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La obra maestra de Ruth Beitia

El gran triunfo de Ruth Beitia se produjo en una noche fabulosa. Hubo carreras con caídas y tropezones. Hubo desenlaces sorprendentes, como la victoria de Centrowitz en el 1.500. Y otros más previstos, como el oro de Semenya y Farah. Por encima de todos esos acontecimientos voló Ruth Beitia. Saltó hasta el oro (1,97m) y culminó su gran obra.

Ya lo ha ganado todo. Tiene tres oros europeos. Un bronce mundialista. Y ahora, la guinda.

“Despertando para soñar”.

@ruthypeich había colgado este mensaje ayer en Instagram. Eran las cuatro de la tarde en Río. En un cuarto de hora, el mensaje acumulaba 464 likes. @ruthypeich es Ruth Beitia (37). Tiene 16.300 seguidores. Y estaba despertando de la siesta. Quedaban cuatro horas y media para el compromiso, su única cuenta pendiente con el salto de altura.
O no.

Ella, esto del atletismo no se lo toma así. Ya no.

–Últimamente me lo paso fenomenal –solía repetir en Río.

El mecanismo funciona. Compitiendo con alegría se salta más, se corre más y se lanza más.

Todo esto lo había asumido hace cuatro años, que es cuando se reconcilió con el mundo.

El desconcierto le había durado un par de meses. Había acabado séptima en Pekín y cuarta en Londres y eso la había enfurruñado. Lucía medallas en Europeos y Mundiales. ¿Por qué se le escurrían los Juegos...?

–Otra medalla de chocolate –voceaba en Londres.

Tenía 33 años. ¿Cómo iba a llegar hasta Río?

Había recogido los bártulos, se había despedido de Ramón Torralbo, su entrenador de siempre, y se había concentrado en un par de asuntos. Quería desarrollar su carrera política en el Parlamento de Cantabria (durante cuatro años fue secretaria primera por el PP). Y quería patinar.

A veces se iba al circuito que envuelve el aeropuerto.

–Bueno, pero en invierno no se puede patinar. Hace viento y llueve –cuenta Miguel Vélez, responsable de saltos de la Federación Española de Atletismo.

Cierto. Esto último me lo confirma Gerardo Prieto, un colega santanderino, compañero de fatigas en la tribuna de prensa:

–En Santander llueve al menos 200 días al año. Cae una chupa de cuidado.

No se podía patinar. No se podía hacer nada al aire libre. El pabellón de La Albericia está cubierto, pensó Ruth Beitia. Y se añoró. Se lo habían construido en el 2006 –cuánto había pinchado Beitia en los despachos, llamando al CSD y al Ayuntamiento–. Se fue a buscar a Torralbo. Le dijo:

–¿Y si tiramos hasta el 2016?

Ahí acabó la conversación.

Al día siguiente, ya estaba Beitia talonando en La Albericia.

Eso sí, con otro espíritu. No más berrinches.Y así es ella en La Albericia: todo donaire. Conversa, da consejos, lidera, anima. Como en la selección. Ha adoptado el papel de Manolo Martínez, retirado en el 2009. Nadie diría que inscribieron su nombre en la calle Tetuán, en el corazón de Santander. Está junto al de Paco Gento. Y junto al de Bustamante.

Su concurso fue limpio. Como siempre. Su turno fue el primero entre las quince saltadoras. Fue la primera en superar el 1,88.

A partir de ahí todo le fue a favor. No estaban Chicherova. Tampoco Yelesina. Fueron vetadas por el COI. Son rusas. Se interpreta que incurrieron en dopaje de Estado.

Luego salió Vlasic y derribó su primer 1,88. El gesto era elocuente. No le deja respirar el tendón de Aquiles. Le hundió el curso pasado y le lastra en esta. La operaron en febrero. También derribó el primero en 1,93. Hecha una furia, se discutía con Bojan Marinovic, el entrenador. Sólo llegó hasta el bronce.

No estaba en condiciones de observar alguna de las carreras que discurrían a su alrededor. El 1.500, muy cerrado, a 2m45s el kilómetro. Entre caídas y tropezones ganó el estadounidense Centrowitz, en 3m50s00. Bustos fue séptimo. Luego vino el 800 m, con la fabulosa Caster Semenya, oro en 1m55s28. Cada vez ronda más la plusmarca de Kratochvilova, justo dos segundos más abajo.

Luego se volvió la mirada al listón y se descubrió que sólo cuatro saltadoras habían pasado el 1,97. Una era Beitia. La otra, Vlasic. Más Demireva y Chaunte Lowe. De dos metros ya no pasaron.

Beitia se acostó soñando despierta.

(Sergio Heredia, La Vanguardia)