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Usain Bolt encadena su tercer título olímpico en los 100 m: nadie lo había hecho. Volar, trascender

Hay una norma no escrita en periodismo: no dejes que la realidad te estropee una buena historia. Es un chiste, pero muchos periodistas la suscriben. En los duelos entre Usain Bolt y Justin Gatlin, gracias a Dios, no es necesario hacer eso. Bolt (29) es una buena historia en sí mismo. Una de las mejores. Una que trasciende. A la altura de Michael Phelps. Con eso está todo dicho.

Lo que pasa es que, a veces, en paralelo, también se cuelan brillantes historias. Como la historia de Wayde van Niekerk , un sudafricano de 24 años, un tipo flaco, tirillas, a lo Wariner. Este tipo echó ayer a Michael Johnson de las tablas de récords. Borró un mito. Van Niekerk registró 43s08, justo una décima menos de lo que había marcado Johnson (43s18) en Sevilla, hace 17 años de aquello. Y esto, en fin, solo lo esperaban los entendidos.

Pero hay que volver a Bolt. Porque es alguien universal. Tanto, que incluso los estadounidenses le adoran. Ellos, que son tan suyos.Eso fue al final de todo. Tras el suspiro. Menos de diez segundos. 9s81, para ser más exactos. El tiempo que tardó Bolt en recorrer los 100 m. 42 pasos. Una velocidad punta de 43 km/h. Por tercera vez consecutiva, el hombre más rápido del mundo.
Ganó con la peor de sus marcas. Había registrado 9s69 en Pekín y 9s63 en Londres. Pero ganó. Y eso le singulariza. Nadie lo había hecho antes, eso de ganar tres oros en unos Juegos. Ni siquiera Carl Lewis, el colmo de la iconografía olímpica. Lewis ganó el título del 84 y el del 88. El último, tras el positivo de Ben Johnson. El canadiense, otro espíritu oscuro. Como el de Gatlin.

– ¡Bolt, Bolt, Bolt!

Igual que el público del circo romano, así vocean al gladiador.

Y a Gatlin (34):

– ¡Booo, booo!

Una gran historia, aunque se haya colado Van Niekerk.

Pero antes, el silencio. Lo pide Bolt, y no es la primera vez. Se lleva el índice a la boca mientras contempla a la cámara. Corren ocho hombres, pero Bolt se sabe el centro de las miradas. Es su show.

Gatlin, feroz, no mira a nadie. Éste se sabe el centro de todas las críticas. Alguno cree que no tiene mucho sentido que esté aquí. Y menos, después de lo que ha ocurrido con el atletismo ruso, vetado por el Comité Olímpico Internacional (COI), a petición de la IAAF y la Agencia Antidopaje. Dopaje de Estado, lo llamaron.

¿Cómo calificar a Gatlin, que ha dado dos positivos? ¿Que se salvó de una sanción a perpetuidad gracias a comprometerse a colaborar con la justicia? Gatlin sabe que el público sabe. Así que mira adelante. Solo adelante. Lo hace con la determinación de un púgil. Parece un púgil. Me against the world, rapeaba Tupac Shakur. Yo contra el mundo. Ese es Gatlin. Este hombre está solo. No como Bolt.

50.000 gargantas están con Bolt. Podría ser brasileño. Pero Gatlin... Este tipo puede ganar. Ha registrado 9s95 en las semifinales. Y lo ha hecho sin bajarse del autocar. A la pata coja.

Silencio. Y luego el estallido.

Y el vuelo. Un suspiro. Bolt sale fatal. El penúltimo. Por la calle 4, Gatlin le lleva un metro. El público se asusta. Un ay en 50.000 gargantas. Y luego emerge Bolt. Por la calle 6, se despliega. Es el más rápido en los 60 m. Se despega, no demasiado. Le falta un punto de velocidad. Otra marcha. Pero tal y como están las cosas, le basta.

Por detrás, Gatlin se crispa. Acaba en 9s89. De Grasse, un canadiense fideo, tremendamente elástico, de sólo 21 años, se cuela en los cuadros. Arranca un bronce que muy pocos preveían (9s91). Cómo ha progresado este muchacho. Hace dos años estaba en 10s15.

Yohan Blake (27) se desparrama. Es cuarto, en 9s93. Ha sido el único hombre que ha ganado un gran título en esta década sin ser Bolt. Lo hizo en el Mundial del 2011. Aquel en el que descalificaron a Bolt tras una salida nula.

El resto naufraga. Sólo hay ojos para Bolt, que ya ha avanzado otro paso en su reto olímpico. Ganar los 100, los 200 y el relevo corto en tres ocasiones consecutivas. Parece imposible, ¿no?

– ¿Gatlin? Un tramposo. Dio positivo dos veces.

Eso me respondía anoche un periodista yankee, desde la atalaya de la grada (hay una distancia sideral desde la zona de prensa a la pista: a vista de pájaro, los atletas son pequeñas siluetas que se desplazan ligeros allí abajo). Eso me decía, aunque con la boca pequeña.

– Mi nombre no lo ponga.

No lo ponemos.

El hombre no estaba solo en este deseo. Iba con Bolt. Igual que el estadio entero. El campo del Botafogo voceaba por su ídolo: –¡Bolt, Bolt, Bolt!

Y Bolt por ahí corría, en la vuelta de honor, con la bandera de Jamaica por bandolera. La gorra hacia atrás. Hombre anuncio.

(Sergio Heredia, La Vanguardia)