Mientras gran parte de la comunidad internacional se centraba en la desintegración de Yugoslavia y en los conflictos de Argelia y Afganistán, Asia Central asistía a un abanico de enfrentamientos que puso contra las cuerdas a las recién nacidas repúblicas asiáticas: revueltas en Kirguizistán, protestas y enfrentamientos antigubernamentales en Uzbekistán, guerra civil en Tayikistán, y disputas en torno al Valle de Fergana y, sobre todo, un evidente deterioro de la seguridad y del nivel de vida.
El 11-S y la centralidad que adquirió Afganistán «descubrieron» la existencia de ese «Gran Juego» que se estaba disputando en torno a estos estados, desconocidos para buena parte de Occidente.
El panorama de estos años puede calificarse de desolador en muchos sentidos: abandono de fábricas, escuelas, hospitales, instalaciones eléctricas (los cortes de luz se han convertido en algo habitual en determinadas zonas) y de carreteras. Además, cada vez es más patente la falta de personal cualificado para esos sectores, ya que a la poca inversión de los gobiernos se une la salida del país de muchos cuadros preparados.
Tampoco hay que olvidar la persistente corrupción que afecta a buena parte de las estructuras de los nuevos estados, en especial a determinados sectores de las fuerzas de seguridad. El ejemplo de los llamados gaishniki (nombre ruso de la antigua policía de tráfico), que no dudan en multar a los ciudadanos sin emitir el recibo correspondiente, se repite en los cinco estados.
La llamada transición política en la zona ha supuesto la transformación de buena parte de las viejas élites, que han sabido dotarse de nuevos mecanismos para mantenerse en el poder. Apoyándose en la fidelidad de familias o clanes y tejiendo toda una red de apoyos en base a «servicios pagados», han logrado apropiarse de las riquezas de sus países e incluso desviar las ayudas internacionales para su propio beneficio. El control de sectores claves (gas natural, petróleo, algodón, hidroelectricidad, aluminio...) les ha permitido mantener sus posiciones privilegiadas y continuar enriqueciéndose, mostrando una realidad en la que unos pocos reciben los beneficios mientras que la mayor parte de la población es relegada del reparto de las riquezas.
Otro aspecto muy importante y que, en ocasiones, pasa desapercibido es la importancia de los bazares y mercados locales. Históricamente, han sido el centro de buena parte de las relaciones entre la población local. Por un lado, juegan un evidente papel económico y, por otro, propician un movimiento e intercambio de materias y opiniones que escapan al control de las autoridades. Esta capacidad de actuar al margen del control de la autoridad central preocupa al poder, que no ha dudado en ubicar algunos de estos mercados a las afueras de las ciudades e incluso en cerrarlos bajo el paraguas de la modernización y la construcción de nuevas urbanizaciones .
La región asiste a «una estrecha relación entre el declive generalizado y la potencialidad en aumento de un futuro conflictivo». Recientes acontecimientos -como la dura represión del Gobierno uzbeco en Andijan, la violencia interétnica en Osh (Kirguizistán) o el aumento de los ataques armados de la insurgencia islamista en torno a la garganta de Kamarob (Tayikistán)- vienen a reforzar esta teoría.
A día de hoy, el panorama de las repúblicas de Asia Central está marcado por la crisis económica, la explotación de las ricas reservas energéticas, el auge del islamismo político más radicalizado, los movimientos migratorios, la corrupción, el tráfico de drogas, la inestabilidad política, los movimientos de terceros actores (Rusia, China y EEUU, principalmente) y por las repercusiones que pueda tener el conflicto de Afganistán.
En este contexto, Rusia lleva tiempo intentando recomponer su área de influencia en la región. Los proyectos de la llamada Unión Aduanera y la Unión Euroasiática buscan apuntalar la presencia rusa en Asia Central, aunque en ocasiones se encuentra con la oposición de algunos dirigentes locales, como en Uzbekistán o Tayikistán.
Moscú también ha enfocado la situación en clave militar, temeroso de un efecto dominó que desde Afganistán se expanda hacia estos estados y acabe aumentando la tensión en la explosiva zona del Cáucaso.
Por su parte, los dirigentes chinos llevan tiempo interesados en esta zona por el temor de que que cualquier cambio pueda repercutir sobre la población uighur y por el ventajoso mercado que representa, sobre todo, en lo que se refiere al apreciado negocio de los hidrocarburos.
EEUU también es consciente de su importancia regional. «Evitar el auge de Rusia y China, mantener el acceso a los recurso energéticos, frenar la expansión del islamismo militante que podría extenderse hacia Turquía u otras regiones», son algunas de las prioridades de Washington.
- Kazajistán.
El pasado día 16 celebró el decimosexto aniversario de la independencia. La transformación que ha vivido en estos años se puede apreciar, sobre todo, en la capital, Astana, donde las inversiones para convertirla en un lugar atractivo, en una «especie de puente entre Europa y Asia», reflejan las intenciones de los actuales gobernantes. La posibilidad que otorga la inmensa riqueza petrolera y de otras fuentes energéticas ha sido clave para entender la situación.
Considerada como la república más estable de la zona, afronta importantes retos -la privatización de sectores como la sanidad y la educación, la crisis identitaria de la población rusa y la corrupción, entre otros-.
Una de las bazas que con las juega el régimen son las obras ya ejecutadas, como el nuevo puerto de Aktau o la red ferroviaria que enlaza las principales ciudades y que permite accesos hacia China. El 15 de enero habrá elecciones parlamentarias. Los analistas coinciden en la victoria más que probable del partido Nur OTAN, del presidente Nursultan Nazarbayev. Además, se presentan otras ocho formaciones que aspiran a entrar a la Cámara por primera vez. En esta cita electoral se verá el nivel de incidencia de las protestas rusas y el relativo fracaso del partido de Vladimir Putin, Rusia Unida.
