Los portugueses tratan de sortear las muchas medidas de recortes aprobadas por Passos Coelho. La recesión parece enquistarse y el pesimismo se adueña de las calles.
Joao mira al cielo y suspira. El día ha amanecido nublado en Lisboa. “La jornada se presenta gris”, dice mientras cubre con un plástico el tenderete de antigüedades instalado en la calle. La jornada de hoy será gris, como otras tantas desde hace ya demasiados meses. “Ahora tengo 57 años. Cuando se desató la Revolución de los Claveles en mi país tenía 15. Nunca, ni siquiera entonces, recuerdo una situación tan grave como la de ahora”, explica este lisboeta.
Tras 23 años trabajando en el Banco Santander en la ciudad lusa, Joao tuvo que reinventarse y empezar a ganarse el pan con lo que había sido su distracción de fin de semana, el coleccionismo: “Esta es una crisis de valores. La falta de honestidad de los políticos nos ha llevado a esta situación”, lamenta este malabarista de los números que sobrevive con 900 euros al mes: “Lo que vendo alimenta el espíritu y ahora mismo tenemos que alimentar el cuerpo”, sonríe.
Junto a su tenderete aún permanecen pegados los carteles llamando a la huelga general en el país. Portugal vivió su último paro –el más importante de los últimos años– el pasado día 24 de noviembre. Después se han producido otras movilizaciones. La protesta era contra la última remesa de recortes aprobados por el nuevo Gobierno de Passos Coelho, a quien los portugueses confiaron las riendas de un país en ruinas el pasado 5 de junio.
Entre algunas de estas medidas encaminadas a reducir el déficit del país están la supresión de las pagas extra de los funcionarios o una tasa sobre las autopistas. Son las gotas de un vaso a rebosar que incluye también la congelación del sueldo de los empleados públicos entre 2012 y 2014 y subidas de impuestos.
Los transportes son un ejemplo del caos que vive el país. Jose Antonio no puede evitar soltar el volante por unos instantes para llevarse las manos a la cabeza. “Es muito grave, la situación es muito grave”, repite sin cesar. Este taxista con más de 40 años de trabajo será uno de los que sufra este impuesto en los peajes. Como ya padece el bajón del turismo, la subida de la gasolina dejará un rosario de desastres numéricos tras de sí y su cartilla tiritando a mitad de mes. “Gano 600 euros al mes y tengo dos hijas en edad escolar. El Gobierno ha retirado las ayudas para los estudiantes. ¿Cómo voy a pagar sus estudios ahora?”, protesta.
El caos en los transportes es el mejor ejemplo del desmadre nacional. Algunas líneas de autobús han recortado sus servicios.“Esta línea ya no circula los fines de semana”, alertan dos autóctonos a un grupo de despistados turistas en la parada desierta de la turística plaza del Rossio.
“Antes el litro de gasolina estaba a 50 céntimos. Ahora, a un euro y medio”. José Antonio sigue a lo suyo, haciendo números. “Ahora llenar el depósito me cuesta el triple que hace dos años”. Siguen sin cuadrarle las cuentas. “Tengo que conducir más despacio, ir más lento para consumir menos”, confiesa.
El taxista no entiende de deudas soberanas ni de bonos basura. Tampoco entiende por qué algunos creen que Lisboa tiene que salir del euro. Sólo sabe que a él empezó a irle mal hace dos o tres años y que su desgracia ha ido a peor en los últimos meses, tras el rescate de Portugal por parte de la Unión Europea.
Aunque él ignora este detalle, que sólo conoce “de oídas”. Sólo sabe que desde entonces ha perdido clientes, que ingresa menos dinero y paga más impuestos. Tampoco sabe que la economía del país se contrajo un 0,6% de julio a septiembre, una cifra peor que la augurada por el instituto de estadística luso.
José Antonio no es un experto en números, pero él también intuye que la situación no va a mejorar. “Cada plan de ahorro va acompañado de otro. Ya han subido impuestos y han recortado salarios... Y no creo que la situación vaya a mejorar el próximo año”, explica.
Sí hay luz al final del túnel para José Ferreira Machado. Optimista, cree que en la juventud está el divino tesoro que sacará al país del atolladero. Este profesor en la escuela de comercio más prestigiosa del país, el centro Nova, tiene su mantra particular: “Cuando las cosas se ponen difíciles siempre me repito que en Australia ya es mañana”, dice, recordando el consejo que le daba una amiga española.
El canto lacónico de Mariza, una de las voces patrias de fado más conocidas, acompaña de fondo las protestas de Jose Antonio en su taxi. El lamento, ironías de la crisis, es ahora más que nunca la banda sonora del país. Hoy no ha sido una buena jornada para Joao. Ni para José Antonio. El día no ha clareado. Afortunadamente, en Australia ya es mañana.
- Fernanda, hostelera: “Ahora sólo pido trabajo”.
El Hostal Casa Estrella Duro no recuerda sus años gloriosos “antes del euro, cuando estaba todo lleno” rememora con añoranza su propietaria, Fernanda. “Antes no éramos ricos pero teníamos para el día a día”. Estamos en Navidad y sólo tiene una reserva formalizada. “Los portugueses hace tiempo que no vienen y los españoles cada vez menos. Nunca pensé que fuera a vivir un momento como éste”, lamenta esta anfitriona que lleva 30 años acogiendo turistas. Fernanda ha tenido que quitar Internet (“de algún lado había que recortar”) y espera la paga estatal de Navidad para pagar la matrícula de universidad de su nieto. Su anhelo antes era ahorrar para adecentar el hostal, este año pide una única cosa: “Ya no quiero nada, sólo poder trabajar”.
- Joao, taxista: "Me siento europeo".
No es Joao de los que piensan que Portugal no debería haber entrado en la moneda única (“era necesario para que Portugal se desarrollara”) ni de los que creen que debería salir (“si acabara el euro seria una catástrofe, no sé que sería de nosotros”), opina el ex financiero. Confía en Europa, que sacó a su país de la bancarrota. “Creo en el euro y, además, me siento muy orgulloso de ser europeo”. Aunque confiesa que le queda poca fe. “La edad es inversamente proporcional a la esperanza: a medida que te haces viejo comprendes que las cosas no van a cambiar”, dice. “Lo siento por mi hijo y los jóvenes de su generación. Si tuviera que salir a la calle y tomar las armas por ellos lo haría... No se merecen el futuro que les espera”, declara.
- Jorge, camarero: “No hay turistas ni en sábado”.
En una taberna del turístico barrio alto de Lisboa Jorge hace guardia, menú en mano, en su terraza desértica, a ver si consigue cazar a algún transeúnte hambriento. “Y eso que es sábado...”, declara este ex parado recién incorporado al mercado laboral. La crisis que azota Europa se ha reflejado en un descenso del turismo. Vienen menos y, asegura, los que viajan, lo hacen con menos presupuesto en el bolsillo. Aunque a diferencia de muchos de sus compatriotas este lisboeta mira con optimismo el futuro. “La crisis no puede durar siempre. Es difícil que estemos peor que ahora”, dice este defensor de Europa y del euro. Uno de los principales países emisores de turistas es España, donde la crisis ha provocado que se viaje mucho menos.
Raquel Villaécija, Expansión