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La escopeta nacional (Martín Prieto)

Hace millones de años convoqué una manifestación en la Cibeles en protesta por el vil racista asesinato de una pobre mujer caribeña a manos de neonazis. Tuve que identificarme como patrocinador ante la Delegación del Gobierno de Madrid y no pasó nada. Un policía se puso a mi lado y me acercó un altavoz para que me dirigiera a los congregados. Fue necesario cortar la calle de Alcalá, pero todo transcurrió civilizadamente y yo mismo disolví la convocatoria. El policía me comentó: «Así da gusto trabajar».

El convocante de una huelga general no puede ser responsable de todo, pero él o la organización que le secunda pueden tener algo de culpa en los desmanes o desafueros que se produzcan, aunque sea por organizaciones infiltradas. Tenemos la responsabilidad como asignatura mal aprendida. En la democracia del 78, las huelgas generales convocadas por las centrales mayoritarias, UGT y CC OO, han oscilado entre el coño de la Bernarda y la «La Escopeta Nacional» de Berlanga. Nunca han sido decisivas, excepto cuando José María Aznar retiró una reforma laboral para no tener la bronca sindical.

UGT y CC OO hacen política sin presentarse a las elecciones, porque siguen habitando en la Huelga General Revolucionaria de comienzos del XX. Son sindicatos politizados y no de servicios, como demuestra la nula atención que desarrollan sobre los desempleados. Y cuando se ponen a prestar atenciones a sus afiliados, hacen el pastel de la PSV, estafa técnica de la que tuvo que rescatarles el Estado. Algún día todos los sindicatos, y no solo USO, vivirán exclusivamente de las cuotas. Algún día desaparecerán los liberados sindicales que tienen que pagar las empresas para que se rasquen rítmicamente el omfalo, y bastarán los bufetes laboralistas que mantienen para atender las necesidades de los afiliados. Algún día la formación de los trabajadores, la actualización laboral que precisen, estará a cargo del Ministerio de Educación, que es el competente, o de las empresas que quieran y necesiten reciclar su mano de obra. Algún día se votará en el Congreso una ley de huelga aplazada misteriosamente desde la Constitución.

Felipe González, y no la derecha, intentó ponerla en marcha y los hados y las brujas, todas de su mismo partido, impidieron que llevara a cabo su propósito. Algún día, finalmente, a Toxo y a Méndez, o a sus sucesores, les abrirán una inspección fiscal, a ellos y a sus organizaciones para poner negro sobre blanco de qué viven y en qué se lo gastan. A Toxo se le ve en los cruceros con su señora. Nada que objetar porque debe descansar. Cándido Méndez dice que va andando a las citas, sin coche oficial, pero oculta que no es porque no lo tenga, sino porque sus médicos están preocupados por su obesidad de Oso Yogui.

No se deciden a una huelga general porque es un retruécano que millones de parados se declaren en huelga. Lo dicho para los sindicatos vale para la gran patronal y las pequeñas empresas. ¿Por qué hay que subvencionarlas? Pues porque si dejamos de repartir dinero público habrá también que retirar la propina estatal a los partidos políticos, y eso no lo desea nadie. Los poderosos y autónomos sindicatos europeos alemanes (I.G Metall), holandeses, daneses, austriacos, las «trade unions» británicas, deben creer que UGT y CC.OO son pobrecitas ONG dedicadas a la beneficencia pública. No pensarán que, así las cosas, tengamos que tomarles en serio. Además, la enésima Reforma Laboral del Gobierno es contingente: puede ser o no. Dentro de año y medio, a la mitad de la legislatura, se sabrá si el presidente Rajoy ha dado en el clavo o ha desbarrado. Analizarla ahora es un puro juicio de intenciones, adivinación de la escritura en el agua.

La Razón