” Explorar estás sensaciones poco agradables e incómodas, será una constante en toda la narrativa que escribiría.

En 1959, apoyada por la editorial SUR, publica La furia y otros cuentos, posiblemente su mejor cuentario y uno de los mejores libros de cuentos argentinos. Una recopilación de treinta y cuatro relatos publicados en su mayoría entre 1937 y 1940 en la revista Sur. Una literatura que dicen algunos solo puede comprenderse reconociendo la intertextualidad con los otros textos de la argentina. Si bien tiene algo de cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, o en opinión de Harold Bloom, que nadie ha escrito algo que no haya retratado ya William Shakespeare, Silvina Ocampo podría ser una excepción a la regla. Prueba de ello es La furia.

En este libro, el lector se encontrará con relatos fantásticos como “La casa de azúcar”, “El vestido de terciopelo” o “El goce y la penitencia”. El primero de estos pone en juego la noción del doble, quizá por ello la crítica lo ha favorecido, pero más allá de insertarse en la tradición de lo fantástico, Silvina incorpora personajes femeninos excéntricos con un empoderamiento que ya quisieran muchas de las novelas contemporáneas que se venden como feministas.

Siguiendo la línea de los personajes femeninos, El goce y la penitencia muestra la infidelidad femenina como una realidad, pero como su título lo muestra, el crimen tendrá que pagar caro su acción. La historia nos relata a una mujer de clase alta que lleva a su hijo a retratar por un pintor famoso de la ciudad. El amor y la pasión entre la madre y el pintor no tarda en florecer y entonces su esposo sospecha de la infidelidad, apurando la entrega del cuadro. Para sorpresa de todos, el retrato tiene todo menos un parecido con el primogénito del matrimonio. Molestos, mandan al sótano el cuadro. La mujer resulta embarazada del pintor sin que su esposo se entere. Su vida vuelve a la costumbre, sus hijos crecen, el pintor es olvidado hasta que vuelve a encontrar la pintura fallida o quizá no tan fallida, pues es retrato de su hijo más pequeño. Un cuento incomparable con sus contemporáneos. Sorprendente y peculiar como la misma Silvina.

Esa peculiaridad, extrañeza y humor negro será su sello personal en sus libros de cuento posteriores: Las invitadas, Los días de la noche (1961), Cornelia frente al espejo y su obra póstuma, Las repeticiones (2006). Temas como la infancia, el trabajo doméstico y la sexualidad la resaltan de entre sus contemporáneos.

Si la narrativa de Ocampo no logra enganchar a los lectores, su pluma también incursiona en la poesía, donde tiene una producción igual o más extensa que su prosa: Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Sonetos del jardín, (1948), Lo amargo por dulce (1962). La peculiaridad de la obra literaria de Silvina Ocampo se resume en su propio verso:

No soy sociable, soy íntima.

Soy apenas yo misma. Soy Silvina.

Fui y soy la espectadora de mí misma.

Prisionera, perdida, siempre esclava de tu felicidad.

Sin duda, escribir sobre Silvina Ocampo es una tarea complicada, pues una escritora tan prolífica como insólita no se puede resumir en pocas palabras. No hay más que seguir leyéndola, porque su mirada es una mirada irrepetible en la literatura hispanoamericana.

(Andrea Lárraga, The Fiction Review)