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Hungría. Más música al son de Orbán. El Gobierno conservador quita la licencia a Klubradio, la única emisora de Hungría que era crítica

"La libertad de expresión es el oxígeno de una democracia y Hungría, el canario de la mina para Europa. No se olviden de nosotros, por favor”, implora Rerenc Vicsek, redactor jefe de la emisora húngara Klubradio, con sede en Budapest. Es el ruego desesperado de quien teme no sólo perder su trabajo en pocas semanas sino ver cómo se apaga sin el único espacio de expresión abierto al debate político y a la crítica al Gobierno en Hungría. “Nos debemos a nuestro medio millón de oyentes”, recalca.

La presión exterior es casi la única esperanza de esta emisora para que el Consejo Nacional de Medios Audiovisuales –formado exclusivamente por miembros de Fidesz, el partido en el poder– reconsidere su decisión de no renovarles el permiso para emitir en el 95.3 del dial de Budapest. La frecuencia, en la que emite desde hace diez años, se otorgó en diciembre a Autoradio, una empresa sin experiencia, creada de la nada hace un año.

“Hemos recurrido contra la decisión y llegaremos hasta donde haga falta para denunciarla”, explica András Arató, director de Klubradio, convencido de que la decisión se tomó por motivos exclusivamente políticos. “No puedo dar más detalles porque el recurso está en marcha, pero cuando se sepa qué tipo de programación ha prometido Autoradio –advierte– parecerá una broma”. La polémica, afirma, refleja un fallo de cálculo por parte de Viktor Orbán: “Nuestra existencia sería la prueba que Orbán podría presentar ante el mundo de que en Hungría hay libertad de expresión”.

El Gobierno húngaro rechaza tajantemente las acusaciones. El Consejo de Medios emitió a finales de año un furibundo comunicado criticando la presión exterior a favor de Klubradio. Tanto la secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, como la comisaria europea de Información, Neelie Kroes, se han interesado por el caso.

“Se convocó un concurso público y Klubradio sacó la máxima puntuación en los criterios subjetivos pero no en los objetivos, otra empresa presentó una oferta mejor”, explica la ministra de Asuntos Europeos, Eniko Gyori. “¿Sospechoso, no?”, apunta Vicsek. La convocatoria “estaba hecha a medida y llena de trampas para que no ganáramos”.

Entre los requisitos para hacerse con la frecuencia estaba dedicar el 60% de su tiempo a la música y un 40% a información, cuando ya abundan las emisoras musicales en la capital y Klubradio se distingue por consagrar el 75% de sus emisiones a noticias, debates y llamadas de oyentes. También se duplicó el precio de la licencia, un desafío para su actual propietario; desde que Fidesz llegó al poder, aunque ha aumentado la audiencia, se siente “estrangulado” financieramente. Sus oyentes han acudido al rescate y, gota a gota, el año pasado le donaron medio millón de euros.

La ley a la que debe su existencia el Consejo Nacional de Medios fue la primera señal de alerta para Europa, hace un año, de que algo pasaba en Hungría. Conocida como ley mordaza, la Comisión Europea logró que el Gobierno introdujera algunos cambios mínimos. Pero ha sido el Tribunal Constitucional húngaro el que, hace unas semanas, ha declarado ilegal parte de la ley, como los poderes de vigilancia del Consejo o la limitada protección de las fuentes de los periodistas.

No lejos de la sede de Klubradio –un edificio art déco comprado en los tiempos acelerados de las privatizaciones y ahora en venta–, un grupo de periodistas permanece acampado frente a la MTV, la televisión pública húngara. Protestan por la manipulación informativa y reclaman la dimisión de los responsables de la cadena. El detonante fue la aparición en antena de unas imágenes en las que se había borrado digitalmente el rostro de un antiguo juez crítico con Orbán.

Después de que dos periodistas, ya despedidos, pasaran tres semanas en huelga de hambre, ahora se turnan con otros colegas. “¡Una huelga de hambre por tandas, así cualquiera!”, ríe Jozsef Szajer, eurodiputado de Fidesz. Define la protesta como un mero conflicto laboral y la achaca al descontento por los despidos de los últimos meses. “No somos la BBC, no podemos permitirnos tantos canales ni tanto personal. Ahora, cuando hay una noticia, se manda a un equipo que trabaja para la tele, la radio y la agencia de noticias”, argumenta Szajer. La austeridad, enemiga de la pluralidad informativa.

Beatriz Navarro, La Vanguardia