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Valle-Inclán, retratado con pluma y con pincel. 'Sonatas' realizados por sus coetáneos

Retrato de Valle-Inclán pintado por Juan Echevarría

Con motivo del 75 aniversario de la muerte del escritor don Ramón María del Valle-Inclán (28-10-1866/5-1-1936), en el Museo de Pontevedra se exhibe la exposición titulada Retratos de Valle-Inclán, que pone fin al reciente Congreso Internacional sobre Valle-Inclán y las Artes, organizado por la Universidad de Santiago de Compostela. En la exposición, dividida en dos partes: “Retratos Artísticos” y “Retratos Literarios”, se muestran obras plásticas de Anselmo Miguel Nieto, Ignacio Zuloaga, Daniel Vázquez Díaz, Castelao, Carlos Maside y Gregorio Prieto Muñoz, entre las de otros artistas y semblanzas literarias del autor del esperpento escritas por Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna, Miguel de Unamuno y Manuel Azaña, entre otros autores.

N ada es sino como se recuerda”, escribió don Ramón María del Valle-Inclán, quien a lo largo de su vida buscó sin descanso la verdad en la ficción y en la realidad que le tocó vivir. En la exposición Retratos de Valle-Inclán del Museo de Pontevedra se ahonda en este deseo del autor del esperpento, a través de una selección de retratos plásticos y literarios realizados por creadores coetáneos al escritor de Villanueva de Arosa (Pontevedra), quien en La lámpara maravillosa escribió el siguiente párrafo, recogido en el catálogo de la exposición: “Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción que se suceden bajo el imperio mezquino de una fatalidad sin trascendencia. Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía, acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas. Yo mismo me desconozco y quizás estoy condenado a desconocerme siempre. Muchas veces me pregunto cuál entre todos los pecados es el mío, e interrogo las máscaras del vicio: Soberbia, Lujuria, Vanidad, Envidia, han dejado una huella en mi rostro carnal y en mi rostro espiritual, pero yo sé que todas han de borrarse en su día, y que sólo quedará inmóvil sobre mis facciones cuando llegue la muerte (...) Contemplémonos en nosotros mismos hasta descubrir en la conciencia la virtud o el pecado raíz de su eterna responsabilidad, y la veremos quieta y materializada en un gesto”. Quizá ese gesto, que él tanto buscaba, se halle en los retratos, presentes en esta exposición, que Alfonso Rodríguez Castelao y Carlos Maside pintaron de Valle-Inclán, cuando éste se hallaba en su lecho de muerte. Dulcísimo el pintado por Castelao, quien convierte el rostro de Valle-Inclán muerto en un barco a la deriva que sabe dónde va. Dulces también los de Carlos Maside, que reflejan el gesto dulcemente irónico del autor, quizás, el gesto más real de Valle-Inclán en un rostro sin lentes, en donde sus ojos entornados, miran hacia dentro, navegan ya, humildes.

Los otros retratos de don Ramón María del Valle-Inclán que se hallan en la exposición, en la parte tiulada “Retratos Artísticos”, no fueron pintados cuando el autor se hallaba en su lecho de muerte, sino con vida y están firmados por Juan Echevarría Zuricalday (1875-1931), Domingo García Sabell (1908-2003), José María Joaquín Louzao, Victorio Macho (1887-1966), Anselmo Miguel Nieto (1881-1964), Leandro Oroz Lacalle (1883-1933), Gregorio Prieto Muñoz (1887-1992), Xesús Rodríguez Corredoyra (1889-1939), Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), Francisco Sancha Lengo e Ignacio Zuloaga (1870-1945). Destaca entre ellos el realizado en 1931 por Ignacio Zuloaga, en donde Valle-Inclán aparece sonriendo sentado en una silla, sobre un cojín. La silla, con gran presencia en el cuadro, destaca, con su color granate, la figura del autor, vestido de negro, negro sobre el que a su vez destaca el gris de su larga barba, el tono tostado de su cara y de su mano. El fondo se difumina y nos acerca y nos aleja al autor de las Comedias bárbaras. En otro cuadro, firmado por Daniel Vázquez Díaz en 1929, Valle-Inclán aparece recogiendo el muñón de su brazo izquierdo y sentado entre Don Miguel de Unamuno y el propio Ignacio Zuloaga. Su figura es aquí menos etérea. Más cercana y real que en el cuadro anterior. También es cercana la expresión del escritor en el retrato realizado por Gregorio Prieto Muñoz. Seguimos contemplando los retratos artísticos de esta exposición y encontramos el Valle-Inclán que nos presenta el pintor vasco Juan Echevarría Zuricalday, un Valle-Inclán más personaje, más teatral, mientras que el reflejado en las obras del pintor Anselmo Miguel Nieto, es plástica pura, alma en el paisaje. Valle-Inclán trasciende el tiempo en estas obras. Lo único que en ellas podemos dar al tiempo, sobre todo en la obra pintada por Anselmo Miguel Nieto en 1914, son sus lentes, su barba larga, su vestimenta y su rostro. Lo demás, su alma, está en ellas fuera del tiempo, como su obra.

