Eduardo Torres-Dulce va a reunir hoy a la Junta de Fiscales para impulsar la querella contra el presidente de la Generalidad, su vicepresidenta, Ortega, y su consejera Rigau por desobediencia, malversación, prevaricación y usurpación de funciones.
El artículo 2 del Estatuto del Ministerio Fiscal establece que se rige «conforme a los principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica». Hay un gran paralelismo entre la relación que el Gobierno autonómico ha establecido con el de España y la que la Fiscalía catalana guarda con la del Estado. Dos de esos fiscales, Teresa Conte y Rodríguez Sol, han sido nombrados por Mas. Rodríguez Sol fue el que quiso empitonar a este periódico por publicar lo de las cuentas de Pujol, ahórrenme más comentarios, que no quiero líos.
Los fiscales catalanes consideran en un escrito sin rúbrica (quizá inspirado en el decreto Mas de tradición oral) que la Generalidad empleó argucias jurídicas y actuó con deslealtad al desobedecer al TC, pero no creen que eso sea punible. Al fin y al cabo, ellos también desatienden la jerarquía del fiscal general y esperan que no pase nada. Al igual que Mas había prometido respetar la ley para destaparse en el día de autos, retando a la fiscalía como Carmen Maura al camión de los bomberos en La Ley del Deseo (la manga riega, que aquí no llega), el fiscal superior de Cataluña nos hizo creer que estaba dispuesto a presentar la querella para decir que no nueve días más tarde.
El fiscal Torres-Dulce es un depurado cinéfilo, curtido en centenares de westerns, el género por excelencia en el que la responsabilidad de mantener la ley depende del coraje de un solo hombre. Él está viviendo ahora la soledad que tantas veces asumieron John Wayne, Gary Cooper, Henry Fonda, y que ha prolongado Clint Eastwood. Le deja solo el Gobierno, con un ministro de Justicia que, tres días antes de consumarse una desobediencia cantada, la equiparaba a un acto de «libertad de expresión», y le desobedecen los fiscales catalanes. Hoy se la juega él y, con él, el Estado de Derecho al que representa.
Cuando el sheriff Will Kane, encarnado por Cooper en Solo ante el peligro, espera la visita de los hermanos Miller, Pierce y Colby, empieza a percibir la soledad. Hay una escena magistral en la que el juez Mettrick le recomienda desistir mientras se prepara para huir, y mete en unas alforjas la bandera de la Unión, la balanza de la Justicia y el mazo: el atrezzo del oficio.
Los fiscales de Cataluña son como el juez de Headleyville, con una diferencia: recogen y guardan los aperos, pero es precisamente para quedarse en el mismo sitio, mientras suena la balada de Tiomkin Do not forsake me, oh, my darling, en versión sardana. Creo que, de todas las opciones de Torres-Dulce, la peor era transigir. Él, que es gran cinéfilo, me entenderá, aunque también podría parafrasear al fiscal superior Romero de Tejada la anécdota de Rafael el Gallo sobre Sevilla: «Cataluña está donde tiene que estar. Lo que está a tomar por culo es Huelva, que va a ser tu próximo destino».
(El Mundo)