hablo de los cientos de vídeos que han aparecido bajo el hashtag #yohabloandaluz en Twitter y redes sociales en los que la gente expone su currículum para demostrar que no son "andaluces ignorantes, catetos e incultos"
Si nuestra forma de hablar les molesta es porque el andaluz es una lengua de pobres, de subalternas, de quienes hemos jugao en el Estado español históricamente el papel de criadas, de jornaleras, de obreras... Las que hemos trabajao pal señorito, en nuestra propia tierra o como emigrantes (ese señorito que casi siempre hablaba un perfecto castellano) [...] tenemos que tener cuidado con los lugares desde los que nos reivindicamos, porque a veces nuestro modo de defendernos (re)estigmatiza a nuestro pueblo
#yohabloandaluz, pero no voy a poner sobre la mesa mi currículo académico, demostrar los muchos idiomas que domino (o no) ni utilizar como argumento mis libros o mis premios. Yo hablo el mismo andaluz que mi abuela, que escribía versos repletos de faltas de ortografía en sus cuadernos. El mismo andaluz que hablan las 200.000 personas analfabetas que sigue habiendo hoy en mi tierra. El que hablan las jornaleras, las limpiadoras, las cajeras, las camareras..., las que tienen licenciaturas y másteres y las que no han pisado una escuela en sus vidas. Y el andaluz que hablamos unas y otras es igual de legítimo y de digno.
Es peligroso responder a los ataques del amo hablando su misma lengua, utilizando sus palabras (ya nos dijo Audre Lorde que "las herramientas del amo no desmantelarán la casa del amo"). Contestar a una acusación andaluzofóbica con un discurso clasista es participar de la misma lógica terrible del sistema. Querer demostrar que estamos en los espacios simbólicos que esa lógica del sistema reconoce como espacios de poder y de prestigio intelectual es en el fondo aceptar las reglas que el sistema impone.
Hablamos andaluz y no dejamos de ser ignorantes, catetas, vagas, malhablás, incultas al cumplir con las exigencias y requisitos del pensamiento burgués (el saber académico y sus reconocimientos). Los saberes son múltiples, ricos, variados, y la mayoría no se estudian en la academia. Hace tiempo que creo que es más interesante y, sobre todo, más revolucionario, reapropiarse de esos insultos y reivindicarlos. Ser catetas y malhablás es ir en contra de la norma, de esa lógica del poder que es terriblemente clasista. Reivindicarnos catetas supone dignificar esos otros saberes que llevan siglos en nuestra tierra (los de nuestras abuelas y nuestras madres, los de tantas compañeras de lucha que no han pisao una universidad).
Y es que, entendamos esto de una vez por todas, les parece que hablamos mal porque hablamos como hablan las pobres. Los leísmos y laísmos de las madrileñas, los queísmos y dequeísmos de las castellanas no les parecen errores tan terribles como nuestros ceceos. Si nuestra forma de hablar les molesta es porque el andaluz es una lengua de pobres, de subalternas, de quienes hemos jugao en el Estado español históricamente el papel de criadas, de jornaleras, de obreras... Las que hemos trabajao pal señorito, en nuestra propia tierra o como emigrantes (ese señorito que casi siempre hablaba un perfecto castellano). Por eso les extraña tanto cuando nuestra lengua la habla una Ministra, pero les parece de lo más verosímil y apropiada cuando la habla la chacha de "Médico de familia", la yonqui de "La que se avecina" o la usan en sus chistes los Morancos.
#yohabloandaluz y soy cateta y malhablá porque mi lengua escapa a su norma, la burla, la cuestiona. Y ese discurso del poder, clasista y aporofóbico, que asocia la falta de currículo académico con ignorancia me resulta repugnante. Creo que tenemos que tener cuidado con los lugares desde los que nos reivindicamos, porque a veces nuestro modo de defendernos (re)estigmatiza a nuestro pueblo y nos hace jugar, sin darnos cuenta, el odioso papel del Tío Tom.
(facebook.com/olalla.castrohernandez)
