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Alesksandar Vucic obtiene poderes absolutos en Serbia (Miguel Fernández Ibáñez)

En 2014 se convirtió en primer ministro, aunque dicen que antes ya controlaba las entrañas del Estado e incluso al expresidente y compañero de partido Tomislav Nikolic. Vucic, hoy presidente, es el mandamás de Serbia. Ahora que su coalición ha arrasado en las elecciones, ya no hay discusión. Con poderes absolutos, puede reformar hasta la Constitución

El mérito de Vucic radica en haberse movido con destreza primero entre bastidores hasta controlar las arterias del país y luego como gestor de esas cloacas del Estado que antes intentaban controlar quienes ahora se quejan de él

La coalición liderada por el Partido Progresista Serbio (SNS) del presidente, Aleksandar Vucic, arrasó en las elecciones parlamentarias del domingo en Serbia. Arrasó no solo porque obtuvo el 61% de los votos, algo que ya vaticinaban algunas encuestas, sino porque la abstención fue solo del 50%. Una parte importante de la oposición apostó su futuro político al boicot, pero no funcionó: uno de cada dos serbios votó y, si se compara con las anteriores parlamentarias o presidenciales, en las que la participación fue del 56%, el poder de Vucic crece.

En 2016 obtuvo 131 diputados y el 49% de los votos, en las presidenciales de 2017 consiguió un 55% de los votos en la primera ronda y el domingo incrementó la cifra hasta el 61% y obtuvo 191 parlamentarios. Por la distribución de escaños, la coalición del SNS tiene ahora el 75% de los 250 diputados y puede llevar a cabo reformas constitucionales. Vucic, por tanto, es el gran líder de la Serbia post-Milosevic y, yendo más lejos, el primer líder estable desde el mariscal Tito.

Salvo sorpresa, con el recuento al 64% al cierre de esta edición, la jugada electoral no le ha podido salir mejor al presidente. Tiene ahora el poder absoluto y a la oposición noqueada. Además de los partidos regionales, que logran unos pocos diputados, solo han accedido al Parlamento la coalición dirigida por el Partido Socialista de Serbia (un 10% de los votos y 32 escaños), que es connivente con Vucic, y la formación del exwaterpolista Aleksandar Sapic (un 3,6% de los votos y 11 escaños). El resto de opositores se han quedado fuera pese a que por primera vez el corte electoral estaba en el 3%: por ejemplo, el actor Sergej Trifunovic, una de las caras visibles de las protestas que recorren las calles de Serbia desde 2019, solo conquistó el 1,8% de los votos.
Alianza por Serbia (AS), la oposición que impulsaba el boicot, se queja de las irregularidades en las urnas. Asegura que solo ha votado el 42% de los serbios y que en Belgrado, la capital, la participación apenas ha llegado al 35%. Trata de deslegitimar la victoria de Vucic. Si se compara con las elecciones de 2016, esa oposición representa no más del 6% de abstención. Puede que varios puntos extra con las irregularidades que denuncia. No es suficiente. Además, el boicot no solo fue una llamada de AS, el colectivo Ne Davimo Beograd (No ahoguemos Belgrado) también apostó por no ir a votar y parte del respaldo le pertenece, y no hay que olvidar que detestan a los políticos de AS.

AS se hizo con parte del control de las protestas callejeras conocidas como 1 de 5 millones. Dragan Djilas es el líder de una rama política. Como estudiante, se enfrentó a Milosevic en público. Luego se convirtió en alcalde de Belgrado. Otros integrantes son Bosko Obradovic, líder de la ultraderecha, y Borko Stefanovic, antiguo miembro del Gobierno del Partido Democrático de Boris Tadic. Estos políticos son viejos conocidos que representan un pasado inestable. La sociedad desconfía de ellos y, por eso, Vucic obtiene un respaldo tan importante. En resumen, su victoria incontestable tiene mucho que ver con la ausencia de un verdadero líder opositor.

La oposición alega que Vucic es un líder autocrático que controla los medios de comunicación –Serbia ocupa el puesto 93 en el índice elaborado por Reporteros Sin Fronteras– y la red de empleo, sobre todo en las zonas rurales. Probablemente sea cierto. Pero el mérito de Vucic precisamente radica en haberse movido con destreza primero entre bastidores hasta controlar las arterias del país y luego como gestor de esas cloacas del Estado que antes intentaban controlar quienes ahora se quejan de él. Una reciente investigación de Organized Crime and Corruption Reporting Project sacó a relucir los lazos de Vucic con la mafia Kavaç y cómo su Ejecutivo está intentado acorralar a otras mafias enemigas. Esta realidad forma parte del juego político de los Balcanes.

En el plano geopolítico, la UE y EEUU pueden estar contentos. Vucic es sinónimo de estabilidad. Más aún con un 75% de los escaños con los que podría modificar la Constitución. Esa reforma, si se hace, probablemente tenga como tema central Kosovo. El 25 de junio Vucic irá a Bruselas, que promueve un acercamiento progresivo de las partes en conflicto y dos días después se verá la cara con su homólogo kosovar en la Casa Blanca. La Administración Trump, a diferencia de la UE, quiere una solución rápida al conflicto. Una que llegue, si es posible, antes de las elecciones presidenciales de noviembre en EEUU.

Para ello, es siempre más fácil negociar con un líder fuerte que con un Parlamento atomizado. Vucic es ideal para los objetivos inmediatos de Washington: forzar un polémico intercambio de territorios entre Serbia y Kosovo a cambio de que Belgrado reconozca la independencia de su antigua región. Trump tendría aquí un as electoral. Pero es una medida impopular, sobre todo en Kosovo, y probablemente sea necesario un referendo para que la sociedad decida.

Luego ya llegarán los matices: las interferencias de quienes quieren imponer su solución al conflicto; Rusia, que hará todo lo posible por elevarse como actor crucial en las negociaciones cuando se acerque la resolución final, y la siempre agazapada China, que, si quisiera, podría incordiar un poco a Occidente.

(Gara)