Un político que ha estado seis décadas en la vida pública tiene, como no puede ser de otra manera, una biografía poliédrica. Si además su paso por este mundo transita entre regímenes diferentes, como es el caso de Manuel Fraga Iribarne, es obvio que cualquier análisis debe hacerse a partir del legado político e intelectual que deja y de su aportación a valores fundamentales que tanto costaron de recuperar en España, como la democracia. Bajo ese prisma es cuando el legado de Fraga adquiere una gran consistencia, ya que durante su liderazgo consiguió tres cosas muy importantes: hacer irreversible el retorno de una derecha extrema a posiciones democráticas, propiciar con la lucidez necesaria una transición modélica en su partido al dar el relevo a José María Aznar y afianzar la España autonómica al encontrar en la presidencia de la Xunta de Galicia un cargo posiblemente nunca ambicionado por quien quiso ser a toda costa presidente del Gobierno, pero que supo encontrar en Santiago algo más que un retiro dorado
. Hoy el Partido Popular poco o nada se parece a aquella Alianza Popular que Fraga intentó convertir en partido de gobierno en 1977 y disfruta de unas cotas de poder político como nunca tuvo antes en España, pues suma al Ejecutivo un dominio casi hegemónico en comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos. Evidentemente, la biografía de Fraga no se acaba aquí y muchos se han apresurado a destacar su colaboración con la dictadura franquista, en la que ocupó cargos de responsabilidad. Siendo eso cierto en su caso y en el de muchos otros, en uno y otro bando, la transición política aparcó buena parte de la historia pasada. Y quizá lo mejor es que siga siendo así.
La Vanguardia