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El euro, ¿refugio o condena?

Las colas de la Gran Depresión. El resultado de tantas políticas deflacionistas simultáneas fue la Gran Depresión, un catastrófico descenso de la actividad económica y comercial mundial que condenó a millones de personas al paro, la pobreza y el hambre. Un grupo de desempleados en una cola para obtener alimentos en 1929

Las políticas económicas ante la crisis.

Las similitudes entre la economía del patrón oro de los años veinte y la actual economía del euro suscitan inquietantes preguntas sobre el final del proceso.

En su libro El oro: historia de una obsesión, Peter Bernstein describe las medidas que el gobierno británico conservador de Stanley Baldwin consideraba imprescindibles para defender el patrón oro: “Todos los trabajadores de este país tendrán que aceptar recortes de salarios para levantar la nación”, afirmaba Baldwin en 1926 mientras la economía se deslizaba hacia la depresión, y el paro se acercaba a un récord histórico de siete millones.

Si el llamamiento de Baldwin a una austeridad patriótica recuerda a los últimos discursos de jefes de gobierno europeos desde Atenas hasta Madrid, pasando por Roma y Dublín, no es una casualidad. Existen inquietantes similitudes entre la economía del patrón oro de los años veinte –que mantenía las divisas de las grandes economías en una relación estable mediante su convertibilidad en oro– y la unión monetaria europea en su crisis actual.

A mediados de los veinte era necesaria una reducción drástica de salarios en el Reino Unido –según insistía The Economist– para cerrar la brecha de precios con EE.UU. y evitar más ventas de oro. El patrón oro “había servido para reforzar todas las virtudes victorianas de economía y prudencia; era objeto de reverencia para la banca”, explica Liaquat Ahamed en su último libro, Los señores de las finanzas. Era, ante todo, una herramienta de disciplina, “tan necesaria como la fuerza policial”, según insistía el ciclotímico gobernador del Banco de Inglaterra Montagu Norman.

Para países deficitarios como el Reino Unido, hacían falta recortes salariales y austeridad para reducir la demanda de importaciones y evitar las ventas de oro necesarias para financiar el déficit. Desde la Primera Guerra Mundial, EE.UU. había reforzado su competitividad manufacturera y registraba enormes superávits comerciales frente a Europa.

Poco a poco, todos los países adoptaron políticas de contracción de la demanda y recortes salariales para defender el patrón oro. “La palabra de rigor era sacrificio”, explica Bernstein. Los precios cayeron en todos los países en una espiral de deflación. Tras el crac de 1929, incluso EE.UU., único gran país acreedor de los 59 miembros del patrón oro, se sumó a la filosofía ortodoxa para bajar costes y precios.

Russell Leffingwell, consejero de JP Morgan en los años veinte, resumió la ortodoxia imperante: “El remedio es que la gente deje de escuchar la radio; que deje de beber ginebra y deje de bailar jazz; que vuelvan a la vieja economía de la prosperidad basada en el ahorro y el trabajo”.

Pero el efecto de la austeridad sobre el conjunto anulaba los incrementos de competitividad individual. “Conforme las exportaciones caían, en cada país no quedaba más remedio que restringir la demanda interna para bajar las importaciones”, resalta Benstein. El resultado de tantas políticas deflacionistas simultáneas fue la Gran Depresión, un catastrófico descenso de la actividad económica y comercial mundial que condenó a millones de personas al paro, la pobreza y el hambre. “Todo el mundo había pensado que el patrón oro era un paraguas de estabilidad pero resultó una camisa de fuerza”, escribe Ahamed.

Puede ser exagerado comparar este proceso autodestructivo con la crisis de la unión monetaria europea. Pero cada vez más economistas temen ya que la nueva ortodoxia desencadene una dinámica parecida al patrón oro. “El paralelismo con la Gran Depresión es obvio; el euro actúa como un patrón oro actual con políticas fiscales procíclicas y deflación que eleva el peso de la deuda”, advierte Wolfgang Munchau, economista de Euro-intelligence en Bruselas. “Si lees ahora Las consecuencias económicas de Mr Churchill (la famosa polémica de John Maynard Keynes contra el patrón oro), resulta muy actual; sabía la locura de tratar problemas de competitividad con austeridad y recortes salariales”.