En los últimos meses, la «pacífica» república kazaja está siendo escenario de protestas, como la de los trabajadores del sector petrolífero de la ciudad petrolera de Zhanaozen, y de diversos ataques mortales contra policías y militares, cuya autoría apunta hacia el grupo islamista Jund al-Khilafa.
- Kirguizistán.
Atrás quedan las celebraciones en torno a la «revolución de los tulipanes» de 2005, enmarcada en las llamadas revoluciones coloristas que buscaban un cambio de régimen en distintos estados del antiguo espacio soviético. La ineficacia y la corrupción de los nuevos dirigentes mostraron el fracaso de dichos movimientos.
La reciente elección presidencial puede permitir una nueva coalición parlamentaria que acabe con las incertidumbres de varios meses. Ante la necesidad de afrontar la política económica del país y una reforma judicial, se hace imprescindible una cierta estabilidad. Aunque los intereses de las cinco formaciones con representación parlamentaria han estado dificultando cualquier acuerdo, muchos observadores aprecian una situación más estable que hace un año.
Las diferencias locales, en ocasiones presentadas como enfrentamientos interétnicos, son uno de los problemas que deberán seguir afrontando las autoridades de la república en los próximos meses.
- Tayikistán.
Considerado como el menos desarrollado de los estados de la región, muchos señalan que podemos estar cerca de una especie de colapso del sistema, con grandes dificultades en el sector energético (los cortes de luz en invierno afectan cada vez a más zonas), con mayor presencia de movimientos insurgentes y un Estado de corte autocrático.
El deterioro de las relaciones con Rusia, con la detención de dos pilotos rusos acusados de contrabando, junto a la deportación de emigrantes tayikos, añade más desconcierto a la actual situación.
El presidente, Emomali Rakhmon, ha intentado reconducir la relación con Moscú, pero de momento no se ha materializado de manera clara. Por otro lado, son cada vez más las denuncias que diferentes organismos de defensa de los derechos humanos lanzan contra el régimen tayiko. Según esas fuentes, «la brutalidad y la tortura contra supuestos narcotraficantes o militantes islamistas es usada comúnmente», y en muchas ocasiones esas actuaciones «no son denunciadas dada la percepción de impunidad que se atribuye a las fuerzas de seguridad».
- Turkmenistán.
Turkmenistán también celebrará elecciones el próximo febrero y en las mismas se cree que resultará vencedor el actual presidente, Gurbanguly Berdymuhammedov. Los otros siete candidatos proceden de gobierno locales o de la industria, y cuentan con el beneplácito o autorización del Gobierno central.
Según denuncian algunos observadores, se trataría con esa maniobra de dotar de una cierta credibilidad a los comicios, aunque la mayoría de la población no duda del aplastante triunfo de Berdymuhammedov.
La riqueza de este Estado le ha permitido mantenerse en una situación relativamente privilegiada frente a otros vecinos. Sin embargo, ya se empiezan a observar algunas de las tendencias negativas que se vienen produciendo en los estados de Asia Central.
- Uzbekistán.
El presidente uzbeco, Islam Karimov, es junto al máximo dignatario kazajo, el único líder de la región que estaba en el poder cuando se materializó la disolución del espacio soviético. Karimov ha logrado mantener un sistema político basado en los clanes y en las relaciones clientelistas. Con una economía centralizada y basada en la producción de algodón (el oro blanco uzbeco), Uzbekistán ha adoptado una severa posición contra la disidencia, sobre todo, contra las expresiones de islamismo político. También mantiene serias diferencias con Tayikistán en materia de agua y recursos energéticos.
A medio o largo plazo, hay quien ve en la sucesión de Karimov una situación que puede dar pie a una realidad conflictiva, con divisiones dentro de la élite del poder, oportunidades para que el islamismo militante juegue sus bazas, y todo ello con un importante crecimiento demográfico y con la tendencia de los últimos años de la población de desplazarse hacia los centros urbanos.
A corto plazo, los recientes atentados contra la línea ferroviaria que une esta república con Tayikistán pueden indicar la reaparición de esas manifestaciones islamistas armadas que en el pasado fueron la excusa utilizada por el régimen para incrementar la represión contra la disidencia.
- Valle de Fergana.
No es un Estado, sino una zona donde convergen tres de las repúblicas de la región, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán. Durante años ha sido foco de atención por conflictos políticos, demográficos y étnicos.
El acceso a este rico valle (petróleo, gas, jade, algodón) desde territorio uzbeco da la sensación de atravesar una frontera dentro del país (los controles militares al llegar a un paso montañoso para descender al valle son lo mas parecido a un puesto fronterizo).
A ello se suma la presencia de organizaciones islamistas, que, pese a la represión, han mantenido sus estructuras y, en ocasiones, generan cierto respeto o temor entre los uzbecos que están de paso en la zona -en parte por la propaganda oficial que hace del valle «un nido de barbudos jihadistas» y por la proliferación de mezquitas (muchas patrocinadas por las monarquías del Golfo)-.
En estos veinte años, se han producido graves disturbios en las ciudades uzbecas de Andijan y Namangan, la guerra civil de Tayikistán ha tenido influencia directa en la zona, así como los enfrentamientos del sur de Kirguizistán. La situación, sujeta a todo tipo de presiones, hace que el valle de Fergana siga siendo un potencial epicentro para una mayor inestabilidad regional.
Txente Rekondo, Gabinete vasco de Análisis Internacional GAIN, Gara