Ahora bien, lo que las autoridades chinas pretenden al reducir a un tercio los programas televisivos de –digamos– entretenimiento no es sanear ni liberar las mentes de sus súbditos, sino dirigir su adoctrinamiento. Eso es lo que se desprende de un artículo del presidente Hu Jintao en la revista Buscando la verdad, fundada por Mao. En él, Hu afirma que Occidente está tratando de asaltarles por la vía cultural e ideológica, motivo por el cual China debe reforzar su producción en estos ámbitos y darle prioridad.
O sea que la economía no lo es todo. China es ya la fábrica del mundo, posee 3,2 billones de dólares de deuda norteamericana y, dada su posición, no sería de extrañar que los misteriosos mercados que ahora vapulean a los contribuyentes europeos lucieran algún rasgo oriental. Y puesto que su flanco económico está bien cubierto, ahora ha decidido reforzar el cultural. Vean si no. En mayo del 2011, en vísperas del 90.º aniversario de la fundación del Partido Comunista, la televisión china fue obligada a suprimir filmes policiacos, de espías o relativos a los viajes en el tiempo, para centrarse en programas de mayor sustancia patriótica e ideológica. En octubre se aprobó la ley contra la televisión “vulgar” que ahora ha entrado en vigor. Y en diciembre se prohibió usar palabras extranjeras, sobre todo inglesas, en los medios de comunicación chinos… En lugar de todo eso, lo que las autoridades chinas quieren para su televisión son programas que “fomenten las virtudes tradicionales y las socialistas”. Esto es lo que ansían. Desde que, hace dos años, una participante en el concurso de jóvenes casaderas You’re the one, de la cadena Jiangsu, puso el dedo en la llaga al asegurar que “preferiría ser infeliz con un hombre que posea un BMW que feliz con uno que sólo maneje una bicicleta”, las alarmas del régimen de Pekín aúllan.
De modo que no vayan a hacerse ilusiones. China barre el grueso de su basura televisiva, pero la sustituye por ideología un poco averiada. Entretanto, aquí nos siguen suministrando esa porquería en dosis letales. ¿Estamos, pues, todos perdidos? Todavía no. Basta con recordar que la tele no sólo sirve menús únicos. Gracias a internet y el DVD, también sirve a la carta. Y, a ratos, incluso se puede apagar.
La Vanguardia