El poeta peregrino, como lo llamaron muchos, no sólo por este personaje que aparece en su obra La lámpara maravillosa, sino también por su afán de lograr una ética estética –porque para él la ética y la estética eran inseparables–, fue semblado en textos y en poemas que en esta exposición se recogen en la parte titulada “Retratos Literarios”. Retratos que, en su mayoría, fueron escritos y publicados en la prensa nacional, gallega y latinoamericana entre los años 1895 y 1936. Organizada cronológicamente, esta parte de la exposición comienza con el siguiente texto: “Este que véis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: don Ramón del Valle-Inclán. Estuvo el comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos y soldado en tierras de Nueva España. Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se engancharon en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna (...) Hoy marchitas ya las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y desengaños comentando las memorias amables, que empezó a escribir en la emigración mi noble tío el marqués de Bradomín (...) Todos los años, el Día de Difuntos, mando decir misas por el alma de aquel gran señor, que era feo, católico y sentimental. Cabalmente yo también lo soy y esta semejanza todavía le hace más caro a mi corazón”. Asi se describió el autor de Flor de Santidad en el único retrato escrito que hizo de sí mismo.

Uno de los textos más conmovedores de la muestra es el escrito por la esposa de don Ramón María de Valle-Inclán, la actriz Josefina Blanco, publicado el 12 de enero de 1936 en La Crónica, siete días después de la muerte del autor. He aquí la parte del mismo que se recoge en la exposición: “Allí, junto a mí, en el hueco del balcón, se destacaba la figura escueta de un hombre sin edad. Desde mi asiento comencé a examinarlo de abajo a arriba. Primero una mano, una mano exangüe, casi traslúcida, casi espectral, de dedos largos, de uñas pulidas y puntiagudas. Aquella mano se apoyaba sobre el pecho; luego la barba negrísima un poco en punta, como para caracterizar a Mefistófeles en la ópera; luego la boca, de labios finos y pálidos, ligeramente movidos por un tic nervioso (...) Hablaba mesuradamente, dulcemente, con cierta musicalidad (...) Tenía la voz aguda y un acusado defecto de pronunciación sellaba su parla suave con ligero acento de imprecisa nacionalidad (...) El peregrino personaje deja en mi ánimo una pavorosa impresión, mezclada con cierta inefable dulzura”.

Gerardo Diego, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gomez de la Serna, Jesús Muruáis, Luis de Tapia, Eduardo Blanco-Amor, Abel de Acevedo, Felipe Sassone y Juan Ortega Costa, son otros autores cuyas semblanzas literarias de don Ramón del Valle-Inclán son recogidas en esta parte de la exposición, en la que también hallamos textos de Maeztu, Araquistaín, Ricardo y Pío Baroja, Azorín, Rivas Cherif, Manuel Azaña, Manuel Bueno y Miguel de Unamuno, miembros de la generación del 98 y compañeros del escritor de Villanueva de Arosa (Pontevedra), en iniciativas editoriales y tertulias literarias. Ellos impulsaron con Valle-Inclán las revistas Electra, Helios, Alma Española, Juventud y Revista Nueva, y compartieron con él la desazón de la época que les tocó vivir: la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y la II República. Y sus obras, junto con las del autor de las Sonatas, las de los autores del Novecentismo y las de los del Grupo del 27, son parte de una de las épocas más brillantes de la literatura española conocida hoy como Edad de Plata.

Desde la Diputación de Pontevedra, de la que depende el Museo de Pontevedra, en donde se halla esta exposición, también se ha impulsado la adquisición de la casa natal de don Ramón María del Valle-Inclán, en Villanueva de Arosa, para convertirla en museo y se ha apoyado económicamente a la Fundación que lleva su nombre. Otras actividades destacadas durante este aniversario han sido la publicación de investigaciones sobre la obra del autor, la dotación económica del Premio Valle-Inclán, el impulso de la revista semestral Cuadrante y Bradomín, y la promoción de la ruta valleinclaniana.

Juana Vera, El Siglo de Europa