El congreso ha sido una balsa de aceite y puede que me meta en un berenjenal con lo del salazarismo democrático, puesto que la figura de António de Oliveira Salazar no es muy bien conocida en España. No fue Franco. Mandó fusilar a poca gente, aun teniendo bajo su control una cruel y temible policía política. Mantuvo al ejército y a la Iglesia católica a raya –el ejército, al fin y al cabo, fue el que acabó con su legado en 1974–, aparentaba una gran austeridad y cultivaba un narcisismo de traje blanco con chaqueta cruzada. Un hombre de amores platónicos. Un profesor de Economía formado en la conservadora universidad de Coimbra, modulado por la astucia de sus orígenes rurales. Un maquiavélico extraordinario que gustaba a Josep Pla. Su gran pecado fue el delirio sebastianista de querer mantener en pie el último imperio colonial de formato clásico. "El día que perdamos la colonias y Estados Unidos gane la guerra fría, Portugal sufrirá". advirtió en los años sesenta.
El salazarismo fue barrido en 1974, pero la crisis ha reavivado en Portugal el mito de la austeridad y el apego a la política despolitizada y contable. La sociedad portuguesa está atravesando el infortunio con gran dignidad y el Gobierno de Pedro Passos Coelho resiste. Hay mucho malestar pero el país no se está descosiendo como Grecia. Una gran noticia para España, que los españoles no valoran.
Mariano Rajoy conoce bien Portugal y es amigo personal de Passos Coelho, con el que intercambia mensajes SMS muy a menudo. La poderosa número dos del Ejecutivo, Soraya Sáenz de Santamaría, es otra excelente conocedora de Portugal. Estamos ante el Gobierno español más lusitano de la historia.
Rajoy no es salazarista, evidentemente. Es un dirigente democrático que ha ganado las elecciones de manera limpia, después de haber resistido en 2008 el acoso de parte de la oligarquía madrileña, con alguna sotana de por medio. Concentra más poder que Felipe González en 1982 y acaba de fijar en Sevilla una cierto lusitanismo: afirmación tautológica del deber –"hay que hacer lo que hay que hacer"–, subordinación de la ideología al realismo sociológico, despolitización de baja intensidad y mucha astucia en el manejo de los asuntos internos.
De Sevilla sale un PP barroco. El congreso concluye con un juego de contrapesos sólo inteligible para los estudiantes de tercero de marianismo. María Dolores de Cospedal parece dominar la situación, pero la letra pequeña del organigrama dice que no controlará todos los resortes. El influyente Javier Arenas Bocanegra ha perdido peso orgánico porque tiene muchas posibilidades de convertirse en el Gran Visir de Andalucía. Rajoy le atiende, pero no quiere que le dirijan el partido desde Sevilla. No le demos más vueltas, el ganador es el hombre de Pontevedra que ha recorrido Portugal de arriba a abajo.
Rajoy no es Salazar. No es un narcisista –no lo parece–, no es mesiánico, ni sufre delirios de grandeza. Pero salazarea.
La Vanguardia