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Ni investidura ni alternativa al PP

Mariano Rajoy, presidente en funciones del Gobierno español, no se presentó ante el Congreso para hacer amigos. Tras su acuerdo con Ciudadanos y Coalición Canaria tenía dos supuestas opciones: acordar con el PSOE o tratar de seducir al PNV. La reacción de ambas formaciones ante el discurso del inquilino de La Moncloa de la víspera no permitía que el PP fuese optimista. Y su líder se encargó de enterrar cualquier esperanza.

Si el día anterior había resultado soporífero, ayer salió con ganas de gresca. Se enzarzó con Pedro Sánchez, a quien quiso humillar; castigó a Pablo Iglesias, que no entra en las quinielas; y no dio concesiones a Aitor Esteban. Demostró que es un gran parlamentario y, a la hora de faltar, uno de los grandes. Una cualidad que no le permite soñar con formar Gobierno. Al menos sabe que tampoco existe alternativa a la vista. Sánchez se dedicó a atacarle, pero no hizo ninguna mención a la posibilidad de negociar con Podemos.

El cara a cara entre Rajoy y Sánchez abrió la jornada y, frente a quien pensaba que podía aportar algo distinto, solo sirvió para resucitar lo peor del turnismo. El líder del PP y el secretario general del PSOE se encancharon en un toma y daca que recordó mucho a las sesiones de control de los tiempos en los que Podemos y Ciudadanos no estaban en la Cámara Baja. Puede que ambos se estén preparando para un futuro en el que, según confían, el hastío vuelva a poner las cosas en su sitio y el bipartidismo resucite. Es evidente que no hay sintonía y que, a no ser que se produzca una rebelión en Ferraz, el bloqueo llevará a terceros comicios.
«Le pido que nos deje gobernar». Rajoy, al fin, pronunció la pedida de mano. Admitió que él hubiese preferido una Gran Coalición pero que, ante la negativa de Pedro Sánchez, se conformaba con la abstención. Ni siquiera tiró del argumento de que las medidas acordadas con Ciudadanos incluían iniciativas previamente aceptadas por el PSOE. Quería el apoyo de Sánchez, pero sin mancharse.

- Exhibir fuerza hacia casa.

El líder de Ferraz tenía necesidad de exhibir su firmeza, no solo hacia Rajoy sino también hacia su propia bancada, donde se repiten las voces que instan a un Comité Federal que cambie la decisión adoptada el 28 de diciembre. Ya ha llovido desde entonces. La cuadratura del círculo que pretende Sánchez (no al gobierno de Rajoy, no a unas nuevas elecciones y no a un Ejecutivo alternativo con el apoyo de independentistas) sigue siendo imposible. Para eludir el debate, se aferró al argumentario: ubicó los pecados del presidente español en los últimos cuatro años y no en estos ocho meses de bloqueo, recordó la corrupción del PP e insistió en que Génova debería buscar a sus «afines ideológicos», que es esa extraña amalgama en la que el PSOE incluye a socios como PNV y CC. «Ni mi partido ni yo somos objeto del debate, sino su programa y su gobierno», argumentó, para quitarse de encima la presión. A partir del viernes es posible que el quiebro no le valga.

Rajoy salió en tromba a castigar a Sánchez. «Con que me diga que no, es suficiente. No abuse. Ya he entendido todas las partes del no», arrancó. Tanta cortesía era un espejismo. Sacó a pasear su retórica para laminar la moral de su adversario y tiró de argumentos gastados: recordó que el PSOE comparte con el PP valores fundamentales como «la unidad de España» o el «proyecto europeo» y enumeró los acuerdos que ambas fuerzas han suscrito en los últimos años. Nada que hacer.

- Rivera presiona a Sánchez.

Tampoco logró su propósito Albert Rivera, que siempre que puede cita a Adolfo Suárez esperando que se le pegue algo. Su papel es el de bisagra de los dos grandes partidos enarbolando la bandera de «azote del bipartidismo». Ayer, por lo tanto, le correspondía marcar distancias con Rajoy, intentar seducir a Sánchez y atacar a Pablo Iglesias, no vaya a ser que al líder del PSOE se le pase por la cabeza acercarse hacia Unidos Podemos. Admitió que el pacto con el PP era una elección entre «malo y menos malo» y quiso acercarse hacia Ferraz planteándole una extraña figura de oposición que ha permitido el Gobierno de Rajoy. Difícil sostener que uno no se fía del presidente en funciones cuando le regala sus 32 escaños.

