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Las lealtades de cada uno (Luis García Montero)

Veo con retraso la última película de Benito Zambrano, La voz dormida, adaptación de la novela de Dulce Chacón. Aunque iba prevenido por alguna mala crítica y por la polémica (excesiva dureza narrativa, patetismo, unos malos muy malos…), el argumento no sólo me conmueve, sino que me invita a identificarme con el tono adoptado por el director. Una mirada al mismo tiempo literal y sentimental sobre el drama de la inmediata posguerra tiene sentido en un país como España, tan confuso y turbio en el reconocimiento de su Historia. La voz dormida cuenta uno de los muchos dramas marcados por la indefensión de las víctimas, la brutalidad militar y el fascismo militante de la Iglesia. El relato nos ahorra incluso crueldades, porque la violación de las presas y el secuestro de niños fueron prácticas comunes bajo el yugo y las flechas.

Hace 75 años del golpe de Estado. La guerra desatada por la agresión contra la República y la crueldad represora de Franco, sostenida durante cuatro décadas, componen algunas de las páginas más infames de la Historia contemporánea. Abrimos la décima legislatura de la democracia y el Parlamento español todavía no se ha atrevido a hacer una declaración conjunta contra el franquismo. Y ningún Gobierno ha sido capaz de solucionar el disparate nacional que supone el Valle de los Caídos, donde descansa en paz, faraónicamente y rodeado de sus víctimas, el caudillo responsable de la masacre. Las conclusiones de la comisión promovida para analizar el asunto parecen más bien ridículas.

¿Dignificar el Valle de los Caídos? El dictador, en la soberbia de su victoria, se construyó un mausoleo en el que gastó 1.159.505.687 pesetas de la época. Si tenemos en cuenta la situación económica de aquella España hambrienta, los desajustes y las corrupciones que tanto nos escandalizan en la actualidad son una broma en comparación con el derroche imperial del caudillo en su tumba. Pero lo peor no fue el gasto, sino la miseria ética que supuso desenterrar a los muertos republicanos sin el permiso de sus familias, para utilizar sus cadáveres de comparsas en las pompas fúnebres de los verdugos.

¿Dignificar el Valle de los Caídos? Lo que hace falta en realidad es dignificar la democracia española. ¿Sería imaginable una Alemania capaz de lavarse las manos y buscar equidistancias entre Hitler y sus víctimas? Pues algo muy parecido es lo que ocurre en España cada vez que se abre una polémica sobre la dictadura. Llevarse a Franco del Valle de los Caídos y dejar allí a las víctimas es un disparate histórico. Más sensato sería dejar al dictador al cuidado de su Iglesia cómplice, y llevarse a las víctimas para enterrarlas en un cementerio de resistentes y defensores de la libertad. El Valle de los Caídos encarnará siempre el recuerdo de un episodio bárbaro de nuestro pasado. Consérvese como memoria aleccionadora y vergonzosa de la barbarie, no como lugar dignificado de una reconciliación innecesaria, por anacrónica y por mezquina.

El 22 de noviembre de 1975, en el acto de su coronación, el rey Juan Carlos se dirigió a los españoles para hablar de su protector: “Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la patria”.

Algunos ciudadanos pensamos que hay en la monarquía y en la sociedad española manchas democráticas más graves que las cuentas opacas de la Corona. Ahora que la Casa del Rey se ha aficionado a los comunicados oficiales para aclarar asuntos de familia, quizá podría hacer una declaración pública sobre la figura de Franco a la luz de las investigaciones realizadas en libertad por historiadores como Viñas, Casanova, Preston o Vinyes. ¿El elogio de Franco fue una presión, una estrategia o una herencia que debe perdurar? Si el rey hablase, tal vez los políticos y los periodistas cortesanos se atreverían a recuperar la dignidad.

Público