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'Crema Paraíso', de Camilo Pino: “Uso el Candy Crush como Scott Fitzgerald la ginebra”. El loco mundo del boom en La Habana y Caracas


Gabriel García Márquez, con Fidel Castro, en Birán, ciudad natal del dictador cubano, en los años 90
El Cabaret Tropicana fue un lugar frecuentado por todos los grandes escritores latinoamericanos que visitaban la isla
El venezolano Camilo Pino escribe una divertida sátira del mundo literario latinoamericano

‘Crema Paraíso’ se centra en un poeta venezolano senil, prototipo del macho escritor, convencido de que el Nobel de Literatura está a punto de serle concedido

Hay escenas impagables, como cuando Allen Ginsberg intenta violar a Ednodio Quintero en una cabaña rural

“Internet ha cambiado nuestro contacto con la literatura: autores y editoriales compiten como caníbales por la atención en las redes sociales”

El loco, loco mundo del boom de los escritores latinoamericanos y sus disparatadas circunstancias. La ambición literaria de un poeta venezolano senil –convencido de que el Nobel de Literatura está a punto de serle concedido– se cruzará con las ganas de abandonar el país de su hijo Emiliano, quien acepta en nombre de su progenitor la invitación a un programa de tele-basura alemán. Pero las tres pastillas anaranjadas que le suministra a diario no serán suficientes para calmar al gran macho escritor, que también deberá hacer frente un día a las consecuencias, ay, de su desaforada bragueta.

Esos son los mimbres iniciales de ‘Crema Paraíso’ (Alianza) –el título viene de una vieja cadena de heladerías venezolanas– la divertida novela de Camilo Pino (Caracas, 1970) que acaba de salir a la venta, y por la que transitan en cameos algunos mitos, como Cortázar, Vargas Llosa, Bryce Echenique o Benedetti, en las cuchipandas de Cuba, parque temático de la literatura latinoamericana durante décadas.

“Lo he vivido, estudiado y padecido –admite el autor, por teléfono desde Miami, donde reside–. Mi padre es historiador, era un profesor universitario de izquierdas. Yo estudié en la Universidad Central de Venezuela, que todos los años organizaba viajes al festival de cine de La Habana, y he asistido a alguna fiesta en la que estaba Fidel. Era turismo socialista, en los años 80 cuando ya los escritores estaban divididos por el tema político, unos seguían asistiendo y otros no”.
Por la novela también desfilan los hermanos Castro, Ernesto Cardenal, en el papel de cura seductor, y se escuchan comentarios sobre Barcelona como meca de los escritores, aunque los personajes la encuentran demasiado estirada para vivir.

El poeta Dubuc de la ficción es autor del gran poemario ‘Instituto Postal Telegráfico’, y se pasa los días entre el colchón y la hamaca, con incursiones nocturnas en los bares caraqueños para fumar y beber. “Es un hombre poseído por la literatura, de forma demoníaca, con un lado dionisíaco muy fuerte”.

La sátira del mundo literario incluye personajes imaginarios como Omar Pichuelos, o escenas impagables, como la visita de Allen Ginsberg a la gloria nacional Ednodio Quintero, a quien el beat intenta violar en una cabaña rural, “lo que provoca que acaben haciendo judo”.

La magdalena proustiana de Emiliano –“como la omelette de Pereira”, apunta– es el granizado de limón. “Hay algo ahí de paraíso perdido, de nostalgia de un país que era rico y pasó a no tener alimentos ni medicinas. Hoy, es un lugar en el que no existe la economía, donde el dinero no tiene ningún sentido y casi no hay gente joven”.

El Candy Crush al que juega compulsivamente Emiliano es el equivalente a la ginebra en las novelas de F.Scott Fitzgerald. “Es mucho más adictivo que el alcohol, de hecho, yo lo uso aquí con el mismo sentido, es un espacio, sintético, de colores y pixelado, al que huir, que Emiliano necesita para justificar su simpleza, su materialismo, su banalidad. Para él, es tan épico como para el padre resultan los grandes poemas”.

Ese gap narrativo entre ambos hace que el padre le haga de Cyrano y le escriba cartas de amor, idea que le surgió de “la historia de un doctor que iba a Europa a un congreso de Medicina y le escribía las declaraciones de amor a su hijo”.

El gran escritor recibe, como Woody Allen, acusaciones de pederastia. “El paso del tiempo le da la vuelta a la moral, que es un concepto relativo. Lo que era bueno en los años 80 escandaliza en el 2020. Él vivía en un mundo y le cambian totalmente las reglas. En su mundo, la paternidad era dar una palmada en la espalda al hijo, que se educaba en la calle, mientras que yo cambio pañales y no duermo si el niño ha dicho algo feo”.

La parte final del libro une poesía y tele-basura. “Son ámbitos distintos, a la televisión le interesa más bien el escándalo sexual del poeta. Internet ha cambiado nuestro contacto con la literatura: autores y editoriales compiten como caníbales por la atención en las redes sociales”.

Destaca, sin embargo, como rasgo positivo de los nuevos tiempos, “la aparición de trovadores de youtube, poetas orales, cerca del rap, que tienen sus programas de televisión , tal vez aún no son de suficiente calidad, pero por ahí va a pasar algo, estemos atentos, es algo nuevo”.

Pino vive en Miami desde 1999, procedente del Reino Unido, donde estudió. Ha llevado a cabo lo que llama “una carrera gris, corporativa, que aquí no nos interesa” en el campo de la publicidad hasta que, hace unos pocos meses, entró en el departamento de adaptaciones literarias de un canal de televisión. “¿Qué escritor vive de escribir? Todos estamos jodidos”.

“El humor se fue apropiando de la novela –revela–, porque te permite meterte en aguas profundas con mucha levedad”. ‘Crema Paraíso’ es, en fin, como si Tom Sharpe hubiera viajado a La Habana para escribir sobre el boom. “A mí es un tono que me viene de la comedia televisiva inglesa. En la tradición hispana, el humor se percibe como un registro secundario, con notables excepciones como César Aira, Nicanor Parra o Eduardo Mendoza”.

(Xavi Ayén, La Vanguardia)