El cuarto en discordia aunque tercero por número de votos, Pablo Iglesias, estaba al margen. Nadie le ha incluido en las quinielas y sus 71 escaños quedaban fuera, por lo que pudo lanzar un discurso más mitinero, de reafirmación, con duros ataques a Rajoy y mano tendida a Sánchez. Su acercamiento al PSOE deja un panorama en el que se refuerzan dos bloques que, paradójicamente, simbolizan un nuevo bipartidismo. El PP con su aliado Ciudadanos, y el PSOE con la tentación de Unidos Podemos que no se decide a aceptar, al menos por ahora.

El proceso catalán estuvo presente en el debate desde la víspera. Con las intervenciones de ERC y PDC volvió a ponerse sobre la mesa. Un Rajoy pétreo demostró que para él no hay más debate que la «unidad de España». Su fracaso en la votación obliga a otra sesión para el viernes. No parece que sea la última.

- Rechazo abertzale, precampaña al Parlamento de Gasteiz y discusiones el veto a Otegi.

Nadie es ajeno a que las elecciones al Parlamento de Gasteiz y a la Cámara gallega que tendrán lugar el 25 de setiembre tendrán su influencia en el futuro político inmediato del Estado. En este contexto, las formaciones también van tomando posiciones. Tanto PNV, que la víspera mencionó la campaña para rechazar que su duro alegato tuviese relación con ella, como EH Bildu y Unidos Podemos marcaron perfil de cara a los comicios de la CAV.

El primer partido de ámbito vasco en intervenir fue el PNV. Aitor Esteban salió muy duro, afeando al PP cuatro años de recentralización, recortes y, sobre todo, ninguneo al Gobierno de Lakua. Paradójicamente, Rajoy no se molestó en tender la mano.

«¿Por qué deberíamos apoyarle?», fue la principal frase lanzada por Esteban. Sobre la resolución, criticó la «obstaculización» de la denominada «vía Nanclares», cuestionó la «transposición tramposa» de una directiva europea que obliga a contabilizar las penas cumplidas en el Estado español y denunció que Madrid no investigue las querellas por torturas. «Pueden ser o no ciertas, pero hay que investigarlas», señaló. Esta fue su la única mención a la normalización política. Ni Rajoy respondió ni Esteban volvió a sacar el tema. Al contrario de lo que ocurría hace años, el conflicto vasco ha desaparecido de la agenda del Congreso español.

La siguiente en intervenir fue Marian Beitialarrangoitia (EH Bildu). «Es urgente y necesario desalojar al PP. Ni la sociedad vasca ni al española merece un gobierno indigno», ha señalado. Sin embargo, demandó que «nadie se lleve a engaño. EH Bildu no se conforma con desalojar del gobierno al PP. Demanda un cambio verdadero». «Esto no va de patriotismos sino de democracia», añadió. Tras reivindicar la repatriación de los presos políticos vascos, denunció la pérdida de derechos durante la legislatura de Rajoy.

Uno de los asuntos que estuvo más presente fue el intento de veto de la Justicia española a la candidatura de Arnaldo Otegi a lehendakari. La portavoz abertzale, Marian Beitialarrangoitia, insistió en que Otegi será quien lidere la propuesta independentista. Lo hizo durante su intervención dentro del Grupo Mixto, en la que instó a desalojar del Gobierno a Mariano Rajoy e ir más allá, garantizando el derecho a decidir de Euskal Herria y los derechos sociales.

Rajoy no se esforzó en su contestación. «Otegi no es el primer dirigente inhabilitado que no se puede presentar a las elecciones. No es razonable que unas personas tengan que cumplir las sentencias y otras no. No sé por qué se tienen que considerar de mejor condición», argumentó el presidente español. Previamente, Albert Rivera había utilizado el nombre del portavoz abertzale para atacar a Pablo Iglesias, acusándole de preferir a Otegi a figuras como Adolfo Suárez o Felipe González.

La cercanía de las elecciones al Parlamento de Gasteiz sobrevoló las intervenciones. No parece casual que Pablo Iglesias, portavoz de Unidos Podemos, lanzase un dardo al PNV, mostrando su esperanza en que no vote a Rajoy. Marian Beitialarrangoitia, por su parte, insistió en el mensaje de Otegi del sábado y tendió la mano a jelkides y morados para acordar en Euskal Herria bases para el derecho a decidir.

(Alberto Pradilla, Gara)