Algo parecido ocurre en Ucrania, donde se glorifica desde hace años a los combatientes de la división Galizia de las SS. Y en Budapest, cada 11 de febrero se reúnen ultraderechistas de Alemania, Eslovaquia, Bulgaria y Serbia para conmemorar el llamado “día del honor”. La jornada recuerda el fin de la batalla por Budapest en la que un ejército de 100.000 soldados alemanes y húngaros, rodeados por los soviéticos, mantuvieron la posición durante 52 días, en 1945.
“Occidente se defendió de las hordas rojas con un inmenso tributo de sangre y heroísmo”, señala la convocatoria de grupos neonazis alemanes para acudir al acto. El cerco de Budapest tuvo entre sus consecuencias la aniquilación de gran parte de los judíos que quedaban en la ciudad a manos de los fascistas húngaros.
“En muchos países del antiguo bloque oriental se está abriendo paso una unilateral versión de la historia a la medida de la ultraderecha”, señala el periodista rumanoalemán William Totok. El fenómeno supera lo histórico para manifestarse en una creciente hegemonía política derechista que parece estar calcando el mapa de los años treinta, cuando la región estuvo dominada por regímenes ultraderechistas.
Los países bálticos, Rumanía, Bulgaria, Hungría, la Ucrania occidental y la católica y conservadora Polonia, vuelven a destacar en papeles en los que ya se les vio en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
La llamada declaración de Praga de junio de 2008, iniciada por Václav Havel y otros disidentes anticomunistas del antiguo bloque del Este, y parcialmente bendecida por la UE, dio alas a no pocas tendencias en esos países al equiparar nazismo y comunismo.
En Lituania, por ejemplo, se olvida la aniquilación del 95% de los 220.000 judíos locales, entre 1941 y 1944. Los alemanes daban las órdenes, pero la mayoría de los ejecutores del exterminio fueron voluntarios lituanos.
Los lituanos, que sufrieron mucho a manos de los soviéticos, se han escudado en los 30.000 de ellos que fueron deportados a Siberia en 1941, y en las decenas de miles que volvieron a serlo o fueron ejecutados al concluir la guerra, para construir una conciencia nacional limpia y sin tacha, pese a que tiene 195.000 cadáveres judíos en el armario. En el Museo Nacional de Vilna la narración salta desde el periodo 1939-1941 hasta 1944, sin detenerse en los años claves del colaboracionismo. Desde junio del 2010, el Código Penal lituano criminaliza la puesta en cuestión del “doble genocidio”. En el 2008 se estableció la prohibición de símbolos nazis y comunistas, pero un tribunal de Klaipeda sentenció en el 2010 que la esvástica pertenece al “patrimonio cultural lituano”.
Por la misma equiparación, en Rumanía una organización no puede denominarse comunista sin exponerse a ser considerada una “amenaza para la seguridad nacional”. El Gobierno rumano prepara una ley que prohíbe actos públicos que “propaguen ideas totalitarias: fascistas, comunistas, racistas o chovinistas”.
En Chequia el Partido Comunista está amenazado de ilegalización por la misma idea. La situación en Polonia quedó ilustrada el pasado diciembre cuando el periodista polaco Kamil Majchrzak, redactor de Le Monde Diplomatique (publicación de izquierdas), pidió en una conferencia en Berlín que no le hicieran fotos por estar amenazado por la extrema derecha en su país.
En Hungría, los miembros del ex partido comunista, muchos de ellos ahora en el partido socialista, podrán ser perseguidos judicialmente por “delitos comunistas” de antes de 1989, de acuerdo a las nuevas normas introducidas por el gobierno de Víktor Orbán.
El nuevo derecho electoral contemplado por Budapest para los húngaros residentes en el extranjero, es decir, para las abultadas minorías húngaras en Eslovaquia, Serbia y Rumanía, es una invitación al revisionismo de las fronteras, a cuestionar el tratado del Trianón, que tras la Primera Guerra Mundial restó a Hungría casi la tercera parte de su territorio. En Hungría, la degradación socioeconómica ha liberado el sueño de la Gran Hungría, explica el experto en cultura magiar Bruno Ventavoli.
“Los valores de la democracia, del pluralismo o de la diversidad parecen superfluos cuando no hay dinero para hacer la compra. –dice Ventavoli–. Así nace la tentación de replegarse sobre sí mismos, soñando con una Gran Hungría, aderezada con una sospecha de victimización por las heridas de la historia; desde las guerras contra los turcos a la invasión soviética.”
- Los aliados de Hitler.
En la Segunda Guerra Mundial seis países europeos fueron aliados militares de Hitler: Finlandia, Hungría, Rumanía, Italia, Eslovaquia y Croacia. Sólo Finlandia, que no se identificó con la ideología racista que animaba la guerra, mantuvo un sistema democrático dentro de aquel bloque y contó hasta el final con soldados y oficiales judíos en su ejército. Otro grupo de países oficialmente “neutrales” u ocupados, como España, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega, enviaron voluntarios a luchar con Hitler. En los países bálticos, en el norte del Cáucaso, en Polonia, Ucrania y Bielorrusia, así como en la misma Rusia, los agravios históricos del dominio imperial ruso, de la represión estalinista, de la colectivización agraria y la cuestión nacional, se tradujeron en luchas activas contra la URSS de Stalin, que Hitler instrumentalizó en su favor de diversas maneras.
Rafael Poch, La Vanguardia