Para Heiner Flassbeck, economista jefe de la Unctad y ex asesor de Oskar Lafontaine cuando éste era ministro de Economía alemán, “hay muchas diferencias pero la idea de que se puede recuperar competitividad si todos recortan salarios es un error como el del patrón oro”.

Sin embargo, la advertencia más preocupante es de Barry Eichengreen, experto en sistemas monetarios y autor de Golden Fetters, the gold standard and the Great Depression (grilletes de oro: el patrón oro y la Gran Depresión), estudio definitivo sobre la relación entre el patrón oro y la Gran Depresión “En algunos sentidos, es penosamente similar”, dijo en una entrevista a La Vanguardia. “Primero porque se vuelve a la idea de que la austeridad en sí misma es un camino para salir de una crisis de deuda; segundo porque no hay respuesta del BCE”.

La génesis de ambas crisis tiene aspectos en común. En los años veinte, los déficits corrientes de los países deudores sólo pudieron financiarse gracias a “las salidas de capitales a largo plazo desde EE.UU.”, explica Eichengreen. Eso fue fácil durante muchos años ya que “los bajos tipos de interés fueron incentivo para que el capital financiero estadounidense buscara inversiones más rentables en el extranjero”. Sustituyamos EE.UU. y el mundo por Alemania y la zona euro de hoy y encontramos un paralelismo.

En 1923 EE.UU. había acumulado el 75% de las reservas de oro del mundo gracias a su dominio comercial. De allí salieron capitales por miles de millones de dólares durante la década. Pero, continúa Eichengreen, “había un grave peligro: cuando los créditos desde EE.UU. se interrumpiesen, quedaría en evidencia la debilidad subyacente de las posiciones externas del resto”.

Es justo lo que ocurrió antes y después del crac de 1929. Al verse forzados a equilibrar sus balanzas de pagos, los países deficitarios “recortaron el gasto público aun sabiendo que, al hacerlo, sus economías caerían en una profunda recesión”, explica Eichengreen. Entonces –como ahora con la “devaluación interna” de la zona euro– la austeridad sólo funcionó mientras existían economías dispuestas a expandir la demanda de importaciones. Debido a “la asimetría del sistema del patrón oro, los países con superávit forzaban a los demás a asumir el grueso del ajuste”, resalta Eichengreen. “Fue el colmo para las economías en déficit en 1928 y 1929”. Y es el colmo para los países deficitarios de la zona euro en la crisis actual.

- “¡Liquidadlo todo!”

Andrew Mellon, secretario del Tesoro del presidente Herbert Hoover, expresó perfectamente la dura lógica de la economía del patrón oro con esta frase: “¡Liquidad a los trabajadores, liquidad a los granjeros, liquidad a los inmobiliarios!”, aconsejó al presidente. Pero el resultado –paro del 25%, 6.000 quiebras bancarias en un año, hambrunas en el cinturón del maíz del Medio Oeste– resultó tan duro que Hoover fue derrotado por Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1932. En su discurso de julio de 1933, Roosevelt calificó el patrón oro como “el fetiche de banqueros internacionales” y abandonó el sistema.

- La salida escalonada del patrón oro.

Atrapados en una espiral depresiva, todos los países acabaron por tirar la toalla del patrón oro. Los primeros en hacerlo, a finales de los años veinte, fueron Argentina, Australia, Canadá y otros productores de materias primas cuyos precios se habían desplomado. Alemania salió del sistema en 1930 y acto seguido suspendió pagos sobre su deuda. Inglaterra se desacopló ese mismo año, después de que el gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, se retirase a Canadá para recuperarse de otra crisis nerviosa. En 1933, salió EE.UU. Finalmente, la retirada de Francia en el año 1936 marcó el fin de la época del patrón oro.

- John Kenneth Galbraith (1908-2006).

La referencia. El economista, profesor de Harvard, publicó en 1954 su análisis sobre el crash y la Gran Depresión.

'El crash de 1929'. No ha dejado de reeditarse: los nuevo episodios especulativos resucitan el interés por el caso.

Dominio de la especulación. “Los norteamericanos desplegaron también un asombroso afán de hacerse ricos rápidamente y con un mínimo de esfuerzo físico”.

La historia se repite. “In Goldman, Sachs we trust”: cuestionó los instrumentos financieros.

Andy Robinson, La Vanguardia